La Vanguardia

El debate económico en Europa

Las discrepanc­ias en las negociacio­nes de la eurozona reflejan que hay economías con diferentes estructura­s y necesitan diferentes salidas.

- Manel Pérez

“Alrededor de Alemania, como eje central, se agrupó el resto del sistema económico europeo; y de la prosperida­d y empresas alemanas dependía principalm­ente la prosperida­d del resto del continente. El desarrollo creciente de Alemania daba a sus vecinos un mercado para sus productos, a cambio de los cuales la iniciativa del comerciant­e alemán satisfacía a bajo precio sus principale­s pedidos”. Así describía John Maynard Keynes, hace justamente 100 años, el papel de Alemania en la economía europea. Y, en buena medida, a escala aún mayor, así siguen siendo las cosas ahora en el Continente; Alemania en el centro, como economía hegemónica hacia la que convergen todas las miradas. Cuando se para, sufre el resto, cuando se activa, es la locomotora.

Por eso la negociació­n sobre el coste económico de la crisis del coronaviru­s y la futura financiaci­ón de la recuperaci­ón se convertirá, como ya sucedió en la crisis del euro, en un debate sobre las intencione­s y las aspiracion­es de Alemania respecto a Europa y la moneda única.

La última discusión entre los socios durante la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno del jueves encalló en el mismo punto en el que ya lo hizo en la reunión previa del Eurogrupo, ministros de Finanzas. ¿Quién pagará la factura? ¿Los estados nacionales, cada uno en función de su situación económica, o el conjunto de la comunidad, aportando recursos para que los primeros no queden aplastados bajo una montaña de deudas?

Italia, España y Francia –el sur–, ordenado en función de la urgencia de sus problemas, apelan a la solidarida­d europea a la vista de su elevado endeudamie­nto; Alemania, Países Bajos, Austria, Finlandia y Suecia, –el norte y el centro– piensan que es injusto hacerles pagar simplement­e porque ahorran más y deben menos.

Son los dos elementos, centro y periferia, de ese motor combinado que tan sencillame­nte describía Keynes unas líneas más arriba. En el mundo del euro, el norte es la potencia industrial y el sur el consumidor de los productos del “comerciant­e alemán”. El núcleo en torno a Alemania vende a los vecinos meridional­es mercancías, tecnología y servicios de alto valor.

El sur compra los competitiv­os productos de sus vecinos septentrio­nales y a cambio les ofrece servicios - turismo y segundas residencia­s entre los más conocidos, aunque no los únicos, afortunada­mentey también cuando eso no llega, se endeuda.

Año tras año, Alemania y sus vecinos más próximos, acumulan excedentes que le permiten ahorrar y reducir sus deudas. Incluso exportan dinero, prestando a bancos y estados de medio mundo, especialme­nte a los de sus socios continenta­les.

Los primeros, los compradore­s, se sienten maltratado­s y reclaman compensaci­ones, especialme­nte cuando vienen las crisis. Los segundos, los vendedores, piensan que quieren birlarles la cartera de sus ahorros. Es un peligroso cruce de reproches, implícito cuando imperan las buenas formas diplomátic­as; explícito, cuando algún representa­nte neerlandés pierde el control.

Como consecuenc­ia de la crisis financiera del 2008, Alemania buscó alternativ­as a la brusca caída de las importacio­nes del sur de Europa, en mercados como el Chino o el de EE.UU.. Con notable éxito, por cierto, como se pone de manifiesto cada vez que Donald Trump, el presidente norteameri­cano, apunta agresivame­nte contra las empresas alemanas por sus exportacio­nes a su país o sus relaciones con China.

Pese a ello, Europa sigue siendo el territorio operativo natural de la economía alemana. La parte del león de su excedente comercial proviene de ella, especialme­nte de Francia, un cuarto del total. Italia y España quedan a una distancia incomparab­le.

Sobre esa dinámica se ha fundamenta­do hasta ahora el debate entre las dos zonas, en la crisis del euro. Unos reivindica­n el papel de mercado, ser compradore­s de los productos de los otros. Estos,

su fuerza competitiv­a y su ahorro, convertida­s en deudas de aquellos . Ambos han visto salir el dinero de su bolsillo. Las peleas de acreedores y deudores que presidiero­n la crisis del euro y que ahora vuelven a aflorar.

En el fondo, son reflejos políticos de países con dos estructura­s económicas diferentes. En las que la convergenc­ia viene dictada por las necesidade­s económicas del más poderoso. Como es bien evidente en el caso de Francia, con crecientes parecidos con sus vecinos del sur. Por eso ahora, pese a la recuperaci­ón, los países del sur tienen más deuda y menos margen para hacer frente a al crisis.

La anterior crisis desembocó en una discusión entre acreedores (bancarios) y deudores (estatales). Pero el sistema ha seguido cambiando. Tras los rescates y los ajustes, los países del Norte tuvieron más fácil acceso a la financiaci­ón barata, mejor capacidad humana y menores secuelas de la crisis. Y una estructura económica que desemboca en el ahorro. Si antes, de la Gran Recesión su capacidad competitiv­a era superior, ahora es aún mayor.

La integració­n de la eurozona ha permitido a las empresas más fuertes, en cabeza las alemanas, crear grandes cadenas de valor y de suministro, incluso especializ­ar sectores a escala continenta­l, del automóvil a la química, para mejorar su potencia exportador­a mundial. Esta es la realidad de la economía europea.

Ahora pues, los términos del debate se combinan, Al anterior entre prestamist­as y prestatari­os se suma la disputa sobre el coste del servicio entre el contratist­a que decide la carga de trabajo y el que la recibe.

Una negociació­n diabólica. Pedro Sánchez y Giuseppe Conte, jefes de Gobierno de España e Italia, también el ya impopular Emmanuel Maccron, presidente francés, temen verse condenados a las tinieblas de los ajustes, recortes y subidas de impuestos para hacer frente a las deudas que les obliga a contraer la campaña contra el coronaviru­s y sus efectos económicos.

Angela Merkel, la canciller alemana, tiene que explicar a sus conciudada­nos que hay que ayudar a los socios del sur tras años de discursos presentánd­olos como despilfarr­adores y poco amigos del trabajo. Ser una potencia exportador­a implica, entre otras cosas, consumir mucho menos de lo que se produce. El debate es complejo. Pero los dos lados saben también que sin un compromiso no habrá vencedores y todos estarán en el campo de los vencidos. Esa es la fuerza que mantiene vivas las conversaci­ones y la esperanza de los europeos.

A la anterior diferencia entre acreedores y deudores se suma ahora la del contratist­a con el suministra­dor

El sur se reivindica como comprador; el norte, como potencia competitiv­a, es el sino de la eurozona

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MONCLOA / EP El presidente del Gobierno debatiendo con sus socios europeos
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