Barcelona señala el camino
Con cautela, pero también con orgullo, queremos afirmar que Barcelona está señalando ahora mismo el camino para salir de la crisis causada por la pandemia. Con cautela, porque la política nos tiene acostumbrados a sus vaivenes y acritudes, y lo que hoy parece bien encauzado puede desbordarse de la noche a la mañana. Pero con orgullo también, porque las políticas del llamado pacto por Barcelona, basadas en la colaboración y el consenso entre distintas instancias políticas, institucionales y sociales, para acordar las estrategias de desarrollo ciudadano tras la crisis, permiten soñar un futuro mejor.
El pacto por Barcelona nació formalmente el martes en una reunión telemática, en busca de una respuesta consensuada ante una situación excepcional. Lo integran los partidos con representación municipal, también la patronal, los sindicatos, las universidades, escuelas de negocios, gremios, comerciantes, tercer sector, cuerpo consular, colegios profesionales, federaciones deportivas, editores, etcétera. Estos agentes sociales se reunirán periódicamente, al menos hasta finales del 2021, con el afán de diseñar conjuntamente la Barcelona post-covid-19.
Todo empezó en un pleno extraordinario a raíz de la pandemia, el día 17, en el que ya se esbozó esta idea de pacto de ciudad, inicialmente sintetizado en la buena disposición de los grupos para aprobar los presupuestos. El martes, como decíamos, se constituyó el pacto. Y durante el pleno de ayer, miércoles, empezó a implementarse en una sesión con muchas transacciones para que las mociones de distinto alcance que se trataron reflejaran propuestas conjuntas, previamente discutidas y pactadas. Casi todas ellas se aprobaron por unanimidad, apenas con alguna abstención, evitándose líneas rojas y bloqueos. Se está elaborando todavía el decálogo que debe vertebrar teóricamente el pacto. Y hoy empieza la negociación presupuestaria que reflejará la voluntad real de consenso de los partidos, pero que si llega a buen puerto tendrá la virtud complementaria de conseguir unas cuentas adecuadas a la actual coyuntura. En todo caso, el ambiente es distinto ahora en el Ayuntamiento de Barcelona al del primer mandato de la alcaldesa Colau, marcado por la pugnacidad. (Como lo es también la realidad económica: Barcelona cerró el 2019 con un superávit de más de 60 millones de euros, y las proyecciones auguran para este año un déficit de 300). Se imponen, pues, el clima de pacto y la idea de poner siempre Barcelona en el centro del debate; en el centro y por encima de diferencias partidistas. La noticia no nos puede satisfacer más.
Entre otros motivos, porque contrasta, para bien, con el enrarecido ambiente estatal. El primer problema en España, al igual que en Catalunya, es ahora la lucha contra la pandemia. Sin embargo, la reacción en los dos ámbitos es completamente distinta. La acción del Gobierno es sistemáticamente rechazada desde distintos frentes. Lo es desde Catalunya, so pretexto, no probado, de que aquí las cosas se hubieran hecho mucho mejor. Lo es ahora desde el País Vasco, donde el PNV se queja, con razón, de que el Gobierno central le pide que apoye sus medidas de calado sin consultarle previamente. Y lo fue ayer de nuevo en la sesión de control del Congreso de los Diputados: el PP volvió a acusar de mentiroso al PSOE, y Vox insistió en que se querellará contra el Gobierno por “acción criminal”. Así las cosas, la aprobación de una nueva prórroga del estado de alarma está en el aire.
Una inmensa mayoría de ciudadanos es consciente de la gravedad del problema al que nos enfrentamos, y también de la necesidad de unir o al menos coordinar fuerzas para superarlo cuanto antes. Los políticos electos, en tanto que gestores del interés colectivo, no pueden sino coincidir con ese sentir popular. O en caso contrario, prepararse para, antes o después, ceder su lugar a quienes sepan hacerlo.
Ante la crisis pandémica, contrasta la voluntad de consenso del Consistorio con las pugnas estatales