Todos para uno
En más de un momento, durante la travesía por la cordillera, acudió a mi mente aquella inmensa película de Gus Van Sant titulada Gerry, donde se cuenta cómo dos personajes se extravían en el desierto y cómo, de pronto, el reto físico trasciende y se convierte en una indagación espiritual. Nos veía desde fuera como a ellos la cámara, paso tras paso, sin parar, sin variar. ¿Dónde están nuestros límites? ¿Quién es el otro cuando nosotros nos hemos convertido en alguien que nunca antes habíamos visto emerger? El grupo no podía ser más dispar. Hasta cierto punto, parecíamos un experimento. Íbamos a convivir en una proximidad de cuerpo a cuerpo durante seis días en un medio hostil y desértico, sin ninguna clase de ayuda ni contacto con el exterior. Sin poder bañarnos, sin lavabo, sin electricidad, sin señal de internet. Desconectados y azotados por el viento, en un clima extremo que cambiaba más de cuarenta grados entre el día y la noche. ¿Facilitó las cosas que fuéramos todos argentinos y hablásemos el mismo idioma? ¿Allanó las dificultades que la franja de edad no fuera muy amplia y que la mayoría fuésemos mujeres? En algunas de nuestras conversaciones, claro está, fue inevitable que se recordara la tragedia de los Andes. Es un fantasma que se aloja allí. De lo que no cabe duda es de que, en gran parte, ese éxito tiene que ver con el buen hacer tanto en la intendencia, como en la ruta, como en el apoyo psicológico del equipo de “Solo montañas”. Desde aquí, un aplauso y un agradecimiento profundo a los guías, Alejandro, Exequiel, Esteban; al cocinero, Juan Pablo; y a los arrieros, César, Daniel y Agustín, quienes por sí mismos merecerían todo un reportaje aparte. Bravo.