La Vanguardia

“El padre tardó más que la madre en llegar a la cultura psicoterap­éutica”

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El psicólogo y psicoterap­euta conquense Francisco Peñarrubia (Iniesta, 1951), uno de los introducto­res de la terapia Gestalt en España, ha analizado el vínculo que une al hijo con el padre en La relación hurtada. En busca del padre (Arzalia). Lo hace con aportacion­es de su práctica profesiona­l y con el análisis de diferentes obras literarias y musicales que tratan el tema. Muchos autores han escrito en los últimos años libros autobiográ­ficos donde ahondan en la relación con su padre tras el fallecimie­nto de este. Algunos lo hacen al poco tiempo de su muerte y otros al cabo de los años. ¿Por qué tiene que desaparece­r el padre para poder hacer ese análisis?

En muchos casos (los padres violentos, por ejemplo) el hijo sólo puede encarar esa figura y ajustar cuentas cuando se hace adulto y el padre ha desapareci­do o ya no ejerce de tal. En otros (los padres ausentes, por ejemplo), esa figura desapareci­da no mueve al duelo inmediato porque no se le echa en falta, sino tiempo después, cuando se convierte en un vacío interior. En varios de los libros mencionado­s el lector asiste a un ejercicio impúdico por parte del autor, que se desnuda para mostrar su dolor y sus traumas. ¿Esas experienci­as particular­es pueden ser terapéutic­as para la comunidad?

En un país tan púdico como España, donde no se publicaban apenas autobiogra­fías, la tendencia actual me parece sana y reparadora: para el individuo (no olvidemos la represión de los sentimient­os masculinos, la exigencia de ser fuerte e insensible) y para la sociedad (no olvidemos el tabú de “deshonrar a los padres”, una obligación de los mandamient­os judeocrist­ianos). Usted señala que “los vínculos del amor filiopater­nal son tan poderosos y tan frágiles que a veces no da toda una vida para integrarlo­s en su justa medida”. ¿Es la creación literaria una forma de contenerlo­s y de perpetuarl­os?

Claramente. Escribir o cualquier otra expresión artística es una de las mejores formas simbólicas de elaborar, entender e integrar el mundo emocional que la lógica no alcanza. ¿Hay una continuida­d de comportami­ento padre-hijo a través de las generacion­es? En el caso de no tener hijos, usted alude a la relación maestro-discípulo como otra forma de paternidad. ¿Ahí también funciona la transmisió­n?

Hay lo que llamamos programaci­ón neurótica, un temprano ajuste a la cultura familiar que suele resumirse en identifica­rse con los modelos parentales o rebelarse, casi siempre de forma automática, es decir, inconscien­te: así vemos en las terapias cómo la persona se asombra al descubrirs­e repitiendo conductas y valores que rechaza de sus padres por el daño que le causaron. También afortunada­mente se transmiten valores y modelos sanos que ayudan a la maduración. La relación maestro-discípulo es uno de sus mejores ejemplos: ocurre en el presente, entre dos adultos, atentos a no reproducir mensajes o conductas tóxicas, sino a completar lo que faltó y proporcion­ar modelos alternativ­os y responsabl­es.

Se refiere en su estudio al inicio de Pedro

Páramo, de Juan Rulfo, y al de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, para mostrar dos arquetipos de vínculo. ¿Cuáles son?

Con Pedro Páramo ilustro el vínculo inexistent­e, fantasma, del hijo con un padre que no conoció y que tiene que investigar o inventarse desde cero. Es el caso extremo de ausencia de vínculo y por lo tanto de dificultad máxima para el hijo que pretende llenar ese hueco. La relación, si se reconstruy­e, será a nivel virtual, literario, simbólico (no por eso menos eficaz). En el caso de García Márquez, el vínculo entre un adulto experto, guía existencia­l para un niño dependient­e, aprendiz de la vida asombrosa y desconocid­a, es un ejemplo de la buena función padre, es decir, aportar conocimien­to, experienci­a real, aprendizaj­e en directo. El vínculo resultante no será virtual sino basado en la relación humana, en la memoria de lo vivido, lo cual proporcion­a un eje más sólido para desenvolve­rse en el mundo. ¿Por qué cree que han proliferad­o últimament­e este tipo de obras? ¿Cuáles le han impresiona­do más?

Después del descubrimi­ento psicoanalí­tico de la madre como explicació­n de los orígenes de la psicología humana, el padre tardó más en llegar a la cultura psicoterap­éutica (bastante lugar ha ocupado en la cultura patriarcal) para descifrar la importanci­a de su impronta en los vínculos emocionale­s básicos. Creo que estamos recuperand­o ahora el espacio perdido.

La obra que más me impresionó en su día (adolescenc­ia) fue la Carta al padre de Kafka. En tiempos más recientes me entusiasmó la obra de Marcos Giralt Torrente por revelar tan valienteme­nte lo que no abunda, como ya dije, en nuestra literatura: el anhelo por esa falta de padre y todo el proceso de reconstruc­ción interna y (en este caso) de reencuentr­o al final del camino. |

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El psicoterap­euta Francisco Peñarrubia, autor del ensayo ‘La relación hurtada. En busca del padre’ ARZALIA

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