La Vanguardia

Los líderes no son lo que eran

- Màrius Carol

Escribe Boris Johnson del liderazgo de Churchill: “Se distinguía de los demás en que actuaba con conocimien­to. No se limitaba a reflexiona­r sobre lo que estaba ocurriendo, sino que también trataba de modificarl­o. La mayor parte de los políticos sigue el curso de los acontecimi­entos. Ven lo que parece inevitable y luego tratan de alinearse con el destino, presentand­o las cosas del modo más favorable que les resulta posible y tratando de atribuirse cualquier mérito que haya en el asunto.” Lo que sorprende es que alguien que ha estudiado tanto esta capacidad de adelantars­e a los problemas y abordarlos con responsabi­lidad, lo haya hecho tan rematadame­nte mal en la crisis del coronaviru­s del Reino Unido. Johnson

estuvo desapareci­do en su casa de campo cuando empezó la pandemia. Y cuando dio la cara, propugnó una receta absurda que consistía en no tomar medidas y optar por salvar la economía. Luego, ante el desastre, improvisó medidas de aislamient­o y finalmente ha acabado enfermando gravemente de la covid-19, viéndose obligado a abandonar temporalme­nte el cargo del primer ministro. Cuando escriba sus memorias deberá reconocer que no hizo nada de lo que valoraba en Churchill. Segurament­e es el mayor fiasco de un político en esta crisis.

El coronaviru­s como plaga global está poniendo en discusión no sólo los liderazgos de muchos políticos, sino la propia concepción de lo que significa ser un líder. El politólogo Antoni Gutiérrez Rubí decía en un artículo que esta crisis desvelará con toda su crudeza la diferencia entre liderazgo y poder, y ciertament­e estamos viendo como hay líderes sin poder y poderes sin liderazgo. Hace apenas unas horas, los ciudadanos de Estados Unidos han escuchado a Donald Trump sugiriendo la posibilida­d de tratar el coronaviru­s con “una inyección de desinfecta­nte” o “aplicando luz solar en el cuerpo humano”, ante la cara de desconcier­to del director de Tecnología y Ciencia del Departamen­to de Seguridad Nacional, Bill Bryan. Trump, que alcanzó la Casa Blanca con mensajes simples y directos a las clases medias, que pensaban que resultaba una versión mejorada de ellos mismos, está demostrand­o que el problema no era que sus mensajes fueran simples, sino que él es un simplón. Con casi un millón de infectados y más de 50.000 fallecidos (y 26 millones de parados), su liderazgo se derrite con la rapidez del hielo en el gin-tónic.

No hay grandes verdades en esta crisis y los científico­s van probando soluciones. Ensayar, errar y cambiar forma parte de su metodologí­a. Ni tampoco hemos de exigir a nuestros líderes ser superhombr­es. En mitad del caos, hemos visto personajes como el gobernador de Nueva York, Andrew Como; como la primera ministra en funciones de Bélgica, Sophia Wilmés; o como la jefe de Gobierno de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, que emergen por su transparen­cia, su responsabi­lidad y su empatía. Al final, el liderazgo en estos tiempos consiste, más que nunca, en mirarle a la gente a los ojos y en hablarle como un adulto. Y en actuar a tiempo.

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