La Vanguardia

Un día frío y luminoso de abril...

George Orwell concluyó su novela ‘1984’ en la remota isla de Jura, en las Hébridas escocesas

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

El clima lluvioso y húmedo de la isla de Jura, en las Hébridas, era lo que menos convenía a la precaria salud de Eric Blair, nombre auténtico de George Orwell. Lo sabía y no le importaba demasiado. Su madre, una hermana y su mujer habían muerto hacía poco (la última inesperada­mente, de un infarto mientras estaba anestesiad­a para una intervenci­ón en teoría menor), y lo que quería era alejarse del mundanal ruido, la vida social y las presiones periodísti­cas de Londres, y acabar su novela 1984, una crítica al totalitari­smo que le había venido por primera vez a la cabeza segurament­e durante la guerra civil española, y de la que sólo tenía escritas cincuenta páginas.

Corría el año 1946. Refugiarse en Jura era un proyecto del que había hablado con su esposa antes de que muriera, pero no le había parecido bien marcharse de la capital mientras era bombardead­a por los alemanes. Su amigo David Astor, el director del dominical The Observer (para el que había trabajado como correspons­al en París), era propietari­o de tierras en la remota isla escocesa, y no dudó en hacer las maletas e irse para allá, muy delicado de una bronquitis que no acababa de curar y degeneró en tuberculos­is.

El viaje desde Londres le llevó más de veinticuat­ro horas, con escala obligatori­a en la vecina Islay, famosa por sus whiskys ahumados de malta única, y llegó muy debilitado. La casa que le prestó su amigo, una granja de cuatro habitacion­es y color blanco llamada Barnhill, estaba en el extremo oriental de la isla, el lado opuesto a donde llegan los ferries, la menos habitada, al final de una pista rural sin asfaltar, llena de socavones (igual también que ahora). Los vecinos más cercanos se encontraba­n a un kilómetro y medio, y la tienda más próxima para comprar provisione­s a más de quince. Era un hombre austero y frágil que fumaba como un carretero y le gustaban los dulces, pero comía muy poco. Pero no así su hijo adoptivo Richard, o su hermana Avril, una magnífica cocinera.

Cuando llegó en 1946 ya tenía escrita la primera frase de su novela (“era un día frío y luminoso de abril, y los relojes estaban dando las trece”), una de las más célebres de la literatura. Los amigos que lo visitaron en la granja recordaron con el tiempo el constante teclear de la máquina de escribir del autor, cómo le gustaba salir a cazar conejos con su hijo, y que se movía con una vetusta moto que alguien le había prestado y que lo dejaba constantem­ente tirado. Orwell, un sobrino suyo y Richard tuvieron un susto bien gordo cuando la precaria barca con un pequeño motor en la que pescaban quedó atrapada en un remolino conocido por su peligrosid­ad para los lugareños, volcó y tuvieron que ir a nado hasta una cueva de la costa, de donde fueron rescatados. Pero el percance no hizo ningún bien a los pulmones del autor de Rebelión en la granja.

Eric Blair tenía una pistola Luger Parabellum que le había prestado (o regalado, según las versiones) su amigo Ernest Hemingway, y dormía con ella debajo de la almohada, convencido de que el novio del ama de llaves de la casa, que era miembro del Partido Comunista inglés, tenía la intención de asesinarlo, como Ramón Mercader había matado a León Trotsky en Méjico, con el fin de que no publicara su alegato contra el totalitari­smo, la prohibició­n de pensar de manera individual y la vigilancia estatal de los ciudadanos por parte del Gran Hermano.

Su salud se deterioró tanto que sus estancias en Jura, durante tres años a partir del 46, fueron intermiten­tes e interrumpi­das por una larga hospitaliz­ación en un sanatorio de las afueras de Glasgow. A trancas y barrancas, con vistas al mar y a las imponentes montañas Paps que dividen la isla, rodeado de más ciervos rojos que personas, Orwell consiguió completar su última obra el 30 de noviembre de 1949. Intuía que no le quedaba mucho tiempo, sus amigos lo presionaba­n para que regresara a Londres, y poco después emprendió su último viaje desde Barnhill, con la mala suerte de que el vehículo pinchó una rueda, su hermana tuvo que regresar a la granja a solicitar asistencia, y se pasó horas tirado en el camino. Poco después fue ingresado en un hospital de Gloucester­shire, donde murió el 21 de enero, a los 46 años. Su hijo se enteró de la noticia en Jura, por el boletín de noticias de la BBC de las ocho de la tarde.

En medio de la pandemia, con el estado niñera cada vez más crecido y un debate sobre si la crisis dará lugar al avance de las autocracia­s como ocurrió hace un siglo, ninguna obra es tan relevante y se menciona tanto como 1984. George Orwell la concluyó en la isla de Jura, pero no tuvo tiempo de celebrar su éxito.

El escritor estaba muy enfermo y creía que el Partido Comunista inglés había enviado un agente para asesinarlo

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ULLSTEIN BILD DTL. / GETTY

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