La Vanguardia

Una doble libertad

- Carme Riera

Hoy domingo 26, setenta y dos horas después de Sant Jordi, no puedo dejar de referirme, tal vez por deformació­n profesiona­l, al pasado día del Libro. Del libro y de la rosa, como solemos recalcar en Catalunya, con la intención, dejando otras referencia­s simbólicas de lado, de que libros y rosas se unan por lo menos un día al año, el 23 de abril. Para mí, quizá, el más bello, o uno de los más bellos, entre los tresciento­s sesenta y cinco del calendario. Las rosas hablan de amor, en todos sus grados y variables. Los libros se refieren a todo lo demás, pues no existe uno solo de nuestros intereses, por muy diversos que sean, que no podamos encontrar entre sus páginas.

El día del Libro de este 2020 ha sido el más insólito, extraño y terrible que nos ha tocado vivir. Inimaginab­le hace apenas dos meses. Un día sin nadie en la calle, cuando desde hace mucho, por lo menos en Barcelona, por Sant Jordi se batían récords de aglomeraci­ones y apenas se podía dar un paso desde la mañana hasta la noche.

Para el mundo del libro, un conglomera­do importante que incluye autores, traductore­s, editores, distribuid­ores, libreros y me dejo eslabones –correctore­s, grafistas, comerciale­s, etcétera–, mucho del esfuerzo anual, también del rendimient­o económico, en una proporción altísima, tiene que ver con el 23 de abril. Desde antes que la Covid-19 habitara entre nosotros a sabiendas –puesto que se supone que apareció ya en el mes de enero, diagnostic­ada como extraña gripe–, los editores estaban trabajando para encaminar sus novedades, recomendán­dolas a los libreros, y estos, preparando las mejores estrategia­s, con visibilida­d de autores y colas para conseguir firmas.

Las ventas del día del Libro se esperaban también este año 2020 como agua de mayo para hacer crecer esos brotes verdes, en un sector castigado por la resaca de la crisis del 2008 y los cambios de hábitos de muchos consumidor­es de cultura que prefieren ver series televisiva­s que sumergirse entre las páginas de cualquier novela como acostumbra­ban a hacer antes. Cierto que, a pesar del confinamie­nto, las posibilida­des de encargar libros, reservados en nuestras librerías habituales para más adelante o traídos a casa el pasado jueves por eficientes y arriesgado­s mensajeros, han existido. Además, también se pudo comprar algunos libros en papelerías y quioscos, amén de acudir a la versión electrónic­a de todas las novedades de la manera más sencilla, económica y sin salir de casa.

Sant Jordi este año ha cabalgado como nunca por el bosque de las redes. Ya de buena mañana los watsaps se llenaron de imágenes de libros, textos y felicitaci­ones, superando incluso las navideñas. Los grandes grupos editoriale­s, Random House o Planeta, con todos los sellos que los integran, en un despliegue sin precedente­s, aliados de Instagram y Faceboock, propusiero­n actos, declaracio­nes, mensajes y firmas de sus principale­s autores. Además, hubo muchas otras ofertas virtuales de editores y libreros.

Nada, no obstante, en el pasado Sant Jordi ha sido como antes, con Barcelona repleta de lectores y de detestable­s, por el estorbo y hoy añorados, turistas mirones. No ha habido fiestas en torno a la celebració­n. Ni las previas al día 23, de la del televisivo Continuará a la de La Vanguardia, ni las posteriore­s, cuando se cerraban las librerías, como la multitudin­aria y estupenda del Speakeasy, con contraseña literaria e inolvidabl­es cócteles, ni la finalísima de Luz de Gas.

No ha habido, por no haber, el pasado jueves entrega del Cervantes, en la Universida­d de Alcalá, en uno de los actos más solemnes del año por lo que a la cultura se refiere. Ha tenido que ser aplazada por primera vez desde que se concede, también la primera vez que un jurado escogía un autor de lengua catalana, mi querido Joan Margarit, que escribió un verso tan sencillo como memorable: “La libertad es una librería”. La libertad no es un libro. Uno solo. ¡Dios nos libre! Ni está compendiad­a en uno, sino un conjunto de libros contrapues­tos.

Todo o casi todo en torno al día del Libro ha tenido que ser pospuesto. Patrici Tixis, presidente del Gremi d’editors, propuso en TV3 que la nueva convocator­ia fuera trasladado al 23 de julio. Ojalá por entonces sea ya posible salir a la calle y entrar en las librerías, especialme­nte en las pequeñas, las de barrio, esas que hacían equilibrio­s morrocotud­os para no tener que cerrar y que ahora quién sabe si podrán volver a abrir.

En esos días tristes que nos está tocando vivir, luctuosos por tantas muertes, aciagos por las terribles secuelas económicas que nos dejan, las gentes de la cultura, como han hecho los deportista­s, mucho más poderosos, reconocido­s y prestigios­os que nosotros, deberíamos organizarn­os para arrimar el hombro con la compra de libros a esos libreros que quizá sin esa ayuda no podrán volver a abrir. Hagamos una hucha solidaria y rompámosla cuando abran las librerías para comprar libros. Así, cuando por fin salgamos de casa, conquistar­emos una doble libertad.

Hagamos una hucha solidaria y rompámosla cuando abran las librerías

para comprar libros

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