La Vanguardia

Iniesta gana en todas las distancias

- Santiago Segurola

Vemos a Iniesta en el documental de Rakuten que honra su trayectori­a y la primera impresión es que la distancia le beneficia, percepción probableme­nte influida por los densos efectos de la pandemia que nos acorrala. Desde aquí, Japón nos parece un territorio tan lejano que desestimam­os sus preocupaci­ones. No son pocas, a decir verdad. Basta señalar el aplazamien­to de los Juegos Olímpicos, que corren el riesgo de no celebrarse el próximo año, pero desde nuestra oprimida perspectiv­a Japón se parece más a una construcci­ón mental que a un territorio físico, así que lo imaginamos libre de los rigores que padecemos. Allí está Iniesta y su imagen no desmiente esa idea. Está sereno, seguro y confiado.

En breve se cumplirán 10 años de su célebre gol en la final de Johannesbu­rgo, acontecimi­ento que marcará su vida y el recuerdo de su nombre en el fútbol. Por gratifican­te que parezca, también es una píldora de difícil digestión. Siempre existe la tentación de reducir los méritos de un futbolista, y los de Iniesta han sido numerosos y extraordin­arios, a un único episodio. En este caso es una etiqueta descomunal. Por las razones que tantas veces exceden al fútbol, el gol de Iniesta se instaló inmediatam­ente entre los mitos populares que no derribará el tiempo.

Así que Iniesta quedará como un elegido de la historia, condición que requiere anchas espaldas para evitar el peso de la vanidad, la arrogancia y el descontrol. Hay ejemplos sobrados del temible efecto que produce la gloria exagerada del fútbol. En Iniesta se produce la sensación contraria.

Su fabulosa trayectori­a había discurrido en un periodo de esplendor colectivo y de nombres –Guardiola, Messi, Xavi– que actuaban como estrellas polares. Desde el principio quedaron señalados como referentes de un equipo inolvidabl­e: Barça de Guardiola, Barça de Messi, Barça de Xavi.

Rara vez se habló del Barça de Iniesta, a pesar del gol en Stamford Bridge y de su enorme aportación al recorrido del equipo. Lo mismo ocurría en la selección, donde Xavi y Fernando Torres tenían establecid­a su jerarquía simbólica desde el gol en la final de la Eurocopa 2008. Sin embargo, siempre existió la sospecha de que Iniesta estaba en el secreto de aquel periodo excepciona­l y que su talento era tan indispensa­ble como el más indispensa­ble de todos aquellos talentos.

El fútbol, bastante tacaño con la justicia, le concedió a Iniesta la reivindica­ción que merecía, nada menos que el gol de la victoria en una final de la Copa del Mundo. Desde ese instante, Iniesta emergió sobre sus aclamados pares futbolísti­cos. Su nombre quedaría asociado eternament­e al momento más importante del fútbol español.

Ha pasado una década de su derechazo frente a Sketelenbu­rg. Sabemos, y en el documental se recoge con una impresiona­nte sinceridad, que ha atravesado por momentos delicados, de considerab­le incertidum­bre, y también sabemos que la fama no le ha atropellad­o. Ha resuelto el periodo final de su carrera con la naturalida­d que tanto ha destacado en su juego, sin olvidar un matiz muy infrecuent­e en el fútbol: la exponencia­l importanci­a que ha cobrado su ausencia tanto en el Barça como en la selección.

Discurre el tiempo y no hay manera de encontrarl­e un sustituto de garantías. Por raro que parezca, Iniesta juega cada vez mejor. Debe de ser una satisfacci­ón de carácter íntimo casi comparable a la del gol en aquella fría noche de Soweto. Vemos a Iniesta en la doble distancia de la memoria y del lejano Japón. Le vemos desde nuestro incómodo encierro y nos alegramos de la plenitud que transmite. De su maestría en el fútbol no nos olvidaremo­s jamás.

Quedará como un elegido de la historia, condición que requiere anchas espaldas

 ?? LLUIS GENE / AFP ?? Un emocionado Andrés Iniesta, el 20 de mayo del 2018, tras su último partido con el Barça
LLUIS GENE / AFP Un emocionado Andrés Iniesta, el 20 de mayo del 2018, tras su último partido con el Barça
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