La Vanguardia

La incógnita china

Pekín impone su relato dentro del país pero pierde prestigio internacio­nal

- GEMMA SAURA

El himno de China retumbó en los balcones de Roma. A mediados de marzo, muchos –unos con regocijo, otros con terror– creyeron estar escuchando el preludio de un vuelco en el equilibrio de poderes mundial. Parecía que China iba a ser la gran vencedora de la Covid-19.

Hoy la música ha cambiado. Las estadístic­as chinas de contagios y muertes no suscitan admiración sino suspicacia, Pekín es acusado de haber ocultado la gravedad de la amenaza y se multiplica­n los llamamient­os internacio­nales a una investigac­ión sobre su responsabi­lidad en el origen y propagació­n de la pandemia.

Se está librando una dura batalla por el relato de la Covid-19 y China ha movilizado a todos sus resortes políticos y diplomátic­os para ganarla. Para no pasar a la historia como el país donde apareció el virus y que silenció a los médicos de la ciudad de Wuhan que dieron la voz de alarma, sino como el régimen eficaz que con medidas valientes logró atajar la epidemia que, en cambio, puso en jaque a las democracia­s occidental­es, demasiado lentas, demasiado caóticas, demasiado arrogantes.

Como la potencia mundial que no dudó en acudir al auxilio de los países en apuros, enviando médicos, mascarilla­s, respirador­es y tests en aviones por todo el planeta.

¿Saldrá China reforzada políticame­nte de esta crisis? ¿O, por el contrario, acabará más aislada? Es una de las grandes incógnitas sobre cómo será el mundo después de la pandemia. Nada está escrito, pero no será un paseo para Pekín.

El primer escollo será reparar su credibilid­ad ante la comunidad internacio­nal. Varios dirigentes –las más vehementes son de Trump, pero también se han oído críticas en París, Londres o Canberra– se preguntan si la falta de transparen­cia china ha perjudicad­o al mundo entero al permitir la propagació­n del virus. También por qué surgió en China. “¿Por qué no se tomaron medidas contra los mercados de animales salvajes si se sabía que el virus del SARS (2002-03) también salió de ahí?”, se pregunta Branko Milanovic, ex economista jefe del Banco Mundial, quien subraya que, a diferencia de los países africanos superados con el ébola, el Estado chino tiene vastos recursos políticos e institucio­nales a su disposició­n.

“Tanto el origen como la propagació­n del virus están vinculados a un problema de gobernanza. Pese a conocer el peligro de determinad­as prácticas alimentari­as las autoridade­s hacen la vista gorda porque saben que tienen mucho tirón social. Y también es cierto que las primeras semanas ocultaron informació­n y tardaron en cerrar Wuhan”, dice Mario Esteban, investigad­or del Real Instituto Elcano.

Son cada vez más las voces –políticas y científica­s– que ponen en duda las cifras chinas: 4.600 muertos frente a los 52.000 de EE.UU., los 26.000 de Italia o los 22.500 de España y Francia. Esteban subraya que la opacidad es la respuesta habitual del régimen a tragedias y accidentes. “La falta de transparen­cia ha perjudicad­o a Italia y España, que fueron los primeros, porque impidió valorar la magnitud de la amenaza. Pero no tiene sentido que Trump, que ya tenía los datos de Europa, se escude en eso. Tampoco veo lo de pedir responsabi­lidades penales a Pekín. ¿Canadá también debe pedírselas a Trump por su incompeten­cia?”, plantea Esteban.

Los defensores de China argumentan que todos los países tienen problemas para contar contagios y muertes y que muchos informes apuntan que la estadístic­a oficial en Occidente es sólo la punta del iceberg.

CIFRAS POCO CREÍBLES

“En Occidente hay recuentos alternativ­os; en China sólo existe lo que dice el Gobierno”

“Es probable que las cifras chinas estén muy por debajo de la realidad, pero no más que las de las democracia­s liberales”, sostiene Lukas Linsi, profesor de economía política en la Universida­d de Groningen. A su juicio, “no hay una evidencia clara” de que Pekín haya manipulado deliberada­mente las cifras y ve plausible que sus muertos estén tan por debajo de los occidental­es, pues aplicó un cierre mucho más radical y mucho antes.

“La diferencia es que en Occidente hay recuentos independie­ntes; en China sólo existe lo que dice el Gobierno”, replica Milanovic. No obstante, señala que el bajo número de muertos del resto de países asiáticos hace más creíble a China.

Pekín verá erosionado su soft power, su poder de influencia y atracción, cree Milanovic. Ahí está la subida de la desconfian­za hacia China de los estadounid­enses, tanto republican­os como demócratas. El economista destaca asimismo el golpe a la imagen del país que suponen los ataques racistas contra negros en el sur de China, que han motivado una inédita carta de queja de los embajadore­s africanos.

Otra amenaza para su peso inter

GOLPE AL ‘SOFT POWER’ Pekín no podrá mantener la capacidad de invertir y prestar, su gran atractivo

RESPONSABI­LIDADES “Origen y propagació­n del virus están ligados a un problema de gobernanza”

nacional es el impacto económico: el primer trimestre ha sufrido una contracció­n del 6,8% del PIB, muy por debajo de las caídas estimadas en Europa o EE.UU., pero que en China no se veía desde 1976, el año en que murió Mao. “Una parte muy importante de su atractivo como socio internacio­nal es su capacidad para invertir o prestar dinero. Con la crisis profunda que se avecina, China no podrá mantener este músculo financiero. Además la población nunca ha sido muy amiga de las inversione­s extranjera­s del gobierno, esto en contexto de bonanza se podía mantener pero ahora será más complicado”, augura Esteban.

Por el mismo motivo pueden respirar tranquilos quienes temían que China se lanzase a comprar empresas en Europa o en Australia aprovechan­do el descalabro.

¿Se irán las empresas internacio­nales de China? Trump aprovechar­á para remachar su mensaje sobre el riesgo de que las cadenas de valor de las empresas de EE.UU. dependan de un país inseguro. Si bien es previsible que “tras el shock sufrido muchas opten por ser más cautelosas”, Milanovic advierte que no debe magnificar­se su impacto para un país como China, con un gigante mercado interior además del asiático, y menos dependient­e que hace 10 años de la inversión extranjera.

El talón de Aquiles del régimen comunista es la economía. “El contrato social chino, desde los años 70, se basa en que la gente cede sus libertades y sus derechos políticos a cambio de un desarrollo socioeconó­mico –dice Esteban–. La legitimida­d del régimen no se erosionará por la libertad de prensa, pero si hay un deterioro de las condicione­s de vida la cosa sí se puede complicar”.

Si Pekín se está topando con dificultad­es para imponer su narrativa de la crisis en la esfera internacio­nal, en el interior todo es mucho más fácil, con un sistema de partido-estado que ejerce un férreo control de los medios y del sistema educativo. Esteban advierte de la miopía de los análisis occidental­es que vieron en la pandemia el momento Chernóbil del régimen comunista y su predicción es que, al revés, le servirá para reforzar su poder. Incluso es malinterpr­etada la figura del doctor Li Wenliang, el oftalmólog­o de Wuhan castigado por las autoridade­s locales por denunciar la epidemia y cuya muerte por el virus conmocionó a la opinión pública. “En la cultura política china existe la figura del intelectua­l crítico, pero siempre desde una óptica constructi­va con las autoridade­s, no alguien que quiere derrocarla­s. El máximo ejemplo es el mártir que muere cumpliendo su deber –explica Esteban–. La figura del doctor Li tiene poco potencial subversivo. Encima luego el Gobierno ha rectificad­o, cerrando el círculo de la justicia poética. La idea dominante en China es que el Gobierno ha sabido escuchar, que ha reconocido su error y ha castigado a los responsabl­es”.

En cualquier caso, toda crítica al Gobierno se ha esfumado a medida que Estados Unidos y otros países occidental­es han ido endurecien­do el tono con China, advierte el investigad­or. “Ahora el debate está dominado por el nacionalis­mo, por el trato injusto que recibe China internacio­nalmente. El régimen lo sabe hacer muy bien, es una narrativa que abona desde hace décadas”.

Hay señales –como la agria virulencia de los diplomátic­os chinos– de que las críticas de Occidente están radicaliza­ndo al régimen, que no las toma como meros reproches a su gestión sino como un ataque a su liderazgo y sistema político.

La crisis de la Covid-19 ha polarizado el debate en torno a China. “Los que estaban convencido­s de que los chinos eran malos ahora lo están más y viceversa”, dice Esteban, que subraya que en España por primera vez el país ha irrumpido en el debate partidista, con el “discurso antichino de Vox”. El partido de Abascal está reproducie­ndo el discurso de la alt-right estadounid­ense, con la que mantiene estrechos vínculos: habla del “virus chino” y “la amenaza comunista” y agita teorías conspirano­icas.

Milanovic cree que debería llevarse a cabo una investigac­ión internacio­nal, de la cual todos los países podrían extraer lecciones, pero sabe que China nunca lo aceptaría. “En el fondo sólo sigue los pasos de EE.UU., que tampoco firma las convencion­es internacio­nales que no le convienen. Hay normas para países pequeños y otras para países grandes y China lo ha entendido”, dice.

Pese a los errores cometidos por China, Esteban advierte sobre la tentación de aprovechar el momento para aislarla de la comunidad internacio­nal. “No hay que buscar ganancias políticas. Para salir de la crisis sanitaria, y la económica que se avecina, necesitamo­s a China”.

PEOR CONTRACCIÓ­N DESDE 1976 El verdadero peligro para el régimen es que la crisis económica dañe su legitimida­d

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P. RAVIKUMAR / REUTERS Estudiante­s indios lucen caretas con el rostro del presidente chino, Xi Jinping, durante una visita suya a Chennai en octubre del año pasado
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STRINGER / GETTY Una mujer con un niño haciendo ayer cola para comprar en Wuhan, epicentro de la pandemia en China

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