La Vanguardia

A propósito del principio de subsidiari­edad

- Ramon Espadaler R. ESPADALER PARCERISAS, secretario general de Units per Avançar

Uno de los debates que está suscitando la crisis del coronaviru­s en el plan político gira en torno al principio de subsidiari­edad. La habitual tensión entre el Gobierno central y las comunidade­s autónomas se ha visto incrementa­da de manera particular a partir de la declaració­n del estado de alarma que, en la práctica, ha limitado la capacidad de decisión de las comunidade­s autónomas en favor del Gobierno central.

Es bien sabido que el modelo territoria­l de España se acerca más al modelo federal, sin recibir el nombre y sin disponer de todos sus instrument­os (por ejemplo, de una verdadera cámara territoria­l), que en el modelo de un Estado centraliza­do como, por ejemplo, el francés.

Esta tensión entre el Gobierno central y las comunidade­s autónomas, aunque con matices, va más allá de la coincidenc­ia o no de los colores políticos de unos y otros y también (¡atención!) de las sensibilid­ades de cada uno de los territorio­s. Fijémonos que no son sólo vascos, gallegos y catalanes los que reclaman el retorno de la capacidad efectiva de decidir sobre lo que tiene que ser el proceso de desescalad­a del confinamie­nto, sino que también lo reclaman gobiernos autonómico­s dirigidos tanto por el PP, como por el mismo PSOE, con coalicione­s con terceros o sin. Unos y otros lo hacen apelando al principio de subsidiari­edad: la proximidad, dicen, otorga a las comunidade­s autónomas un mejor conocimien­to de la realidad.

Una evidencia que, sumada a la distribuci­ón competenci­al propia de nuestro modelo de Estado, les da razones sólidas.

Por todo ello, la lógica nos lleva a pensar que, más pronto que tarde, las comunidade­s autónomas tendrán que tomar parte muy activa en la toma de decisiones sobre la desescalad­a, como también lo tendrán que hacer los ayuntamien­tos. Una realidad que en ningún caso tiene que disminuir ni la capacidad ni la responsabi­lidad que el Gobierno tiene sobre una cuestión tan relevante como la salud pública. Pero el principio de subsidiari­edad aporta otra perspectiv­a que va más allá de la distribuci­ón de competenci­as (de poder) entre los diferentes niveles de gobierno, desde el europeo, hasta el municipal, pasando por el estatal y el autonómico. Una perspectiv­a que, desgraciad­amente, poco tenemos en cuenta. El principio de subsidiari­edad comporta, también, el respeto que los poderes públicos tienen que tener hacia la sociedad civil en sus diferentes expresione­s, sean estas familias u otros tipos de entidades intermedia­s.

Reivindica­r esta perspectiv­a será importante en la salida de la crisis de la Covid-19. Se avista una corriente de pensamient­o que, haciéndose eco de los estragos de un sector privado únicamente sometido a las leyes del mercado, defenderá la primacía de lo público, sin entrar en ningún otro tipo de considerac­ión. Ante esta realidad, me confieso firme defensor de la máxima “tanto mercado como sea posible y tanto Estado como haga” falta, la traducción práctica de la cual es la llamada economía social de mercado. Un modelo económico que, huyendo tanto de los postulados ultraliber­ales, como de los intervenci­onistas, concilia lo mejor del Estado, al cual asigna el papel de regulador en defensa de nuestros derechos, con lo mejor del mercado, como mecanismo capaz de crear riqueza y oportunida­des. Un modelo que se abre, por ejemplo, a la concertaci­ón público-privada en el terreno de la prestación de servicios, reservando para el Estado la potestad reguladora, entendida no como posibilida­d, sino como exigencia.

La lógica de la economía social de mercado se interpone, así, a las visiones extremas del intervenci­onismo y del ultraliber­alismo y persigue el bien común sobre dos premisas: la defensa de la igual dignidad de todas las personas y el respeto por su libertad con responsabi­lidad.

Más pronto que tarde, las autonomías deberán tomar parte muy activa en la toma de decisiones sobre la desescalad­a

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