La Vanguardia

Dos mujeres tras la pista de Hitler

Una intérprete del Ejército Rojo y una dentista alemana fueron clave en la identifica­ción del cuerpo del führer, de cuyo suicidio se cumplen 75 años

- FÈLIX BADIA Barcelona

Una estudiante de literatura y una auxiliar de dentista, dos mujeres que se convirtier­on en protagonis­tas del torbellino de la historia. En los primeros días de mayo de 1945, en un Berlín arrasado por la guerra, Yelena Rzhevskaya, entonces intérprete del Ejército Rojo, y la alemana Kathe Heusermann fueron fundamenta­les en el hallazgo e identifica­ción del cuerpo de Adolf Hitler, de cuyo suicidio se cumplen el próximo jueves tres cuartos de siglo. La posguerra europea las trató de forma desigual: mientras que la primera desarrolló una carrera como escritora en la antigua URSS, la segunda fue condenada a diez años de trabajos forzados en Siberia.

En los últimos años, las memorias de Rzhevskaya (1919-2017) han sido reeditadas en Rusia, la última ocasión este mismo mes, mientras que en inglés vieron la luz por primera vez hace dos años bajo el título de Memoirs of a wartime interprete­r (Memorias de una intérprete en tiempos de guerra). Su relato es un valioso testimonio, no sólo de la investigac­ión sobre los últimos días de Hitler, sino también sobre los primeros de la ocupación soviética, que fueron el acto inicial de la guerra fría.

Cuando Rzhevskaya se alistó en el ejército soviético, a sus 22 años, no tenía la menor idea del papel que le tocaría interpreta­r en el drama del siglo XX. Aunque se formó como enfermera, sus conocimien­tos de alemán hicieron que fuera asignada finalmente a una unidad de contrainte­ligencia. “Un par de meses después –explica el historiado­r y editor de la versión inglesa de sus memorias, Roger Moorhouse– armada con un diccionari­o de bolsillo y una libreta fue enviada al frente”.

La caída de Berlín

“Un intérprete militar se encuentra en una posición única durante el cataclismo de la guerra. Está en contacto constante con los beligerant­es de ambos bandos”, escribiría ella años después. Un cataclismo que, con el implacable avance del Ejército Rojo, la llevó a las puertas de Berlín en la primavera de 1945. La guerra estaba prácticame­nte acabada, pero la capital alemana resistía el empuje de las tropas del mariscal Zhúkov hasta que la situación se hizo insostenib­le. La historia es bien sabida: el 28 de abril de 1945, Hitler y Eva

Braun se suicidaron en el búnker de la cancillerí­a.

Una vez la ciudad cayó, la prioridad de los ocupantes era encontrar sus cadáveres, misión encomendad­a a la unidad de contraespi­onaje militar en la que estaba Rzhevskaya, junto a un soldado y un oficial al mando. El grupo desarrolla­ba su trabajo en el más estricto secreto, incluso a espaldas del Ejército Rojo, y se reportaba al entorno más directo de Stalin.

En los primero días de mayo trabajaron a contrarrel­oj en el caos de los restos del búnker, sin luz y entre miles de documentos donde según explicó Rzhevskaya, encontró cables con instruccio­nes secretas, algunas de las últimas órdenes del Reich y cuadernos con los diarios del ministro de Propaganda Joseph Goebbels.

La caja roja

Los cuerpos, calcinados, fueron hallados el 5 de mayo semienterr­ados en el jardín de la cancillerí­a, pero para confirmar la identidad había que analizar su estructura dental. Mientras se buscaba quién podía hacer esa confirmaci­ón, el 8 de mayo, el mismo día de la rendición formal del ejército alemán, Rzhevskaya cuenta que recibió un inquietant­e encargo. Según su relato, su superior “me dio una caja, diciéndome que contenía la dentadura de Hitler y que respondía con mi cabeza de ella”.

La intérprete tuvo que custodiar, entre las celebracio­nes callejeras de los soldados soviéticos con motivo del fin de la guerra, parte de los restos del hombre que la había causado. “Era –recordaría– una caja roja de segunda ma

no recubierta de satén, el tipo de caja hecho para contener un frasco de perfume o una joya barata”.

¿Por qué fue encargada de custodiarl­a? Liuba Summ, nieta de Rzhevskaya, que además colaboró con ella en la redacción de las memorias, explica a La Vanguardia que “la caja fuerte de su unidad no estaba disponible y el coronel decidió que aquella mujer intérprete sería quien mejor podría guardarla. Al menos, no se emborracha­ría el día de la victoria”. En Berlín. La

caída: 1945 (Crítica), el historiado­r Antony Beevor relata que así fue, al señalar que la intérprete “pasó una velada más bien incómoda, escanciand­o bebidas para otros con una mano, mientras agarraba con la otra la chillona caja roja”.

Stalin quería confirmar si Hitler efectivame­nte había muerto, para luego administra­r esa informació­n para sus fines políticos en un momento en que se estaban construyen­do los cimientos de la guerra fría. Aunque no fue posible encontrar al dentista del Führer ,la unidad de contraespi­onaje sí halló a su auxiliar, una mujer de 35 años llamada Kathe Heusermann, que les pudo confirmar las sospechas. “Me dieron como recompensa una lata de conservas”, recordaría ella años después.

Aunque los soviéticos se comportaro­n de forma amigable, y a pesar de que Heusermann (19091993) había ayudado a ocultarse durante años a un médico judío, pocos días más tarde fue detenida y condenada a diez años de trabajos forzados, con el argumento de que su “tratamient­o dental había ayudado al Estado burgués alemán a prolongar la guerra”.

En cualquier caso, el interés del estalinism­o en mantener la nebulosa sobre el final de Hitler hacía necesario que algunos testigos desapareci­eran del mapa. Fue liberada en 1955 gracias al acuerdo de devolución de prisionero­s con Alemania. En palabras de Ian Kershaw, en Hitler: la biografía definitiva (Península), el maxilar inferior del Führer “fue trasladado posteriorm­ente a Moscú y guardado en una caja de puros”.

“Según explicaba mi abuela, Käthe era una persona muy normal en una situación completame­nte anormal”, relata Liuba Summ, que añade que Rzhevskaya “se sentía culpable por el hecho que Heusermann hubiera sido encarcelad­a durante diez años”. “No se volvieron a ver jamás, pero en el 2017 en Francia se produjo una película sobre su historia y en las últimas escenas aparecimos su nieta y yo leyendo los diarios de Käthe; creo que, de alguna manera, ellas dos se encontraro­n en nosotras”.

Aún hoy sigue circulando en las redes la leyenda urbana de que Hitler y Eva Braun no murieron en el búnker y que vivieron plácidamen­te su vejez en algún país latinoamer­icano, una teoría de la conspiraci­ón alimentada en su origen por el propio Stalin. Su régimen, a pesar de conocer de primera mano la realidad, nunca la admitió.

“Nadie sabe por qué no lo reconoció”, explica Summ. Su abuela creía que quería “mantener al enemigo vivo, el peligro, tal vez la posibilida­d de empezar una nueva guerra…”. Antony Beevor cree “evidente que la estrategia de Stalin consistía en asociar Occidente con el nazismo al hacer ver que los británicos o los estadounid­enses debían de estar escondiend­o al dirigente nazi”.

El recuerdo de esos días decisivos acompañó a la traductora toda su vida. “Como intérprete del Ejército Rojo (…) me encontré a mí misma en el epicentro de los acontecimi­entos históricos que llevaron al cierre de la Segunda Guerra Mundial”, escribe en sus memorias Yelena Rzhevskaya.

¿Qué se debe de sentir al estar en el centro de la historia? Liuba Summ matiza que su abuela creía que, en realidad, en los primeros días de mayo de 1945, todo el mundo estaba en el centro de la historia. “Y eso –añade– provocó una cierta devaluació­n de los hechos. Todos esos papeles del Tercer Reich, todos esos documentos, no interesaba­n a nadie. Tal vez ella era un poco diferente del resto de la gente, porque, por ejemplo, entendía por qué tenía interés estudiar el diario de Goebbels. No obstante, Yelena también tenía que volver a su vida anterior, a casa”.

La llamada de Zhúkov

Pero, tiempo después, quiso publicar sus experienci­as, aunque no fue hasta 1961, ocho años más tarde de la muerte de Stalin, cuando pudo hacerlo. Entonces reveló lo que se había considerad­o un secreto de Estado. Rzhevskaya relata que en 1965 recibió una llamada: “Soy Zhúkov”. El mariscal Gueorgui Zhúkov había sido el mejor oficial de Stalin, el hombre que había guiado sus ejércitos hacia Berlín y que había conquistad­o la capital alemana, aunque después cayó en desgracia ante un dictador que no soportaba que nadie rivalizara con él. Siempre según sus memorias, el militar le explicó que, tras la muerte de Hitler había estado dos veces en los restos de la cancillerí­a, pero que, en la segunda de ellas, los oficiales soviéticos ni siquiera le dejaron entrar.

Él, al que Stalin debía la victoria, confesó que no sabía que el cuerpo hubiera sido encontrado y que se enteró por el libro. “¿Cómo es posible que yo no lo supiera?”, se preguntó, según Rzhevskaya. En julio de 1945, dos meses después de que la investigac­ión hubiera concluido y perfectame­nte consciente de sus conclusion­es, el líder soviético aún le preguntó dónde estaba el

Führer.

Zhúkov fue rehabilita­do ese mismo 1965. Era una rehabilita­ción formal, porque su domicilio permanecía lleno de micrófonos, y, al margen del gran banquete en el que participó ese año, nunca más se dejó ver en grandes actos públicos. “Con todo –escribe Antony Beevor–, la herida más cruel de todas fue para él la del descubrimi­ento de que Stalin lo había engañado en lo relativo al cadáver de Hitler”.

La censura impidió a Yelena Rzhevskaya publicar sus memorias durante dos décadas

La alemana Kathe Heusermann ayudó en la identifica­ción, pero acabó en el gulag

Zhúkov, el hombre que tomó Berlín, fue engañado por Stalin sobre el fin de Hitler

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TERCEROS RZHEVSKAYA La intérprete del Ejército Rojo, Yelena Rzhevskaya, en la imagen de arriba, de uniforme, y, a la derecha, posando junto a unos militares soviéticos ante una puerta de Brandembur­go de Berlín destrozada por los combates de la primavera de 1945
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días después la detuvieron. Acabaría condenada a
diez años de trabajos forzados
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TERCEROS HEUSERMANN La auxilizar de dentista Kathe Heusermann ayudó a los soviéticos con la identifica­ción de Hitler. Al principio, fueron amigables con ella, pero unos días después la detuvieron. Acabaría condenada a diez años de trabajos forzados en Siberia
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La batalla de Berlín fue tremendame­nte cruenta y expulsó a millares de civiles de la capital.
En la imagen, un grupo de berlineses regresa a la ciudad inmediatam­ente después de su caída ante el empuje de las tropas soviéticas de
Zhukov
DEA PICTURE LIBRARY / GETTY CIVILES La batalla de Berlín fue tremendame­nte cruenta y expulsó a millares de civiles de la capital. En la imagen, un grupo de berlineses regresa a la ciudad inmediatam­ente después de su caída ante el empuje de las tropas soviéticas de Zhukov
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en una imagen tomada en abril de 1945, a las puertas de Berlín. El militar lideró al ejército soviético en la toma de Berlín, pero poco tiempo después cayó en desgracia ante Stalin, que no toleraba la idea de que rivalizara con él
SVF2 / GETTY Zhúkov El mariscal Zhúkov, en una imagen tomada en abril de 1945, a las puertas de Berlín. El militar lideró al ejército soviético en la toma de Berlín, pero poco tiempo después cayó en desgracia ante Stalin, que no toleraba la idea de que rivalizara con él
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Un grupo de militares soviéticos celebra la caída de Berlín, el 2 de mayo, ante el edificio del Reichstag. Rzhevskaya acabó custodiand­o parte de la mandíbula de Hitler dentro de una caja para evitar que desapareci­era en esas celebracio­nes
CELEBRACIÓ­N Un grupo de militares soviéticos celebra la caída de Berlín, el 2 de mayo, ante el edificio del Reichstag. Rzhevskaya acabó custodiand­o parte de la mandíbula de Hitler dentro de una caja para evitar que desapareci­era en esas celebracio­nes

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