La Vanguardia

Parar en la fuente

- Julià Guillamon

La fuente de la mañana es una fuente risueña. Parece que acaben de dar el agua para que, cuando pasas por allí, recién salido de la cama, el chorro tenga reflejos de papel de plata de belén. La musiquilla es alegre: el sonido de estar acabando de llenar una botella. En este caso, la botella es la mañana primaveral. Como que el saúco ya tiene hojas y flores, y los alisos, ramas verdes, el sol ha de buscar tangentes para llegar al chorro y al reguero. Si el cielo está manchado de nubes, el juego de luces y sombras puede durar horas. Es una fuente para pasar el rato, con embeleso, y para ir con niños.

La fuente perdida se presenta ante las señoras mayores de buenas piernas. Miran las zarzas, apartan una rama con un palo somo si hubieran visto asomar una seta: con las lluvias de los últimos días se ha recuperado. Te lo explican, cuando te encuentran en el camino, y se sorprenden de que no sepas de que fuente hablan. “Si hombre, en la bifurcació­n: ¡no manaba desde hacía años!”

La fuente descapotab­le o a cielo abierto es un torrente que acaba en una fuente. Cuando está a punto de llegar a la pista, se hunde en un lecho de arena fina y en lugar de saltar, sale por un caño precario. “¿Vas a beber de ahí?”, me riñen, mientras señalan las ramas y las hojas podridas en medio del torrente. “¿No ves que la arena filtra?” Hago cazoleta y bebo un sorbo. Que gusto.

Esperas que con tanta lluvia la fuente discontinu­a bajará muy llena: llegas allí y la encuentras

Piensas que vas a encontrar la fuente seca, pero mana un chorro como un brazo y con un delicioso sabor de piedra

seca. ¿Cómo es eso? Te inventas teorías complicada­s de venas de agua y corrientes subterráne­as que vienen de muy lejos. “¡De Rusia!” –dice siempre Fermín, cuando habla del agua de la embotellad­ora–. Otro día piensas que vas a encontrar la fuente seca, pero mana un chorro como un brazo, con un delicioso sabor de piedra.

La fuente doble es una fuente que dejó de manar. Como que la pared sudaba, alguien plantó otro caño, un palmo arriba o hacia un lado. Ahora hay un caño seco y otro que fluye. Alrededor crece un musgo rizado, con unas gotitas cristalina­s. Excepciona­lmente, por haber llovido mucho, manan los dos.

La fuente que mana agua del grifo es una variante de la fuente descapotab­le o a cielo abierto. Tiras en el torrente el agua que llevas en la botella desde casa, para que se filtre y pase por el caño. Sin ninguna intención: para jugar.

La fuente deseada. Cuando hace rato que se te ha acabado el agua, te acercas al lugar donde sabes que hay una fuente. Los cien metros finales te vas arrastrand­o. Retiras unas algas verdosas con el dedo. Cuando el agua vuelve a fluir limpia, abres y cierras la boca como un pez.

En el camino de regreso te paras en la hondonada. Es un vertiente con tanta agua que, en la pared de piedra, en lugar de un caño han puesto cuatro. Produce tanta sensación de frescura y abundancia que no quieres marcharte de allí. Llegas a casa que es casi de noche. Vuelves a pasar por la fuente mañanera que ahora está a oscuras. Oyes el chorro como salpica. Toda la noche el agua irá fluyendo hacia la riera. ¿Para quien manan las fuentes?

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