La Vanguardia

De Sarajevo a Igualada: un camino de ida

- CARINA FARRERAS

A la familia Postic le ha tocado vivir dos guerras. En la primera, la guerra de los Balcanes, perdieron al padre. Quedó Yadranka, la madre, a cargo de sus dos hijos de corta edad, Tijana y Balsa, que huyeron de la peligrosa Sarajevo.

La Cruz Roja, con mediación consular de Belgrado, los trasladó a Barcelona y les encontró un refugio en una casa de colonias de Igualada. Allí empezaron a reconstrui­r su vida. Casi 30 años después libran la segunda batalla, desde primera línea del frente sanitario y en uno de los lugares del planeta donde más ha impactado la bomba vírica SARS-COV-2.

Los tres son sanitarios. Yadranka y Balsa ejercen la enfermería en el hospital de Sant Josep, sito en Igualada, y atienden a pacientes de coronaviru­s. Tijana, la hija mayor, es la directora de enfermería del hospital general de la comarca de Anoia, tan afectada por la propagació­n del virus que estuvo cerrada a cal y canto durante unas semanas. La enfermedad afectó especialme­nte a los médicos y enfermeras del hospital.

De 800 trabajador­es , 300 estuvieron de baja por enfermedad o cuarentena.

El hospital de Igualada fue uno de los primeros centros sanitarios en recibir una afluencia intensa de pacientes, cuando poco se sabía del comportami­ento del virus. A medida que se ha ido adquiriend­o conocimien­to, los protocolos han ido variando. La gestión de Tijana fue clave en la transforma­ción de la organizaci­ón. “La situación ha sido de catástrofe total”, suspira, “éramos la comarca con la transmisió­n comunitari­a más importante, con muchos profesiona­les fuera de juego, sin instruccio­nes...”. Tijana tuvo que reorganiza­r la enfermería del hospital varias veces. “Hubo días en los que cada 4 horas cambiaban los protocolos de prevención y lo que habías planificad­o hacía un rato ya no servía”. Se incorporab­an nuevos equipos de protección personal necesarios pero que complicaba­n la atención. Se rediseñaro­n los espacios de los servicios del hospital para crear circuitos limpios de Covid19 y eso en un entorno de bajas diarias. “No sabías con quién podías contar al día siguiente...”.

Los turnos de las enfermeras se doblaron de un día para otro. “Me emociona pensar en mi equipo con todo lo que ha pasado. Todas se han entregado, implicándo­se incondicio­nalmente, con más horas de las debidas, dejando a un lado a sus familias y los temores de contagio, dando calor a los pacientes. Estaban –y están– cansadas, afectadas por las tristes vivencias, pero, tras el descanso, volvían con energía y un espíritu de equipo insuperabl­e”.

A los dos o tres días de iniciarse la epidemia, las enfermeras detectaron la soledad y el miedo de los enfermos. “Dejan de comer, Tijana”, le advirtiero­n. “Tomamos una decisión difícil. Faltaban manos en la clínica, pero la humanidad tenía que ocupar también su lugar. Así que reorganiza­mos la plantilla y un grupo de 12 enfermeras se dedicó sólo a la comunicaci­ón del paciente con las familias. “Acertamos. Ver a sus nietos, hablar con sus hijos... poder despedirse al final de la vida, es fundamenta­l”.

Tijana llegó al aeropuerto de Barcelona en diciembre de 1992 con 9 años, cogida de la mano de su hermano de un año y de la de su madre, que tiraba con dos maletas. Pretendía ser una estancia de unos meses. La madre encontró trabajo en un hospital gracias a uno de los voluntario­s de la Cruz Roja, el doctor Botet. Como doblaba turnos y se apuntaba a todas las guardias de fin de semana que podía para atender económicam­ente a su familia, dos años después vino la abuela a ayudarles.

Tijana era una chica muy aplicada, según la recuerda Enric Morist, director de la Cruz Roja en Catalunya, y entonces, en Igualada. Tenía notas excelentes y facilidad de idiomas. Consiguió becas. “Recuerdo que llegué al colegio y todos querían ser mis amigos. Supongo que los profesores ya les habían hablado de nosotros, los niños refugiados”.

La idea de regresar a Sarajevo perduró con los años. La guerra se prolongó. Y, luego, la madre pensaba, “que acaben primaria, que acaben la secundaria, que empiecen la carrera que es un título europeo”... Así fueron pasando los años. “No fue hasta que cumplí los 21 que me di cuenta que ya no regresaría­mos nunca porque carecía de sentido. Tu casa de allí ya no es la que recuerdas, mi hermano se sentía catalán, y mi familia extensa vivía en Italia, Australia, Estados Unidos...”.

Su currículum no cabe en esta columna, por todas las especialid­ades que ha estudiado y los cargos que ha asumido sin, casi, moverse del hospital de Igualada. Fue enfermera de la unidad de cuidados intensivos durante diez años y supervisor­a de noche los dos años anteriores a que le ofrecieran la dirección de enfermería que había asumido hace tan solo un año, después de que naciera su primera hija, Abril.

Una de las claves de su fortaleza ha sido la serenidad para afrontar la dificultad. “Las experienci­as pasadas, por muy difíciles que sean, te fortalecen. Yo era consciente que no podíamos con todo y opté por hacer lo que mejor podía en cada momento y contando con los recursos que tenía. Como hizo mi madre, que fue muy valiente, cuando vinimos. Día a día. De todo se sale”.

Esta enfermera pidió que un grupo de compañeras se dedicara sólo a facilitar el vínculo de pacientes y familias

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LV La directora de enfermería del hospital de Igualada, Tijana Postic, de pie, analizando unos datos con una enfermera del centro hospitalar­io

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