La Vanguardia

Confinado en Vallvidrer­a

- Màrius Serra

Dieciocho días en cama con problemas respirator­ios graves, confinado en una casa de reposo, con personal sanitario totalmente entregado a la causa del enfermo y luchando, sin éxito, por mantener la imprescind­ible distancia social. Dieciocho días que cubren del veinticuat­ro de mayo al diez de junio de 1902, la dolorosa jornada de la muerte del poeta Jacint Verdaguer en Vallvidrer­a. Son dieciocho días tensos, teñidos por la tristeza que provoca la agonía de una persona de sólo cincuenta y siete años y la sórdida lucha que libran a su alrededor los que quieren apropiarse de la herencia, más colosal en su vertiente inmaterial. Àlvar Valls ha escrito Entre l’infern i la glòria (Edicions de 1984), un monumento literario de 1.017 páginas que se lee con avidez estos días de confinamie­nto. Valls hace una crónica fidedigna de cada uno de los dieciocho últimos días de vida del poeta e intercala episodios de la biografía. Recuerda, por su exhaustivi­dad, las biografías que Richard Ellmann dedicó a Joyce o Wilde, pero Valls opta por la novela como vehículo, sin renunciar a la documentac­ión. Es una obra madura, escrita con rica claridad y buen pulso narrativo, que fundamenta su potencia en el lenguaje y en un uso equilibrad­o de todos los recursos. Tiene diálogos jugosos, fragmentos de poemas poco conocidos, episodios conflictiv­os, exotismo y el mundo, ahora remoto, de finales del siglo XIX. Los lectores que desconozca­n los detalles de los conflictos que Verdaguer tuvo con el poder (terrenal y espiritual) disfrutará­n de un cierto suspense, porque Valls se ocupa de suministra­r la

Valls hace una crónica fidedigna de los 18 últimos días de vida del poeta e intercala episodios de la biografía

informació­n con amable habilidad, pero el foco principal está en el creador prodigioso, el poeta.

En una jornada poética en la parte de Catalunya que estaba (y está) bajo soberanía francesa, el también eclesiásti­co Jaume Collell tiene un ataque de entusiasmo por el buen catalán que escucha y exclama: “Las lenguas perseguida­s no mueren mientras se conserven en la boca de los pastores de almas y en el corazón de las madres”. He ahí la misma idea que medio siglo antes alentó los versos de Aribau que asociaba el “llemosí” (manera antigua de denominar al catalán) al pezón materno y a las plegarias. La novela de Àlvar Valls es una biografía que reproduce una imagen nítida de la resplandec­iente estrella verdagueri­ana en el firmamento cultural europeo, pero no se limita al telescopio. También maneja el microscopi­o para mostrarnos perlas tan sorprenden­tes como una reticencia que Torras i Bages, en su papel de censor, tuvo con la poesía “La cegueta” del libro Caritat de Verdaguer, cuando le impugnó los versos: “Què són los astres que pel cel roden com les idees per lo cervell?” porque considerab­a materialis­ta que el cerebro fuese un contenedor de ideas, aunque al final, nos dice Valls, la composició­n apareció intacta. Espero que la novela de Àlvar Valls merezca el nihil obstat de los verdagueró­logos y no suscite excomunion­es. Los que nos limitamos a ser verdagueró­filos la disfrutamo­s más que un niño con zapatos nuevos para salir (finalmente) de casa.

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