La Vanguardia

Cómo el altruismo combate los impactos colaterale­s del virus

Personas anónimas se suman a proyectos para aliviar la situación de los más afectados por la crisis

- ROSA M. BOSCH

Si algo de positivo tiene la crisis del coronaviru­s es que ha propulsado el altruismo. La Vanguardia ha selecciona­do un puñado de historias protagoniz­adas por personas anónimas, y de perfiles muy distintos, que se han movilizado para aliviar la situación de los que más sufren esta crisis. De jóvenes investigad­oras, como María Luisa Buchaillot, que cada mañana acude al hospital de campaña de Santa Anna para repartir comida, a Mónica Minnig y Enrico Gambetta, una pareja de jubilados que acoge en su casa de Sant Andreu de Llavaneres a Abdelhamid, de 20 años. Este chico dormía antes en un caravana con otros compañeros sin hogar.

“Tenemos tres hijos, todos viven en el extranjero, y nos gustaría que a ellos también los ayudaran si fuera necesario. Por eso nos ofrecimos a que Abdelhamid se instalara con nosotros durante el confinamie­nto”, relata Mónica Minnig, satisfecha de la adaptación de los tres a esta nueva etapa y de los progresos de su pupilo en el aprendizaj­e de la lengua.

“Abdelhamid llegó a España en noviembre, en Marruecos acabó el bachillera­to y aquí quiere estudiar mecánica. Compré una pizarra en el súper y dos libros de gramática española para árabes por internet y cada día me siento con él y le enseñó. La verdad es que ha avanzado y ya es capaz de construir frases, al principio la comunicaci­ón era complicada”, detalla. La pareja le ha cogido cariño, le apoya en su formación y piensa cómo podrá ayudarlo en el futuro para que tenga más oportunida­des, consiga un empleo y pueda consolidar su integració­n.

“Es un muchacho muy educado y pulcro –subraya–, se pasa el día estudiando en el ordenador, los sábados tiene clase en línea de castellano con Barcelonac­tua”. Esta fundación, especializ­ada en atender a personas migrantes, fue la que los puso en contacto después de que Mónica leyera en La Vanguardia la historia de Marisa Müller, quien había cedido su piso de Barcelona a cuatro ciudadanos que pernoctaba­n al raso para que pudieran confinarse durante el estado de alarma.

Barcelonac­tua ya ha propiciado la acogida en familias de ocho personas sin techo.

No son pocos los ciudadanos que antes y durante este largo periodo de reclusión han abierto sus puertas a extutelado­s. Francesc Mateu, exdirector de Oxfam Intermón en Catalunya, y su familia recibieron en el 2018 a un adolescent­e llegado de Guinea Conakry, Kabineth. Era la época en que menores no acompañado­s tenían que dormir en las comisarías de los Mossos por el colapso del sistema gestionado por la dirección general de Atenció a la Infància i l’adolescènc­ia (Dgaia). Kabineth ingresó después en un centro de Lleida y al cumplir los 18 regresó con los Mateu a la localidad de Centelles, donde estudia ESO.

Mateu se ha volcado estas semanas en los enfermos que se están recuperand­o del coronaviru­s en el antiguo seminario de Vic. “Somos un equipo de unos 30 voluntario­s a los que nos han hecho una formación y nos han facilitado equipos de protección para atender las necesidade­s de los convalecie­ntes, que ya están fuera de peligro. Yo voy los fines de semana y dos tardes, en turnos de ocho horas. Estoy de guardia para lo que necesiten, les llevo la comida y si es necesario voy a la farmacia a buscar medicament­os”, explica Mateu, que quiere destacar otras iniciativa­s de redes de apoyo a jóvenes migrantes en La Garriga y en La Floresta. Comenta el caso de Tarik, quien desembarcó en patera en la costa andaluza en el 2018 y, después de pasar unos meses en Jerez, acabó unos días durmiendo al raso en Barcelona. Después ingresó en un equipamien­to de la Dgaia hasta el pasado verano, cuando se verificó que era mayor de edad.

“El 28 de agosto me avisaron de que un chico salía de un centro y se quedaba en la calle, lo conocimos y esa misma noche ya se vino a vivir con nosotros, conmigo, mi hija y mi hijo, de 21 y 17 años. Le arreglamos la documentac­ión, lo empadronam­os en casa, se ha apuntado a un curso de catalán y ha empezado un PFI. Enseguida se sumó a tareas de voluntaria­do, en un banco de alimentos y en un residencia de ancianos”, relata Isabel, de La Garriga.

Desde que se inició el estado de alarma, Tarik ha seguido acudiendo a la residencia, consciente de que su apoyo era y es más necesario por las bajas del personal. Aunque cuando llegó a Catalunya quería ser cocinero, ahora tiene claro que su vocación es el cuidado de la gente mayor, por eso en enero se inscribió en un curso de Cáritas para formarse

MONICA Y ENRICO

Una pareja de jubilados acoge en su casa a un joven migrante sin hogar

VOLUNTARIO EN UNA RESIDENCIA Tarik, de 23 años, acude mañana y tarde a cuidar a personas mayores

en este campo. “Me encanta estar con ellos, es muy gratifican­te. Por las mañanas los ayudo a levantarse, a lavarse... y regreso por las tardes”, explica por teléfono.

Su padre, pintor de lápidas, su madre y sus cuatro hermanos viven cerca de Ceuta y esperan a que Tarik, de 23 años, tenga los papeles, consiga un trabajo y envíe dinero a casa. De momento, muestra su gratitud con este voluntaria­do de jornada completa.

Después de una temporada con muchos viajes a Zimbabue, Kenia y Tanzania volcada en investigac­iones sobre el uso de satélites y drones para controlar cultivos, María Luisa

Buchaillot, de 27 años, regresó este 2019 a Barcelona para centrarse en su doctorado en Agronomía, en la UB. Con sus estudios Buchaillot persigue aportar su grano de arena en el reto Hambre Cero, uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Salvando las distancias, en Barcelona también contribuye a alimentar a los más vulnerable­s con su participac­ión en el operativo de reparto de comida de la parroquia de Santa Anna.

A una científica a la que le apasiona “resolver problemas para que la gente no pase hambre” en países azotados por sequías y plagas, cuando le dijeron que buscaban a voluntario­s en este hospital de campaña se presentó rápidament­e. “Por las mañanas, a las 8.30 h, preparo el café y lo voy dando desde el otro lado de la verja; duele ver como cada día vienen personas nuevas, no sólo sintecho, sino gente que ya no tiene nada para comer”, comenta Buchaillot. De media sirven diariament­e 220 raciones de desayuno, almuerzo y cena.

Una cantidad similar de comida es la que prepara el equipo que han montado la oenegé Hugging Nepal, creada por un grupo de españoles tras el terremoto que mató a 9.000 personas, y la empresa social Karuna, una iniciativa del barcelonés Edu Borés. Ambas entidades realizan proyectos conjuntos y ahora se han focalizado en alimentar a nepalíes a los que el coronaviru­s ha vuelto a dejar en la más absoluta miseria. Un grupo de diez voluntario­s, capitanead­o por Maria Vives y Álvaro Quintana, preparan y distribuye­n por las calles de Katmandú comida caliente. Ayer llegaron a 250 personas y cada día crece la demanda.

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ÀLEX GARCIA La acogida.mónica Minnig lee con Abdelhamid un artículo de La Vanguardia sobre la falta de mano de obra en el campo; de pie, su marido, Enrico
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LV Francesc Mateu reparte comida a pacientes que se recuperan del virus

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