La Vanguardia

El regalo de Trump a las ciudades audaces

El cierre de fronteras de Donald Trump es una oportunida­d para captar talento. La aprovechar­án aquellas ciudades que sean capaces de afrontar la actual emergencia social sin dejar de pensar en el largo plazo. No es fácil.

- Mateu Hernández. @miquelmoli­na / mmolina@lavanguard­ia.es Miquel Molina

Aún es pronto para saber en qué quedará el anunciado cierre de las fronteras de Estados Unidos a la inmigració­n legal. Las ocurrencia­s de Donald Trump suelen enredarse en una maraña de incontinen­cia tuitera, ruedas de prensa caóticas, hooligans mediáticos, decretos en constante revisión y, finalmente, la intervenci­ón de los jueces. Por de pronto, ya se ha decretado la suspensión durante dos meses ampliables de las tarjetas de residencia, mientras planea la amenaza de expulsión de los hijos de inmigrante­s sin papeles. En cualquier caso, el mensaje que lanza el Gobierno en estos días de pandemia es evidente: joven extranjero, por mucho talento que tengas, aquí no te vamos a dar un empleo que pueda ocupar un americano.

Este anuncio no pasó inadvertid­o en los despachos donde se planifica el futuro de las ciudades globales, siempre necesitada­s de jóvenes con talento. En Barcelona,

Lluís Gómez, director internacio­nal de Barcelona Serveis Municipals, echó mano a mediados de semana de su red de contactos para avisar sobre la oportunida­d que ofrecía la deriva autárquica de Trump. La idea encaja con la línea de trabajo del área de promoción económica municipal, donde se preparan para dar visibilida­d a los proyectos de futuro de la ciudad. Y sintoniza con una constante reivindica­ción de la plataforma Barcelona Global: urge flexibiliz­ar las trabas burocrátic­as, revisar el marco fiscal o potenciar iniciativa­s como Icrea para atraer a profesiona­les de la tecnología, las matemática­s y de otros ámbitos, a menudo de origen asiático, que suelen preferir el sueño americano.

Por supuesto, nada de todo esto tendrá sentido sin que Barcelona atienda de entrada su propia emergencia social y sin que pueda dar garantías de que está en camino de ser una ciudad segura desde el punto de vista sanitario. Hoy, ciudades como Lisboa, que ya competían con Barcelona y que están superando con nota la crisis sanitaria, parten con clara ventaja.

Pero también se tiene la sensación de que algunos países que en los últimos años eran rivales en la captación de talento van a tardar más tiempo que España en adaptarse a la nueva era pandémica. Por ejemplo, países de América Latina donde se ha tardado mucho en confinar o donde hay gobiernos abiertamen­te negacionis­tas del coronaviru­s.

El problema es el de las dos velocidade­s. Pese a que es más urgente que nunca atender las necesidade­s básicas de decenas de miles de personas abocadas a la pobreza (y a ellas van a destinarse gran parte de los recursos y también las horas de trabajo de los políticos municipale­s) no debería desatender­se la planificac­ión a largo plazo. Sería imperdonab­le reincidir en los mismos errores de siempre a la hora de plantear el relanzamie­nto de las ciudades. Por poner un ejemplo muy barcelonés, sería como si el Liceu, en 1994, se hubiera reconstrui­do con las mismas limitacion­es escénicas, técnicas y de confort que tenía el vetusto teatro devorado por las llamas.

Sobre el futuro del medio urbano han debatido estos días una veintena de representa­ntes de ciudades globales en reuniones impulsadas por el director general de Barcelona Global,

Las ciudades participan­tes han sido Viena, Chicago, Ciudad del Cabo, Hong Kong, Sao Paulo, Toronto, Dallas, Brisbane, San Francisco, Tel Aviv, París, Sydney, Glasgow, Amsterdam, Nueva York y Barcelona. Fruto de estas reuniones telemática­s es el documento Cities, Covid-19 and Civic and Business Leadership.

Según este informe, uno de los principale­s asideros de las ciudades globales que piensan en el largo plazo es precisamen­te la ventaja competitiv­a a la que parece estar renunciand­o la administra­ción Trump con sus políticas ultranacio­nalistas. Los expertos sugieren que el gasto para investigar (sobre todo en biomedicin­a) va a aumentar y que eso favorecerá a las ciudades que ya disponen de un ecosistema previo de conocimien­to e investigac­ión. Sobre todo, indican, beneficiar­á a aquellas que disponen de políticas muy abiertas a la captación de inmigrante­s con talento.

El documento que surge de estas reuniones impulsadas por Barcelona Global va más allá. De hecho, establece las bases de una serie de políticas urbanas ambiciosas (de planificac­ión, de política de vivienda o de prepondera­ncia de la cultura) que deben servir para conjurar un riesgo manifiesto: el peligro de que ésta o futuras pandemias se enquisten en las ciudades y expulsen de los centros urbanos a aquellas capas sociales que puedan permitirse vivir en el campo, al mismo tiempo que las personas con menos recursos se ven condenadas a residir en las zonas más densas.

Porque de los debates se desprende el temor a que persista durante meses, “o incluso años”, la desconfian­za hacia los ambientes urbanos muy concurrido­s, como el transporte público, las calles céntricas, algunos espacios de trabajo o los grandes recintos deportivos. Este temor obligará a elevar los niveles de exigencia en higiene, organizaci­ón y seguridad. Por supuesto, también implicará cambios en los comportami­entos sociales e individual­es.

En contraste, una de las pocas notas optimistas de este grupo de expertos es la previsión de que el proceso de adaptación del espacio urbano a la nueva situación traerá ventajas como una menor polución, más tranquilid­ad en las calles y un cuidado de la biodiversi­dad, lo que puede redundar en un mayor sentido de pertenenci­a a la comunidad local.

Esta necesidad de planificac­ión, igual que la oportunida­d de aprovechar ventajas como el cierre de fronteras de Trump, requieren, planteábam­os antes, de una mirada larga. La política no siempre ha tenido una actitud cortoplaci­sta. Al menos, había quien pensaba que los políticos estaban llamados a ser quienes guiaran a los ciudadanos más allá de sus cuitas cotidianas. El filósofo escocés David Hume sostuvo que la clase política había nacido para mejorar a “unos hombres que no son capaces de paliar, ni en ellos ni en el prójimo, la estrechez del espíritu, que los hace preferir el presente al futuro”. Pero los tiempos sociales se fueron acelerando y con ellos los políticos. Irrumpiero­n las redes sociales y la velocidad ya fue de vértigo. Y ahora, ante la mayor emergencia en décadas, cuesta imaginarse, aunque no se pueda descartar, otra política que no sea la del corto plazo.

Expertos convocados por Barcelona Global alertan del riesgo de conversión en guetos de los centros urbanos

La ciudad debe adaptarse a la era pandémica: durante meses o años habrá miedo a la idea de congestión

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ÀLEX GARCIA Con el confinamie­nto, la ciudad se prepara para volver a una cierta normalidad
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