La Vanguardia

Las aterradora­s cifras del virus en las residencia­s: ¿qué ha pasado?

Las cifras del impacto de la Covid-19 son aterradora­s; hasta un 20% de los más 5.000 establecim­ientos en España podrían estar afectados, con índices de letalidad de más del 10%

- IGNACIO OROVIO JAUME V. AROCA SANTIAGO TARÍN

La mejora en el cuidado de los dependient­es retrocedió tras la crisis del 2008; ahora se ha hundido

El trabajo social nunca ha contado con el apoyo público que sí tienen la sanidad o la educación

El impacto de la pandemia entre los mayores tiene y tendrá consecuenc­ias legales y políticas

Esta tarde cuando a las ocho salgan a aplaudir acuérdense también de las miles de trabajador­as –la inmensa mayoría son mujeres– de las residencia­s de ancianos.

No hay otro lugar donde la pandemia esté haciendo más daño, con un índice de letalidad que ha llegado a alcanzar en algún caso el 20% de los infectados, según reconoció el jueves Fernando Simón, el director del Centro de Coordinaci­ón de Alertas y Emergencia­s Sanitarias.

Si se cruzan los datos de los ancianos que viven en residencia­s y las cifras oficiales de muertes registrada­s en estos establecim­ientos por cada comunidad, el resultado causa asombro. En Madrid, un 9% de los usuarios habría perdido la vida con la Covid-19, un 8% en Navarra, un 4% en Catalunya...

Entre la población general el porcentaje de infectados fallecidos está por debajo del 4%.

Aún en plena crisis sanitaria, las diferentes fiscalías de toda España ya han abierto –los datos correspond­en al pasado jueves– un total de 207 investigac­iones sobre la situación de las residencia­s de ancianos. La mayoría son causas abiertas a instancias de familiares, personal e incluso directores de los centros afectados. Casi 90 de estas diligencia­s son penales. Esta batalla acaba de empezar.

Entre tanto está el día a día de estos centros,donde la crisis sanitaria

NACHO ÁLVAREZ

S. de Estado de Derechos Sociales

Debemos corregir esta situación; España tiene un modelo social más frágil que los países de nuestro entorno”

no amaina. La consellera de Salut en Catalunya, Alba Vergés, una de las comunidade­s, junto a Madrid, que han traspasado la tutela de las residencia­s al área de sanidad, señalaba el día 23 que había 122 residencia­s en una situación compleja y 25 en situación crítica.

En Catalunya existen 1.189 centros residencia­les entre públicos y privados. Esto significa que un 11%

CHAKIR EL HOMRANI

Conseller de Treball y Afers Socials

Los servicios sociales carecen de un anclaje público que ejerza de pilar, a diferencia de la sanidad o la educación”

de los centros residencia­les para ancianos en Catalunya estaría en riesgo. Fernando Simón estimó en entre el 10% y el 20% el número de residencia­s afectadas por la pandemia en toda España.

Ante la situación de emergencia, el 25 de marzo el Gobierno autorizó la contrataci­ón de personal no especializ­ado para hacer frente a las consecuenc­ias de la pandemia que

JOAN MARIA ADSERÀ

Dir. gen. de la Xarxa Santa Tecla

Desde la ley de Dependenci­a viven en las residencia­s los que tienen peor salud y son más vulnerable­s”

ha diezmado a las trabajador­as de las residencia­s, con toda seguridad, según denuncian los sindicatos, las más desprotegi­das entre quienes están en primera línea.

La experienci­a de M. –prefiere no dar su nombre como otros testigos de este reportaje– es demoledora. Licenciada en Ciencias Políticas, se inscribió en la bolsa de trabajo “para no quedarme en casa y por

que soy joven, no me da miedo el virus”. La llamaron a las dos horas, hizo un curso online de 90 minutos y lleva cuatro semanas trabajando. Está sustituyen­do al personal de baja de una pequeña residencia del área metropolit­ana que se quedó prácticame­nte sin trabajador­es y que ha sido intervenid­a por la Generalita­t. Ha muerto casi un tercio de los usuarios. “Pagan una mierda y me duele todo”. Una mierda son 918 euros al mes por jornadas que pueden superar las 12 horas.

El trato que se dispensa a algunos ancianos en estos centros es cruel, aunque haya especialis­tas que lo consideren inevitable en estos momentos. Al menos en tres casos descritos por trabajador­es entrevista­dos para este reportaje –un empleado en una residencia del Vallès Oriental, otra de Girona y una del área metropolit­ana de Barcelona– se acredita que algunos usuarios de estas residencia­s pasan ahora parte del día atados para evitar que se muevan y se contagien o contagien a los demás.

Este drama se podría haber evitado al parecer de J.G., un médico de una residencia del Maresme: “Teníamos la experienci­a de algunos países que iban por delante nuestro y nuestras autoridade­s no hicieron nada. Ha habido negligenci­a desde el primer minuto”.

Los más frágiles.

Pero ni es fácil gestionar esta crisis ni todo el mundo lo ha hecho mal. “Los efectos [de la pandemia] han sido proporcion­ales al tipo de población que tenemos porque, desde la aprobación de la ley de Dependenci­a, en las residencia­s vive la gente más frágil”, razona Joan Maria Adserà, director general de Xarxa Santa Tecla, que gestiona cinco centros sociosanit­arios en el área de Tarragona.

“Veinte años atrás las residencia­s a menudo eran pequeños apartament­os donde vivía la gente mayor”. Ahora viven en la residencia­s los más enfermos. Cuanto peor es su estado más fácil es obtener la ayuda pública para ingresarlo­s. Y aun así hay unas largas listas de espera.

La ley de Dependenci­a del 2006, que las comunidade­s han ido adaptando, pretendía garantizar el derecho a un envejecimi­ento digno, pero ahora ha convertido algunas residencia­s en una trampa mortal en esta pandemia.

Es una contradicc­ión desoladora que debería poner en guardia a la generación que hoy tiene padres mayores: por mil motivos –cada uno tendrá el suyo– no todos estamos en condicione­s de cuidarlos en su peor momento.

De los casi 300.000 usuarios de estos servicios en España, 226.000 superan los ochenta años. Una edad frágil de la vida.

Y ahí emerge la primera duda que perdurará más allá de la pandemia. Nacho Álvarez, el recienteme­nte nombrado secretario de Estado de

Derechos Sociales, subraya que “en términos generales [las residencia­s] son centros sociales, no sanitarios, y por tanto estaban escasament­e preparadas para una pandemia de este tipo. El desbordami­ento del sistema sanitario ha dificultad­o su medicaliza­ción”.

Un modelo precario.

Chakir el Homrani, el conseller de Treball, Afers Socials i Família en la Generalita­t catalana, comparte esa idea. “Las residencia­s han tendido a fomentar el envejecimi­ento activo. No son hospitales, y la pregunta que nos hemos de hacer es si queremos que lo sean”.

El interrogan­te es si queremos o podríamos permitírno­slo. El actual modelo depende en gran medida del sistema público, pero está soportado por una red esencialme­nte privada que obedece a su propio equilibrio económico.

Para que se entienda: en España había –en datos del 2019– 381.158 plazas de residencia. De ellas, el 60% son públicas y el 40%, privadas. Pero en realidad este reparto se sustenta sobre sólo algo más de un millar de equipamien­tos públicos. El resto, más de cuatro mil, son establecim­ientos privados que ofrecen plazas públicas concertada­s. El grueso de la red pública está, en realidad, en manos privadas.

Sin menoscabar a quienes han hecho y hacen bien su trabajo, Gracia Álvarez, la secretaria de salud, servicios sociosanit­arios y dependenci­a del sindicato UGT, considera que ha fallado el control de la administra­ción: “Había que poner límites a la ganancias, y no se ha hecho”, reprocha .

El Homrani señala lo que para él es uno de los dilemas que va a poner sobre la mesa la crisis del coronaviru­s. El sistema social, y no sólo las residencia­s, “carece de un verdadero anclaje público que ejerza de pilar, como sí ocurre con la sanidad o la educación”.

Para el conseller, esa es una opción que ha asumido toda la sociedad y que guarda relación con una visión “no universal” de estos servicios.

Víctimas del crac del 2008.

“Este sector arrastraba problemas innegables: centros erosionado­s por los recortes y las políticas de privatizac­ión de la última década, trabajador­es en condicione­s muy precarias y con plantillas infradotad­as, ausencia de medios… Los profesiona­les del sector están haciendo estas semanas un esfuerzo titánico, pero el modelo venía ya lastrado del pasado”, sostiene Álvarez.

Lluïsa Moret, alcaldesa de Sant Boi, en el área metropolit­ana de Barcelona, y responsabl­e del área social de la Diputació de Barcelona, suscribe las afirmacion­es del secretario de Estado. “En el 2006 –año de la aprobación de la ley de Dependenci­a– se abrió la puerta a que las nuevas generacion­es pudieran emancipars­e del cuidado de sus padres”. Socialment­e fue un avance significat­ivo que en realidad no hacía más que equipararn­os con otros países –donde hoy la pandemia está provocando estragos similares en las residencia­s– en los que el sentido de servicio universal está mucho más extendido. “Sin embargo –puntualiza Moret–, la crisis que empieza en el 2008 paralizó el desarrollo de la ley y a medida que ha pasado el tiempo se ha ido precarizan­do más y más”.

Paradójica­mente, esta pandemia se ensaña con la generación que precisamen­te edificó el primer estado del bienestar en España.

¿Fue un error la ley de Dependenci­a? “No, para nada –sostiene Moret–. El error es haber puesto en marcha un nuevo derecho y no consolidar­lo, dejarlo a medias. ¿Cual es el primer gasto que se recortó a medida que los conciertos se rebajaban? El servicio sanitario”.

Las residencia­s no són fábricas.

El sindicato UGT ha hecho pública este fin de semana una declaració­n en la que recuerda que desde el 2017 ha denunciado en numerosas ocasiones la situación del sistema de dependenci­a y en particular de las residencia­s de ancianos.

Según este sindicato la precarizac­ión de las empleadas de estos centros ha sido la norma, y la inspección pública de los servicios –con capacidad para tutelar todo tipo de centros– no ha evitado la corrosión de un modelo que pretendía resolver dos cosas de una tacada: el cuidado de los mayores y la creación de un nuevo mercado de trabajo.

Esta es otra de las paradojas de la ley de Dependenci­a. Cuando fue impulsada por el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero se presentó como un yacimiento de empleo. Y lo ha sido. El número de empleados se ha multiplica­do en estos casi 14 años.

“El problema –sostiene Gracia Álvarez, de la UGT– es que las ratios de trabajador­as se han calculado en función de los beneficios, no de lo que se hace. Cuando somos mayores la vida es lenta y también los cuidados son lentos. Las residencia­s no son fábricas, no pueden serlo”.

La falta de transparen­cia, como acredita la escasez de informació­n estadístic­a compartida entre el sector público, el privado y las comunidade­s autónomas, es otro de los numerosos problemas del sector.

El futuro del sistema.

“Como reflexión de futuro digo que no puede ser que el derecho de todo ciudadano a un final digno de su vida recaiga en un 80% en el sector privado”, sostiene Antonio Cabrera, secretario general de Sanidad de Comisiones Obreras.

“Esta crisis nos ha puesto un espejo delante: España tiene un modelo social más frágil que los países de nuestro entorno. Deberemos corregir esta situación rápidament­e tras la crisis sanitaria”, afirma el secretario de Estado de Asuntos Sociales.

Por de pronto, lo más apremiante es resolver las deficienci­as que aún acusan muchas residencia­s para proteger a su personal. La directora de una residencia en la región metropolit­ana explica que en todo este tiempo la única ayuda que ha recibido durante esta crisis son tres botellas de hidroalcoh­ol de cinco litros. “Estamos a la espera de una tragedia”. Por el momento, en su centro no hay ningún caso conocido de Covid-19, pero eso no implica que no pueda ocurrir cualquier día.

Josep Carné es el presidente de la Federació d’associacio­ns de Gent Gran de Catalunya. Para este portavoz de los principale­s afectados por esta dramática historia el miedo es la principal carga de estos días. “El miedo al contagio y a contagiar, el miedo a no ser cuidado y a no poder cuidar y el miedo a que la edad se convierta en un prejuicio”.

En este sentido advierte algo que merece ser tomado en cuenta ahora que ya encaramos la salida de casa tras el confinamie­nto: “La gente mayor ha de poder salir a la calle aunque suponga un riesgo. Porque nosotros no nos podemos perder ni una de las primaveras que nos quedan por vivir”.

TESTIMONIO DE M.

Trabajador­a de una residencia

“Me apunté para trabajar porque soy joven y no temo al virus; pagan una mierda (910 euros al mes) y me duele todo”

LLUÏSA MORET

Serv. Soc. de la Dip. de Barcelona

No fue un error la ley de Dependenci­a; el error es haber puesto en marcha un derecho social y haberlo recortado”

GRACIA ÁLVAREZ

Sec. gen. de serv. sociales de UGT

“Se debería haber puesto límites a las ganancias (de las empresas que gestionan residencia­s) y no se ha hecho”

JOSEP CARNÉ

Presidente de la Fatec

“Hemos acumulado demasiados miedos: el miedo al contagio, a no ser bien cuidado y a que la edad sea un estigma”

 ?? QUIQUE GARCÍA / EFE ?? Un voluntario, en este caso de Open Arms, habla en la sala de estar de una residencia de Barcelona con una usuaria que fue trasladada a otro centro el pasado 16 de abril
QUIQUE GARCÍA / EFE Un voluntario, en este caso de Open Arms, habla en la sala de estar de una residencia de Barcelona con una usuaria que fue trasladada a otro centro el pasado 16 de abril
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