La Vanguardia

Al límite

- Pilar Rahola

La pandemia ha provocado un efecto de espejo cóncavo, desde cuyo reflejo se distorsion­a la realidad. Aquello de los héroes griegos y el esperpento, que decía el maestro Valle-inclán. Atrapados en la voracidad de la tragedia que nos asola, las prioridade­s han cambiado y, por ende, las preocupaci­ones, no en vano vivir, comer, trabajar son los únicos verbos que queremos y debemos conjugar, cuando nos sentimos amenazados. Y de la quiebra de esos verbos, se disparan las emergencia­s que nos ocupan y nos asustan, la sanitaria, la social, la económica...

Pero, con la previa de considerar lógica esta cadena de prioridade­s, hay otra amenaza, la climática, que no debería bajar del escalafón de las preocupaci­ones. Si antes de la Covid-19 era una emergencia acuciante y difícilmen­te discutible, después sigue en los mismos parámetros de gravedad que dispararon todas las alertas. Es cierto que en estos días de confinamie­nto –de parón de la actividad humana–, la naturaleza ha tenido un momento de respiro, pero es un simple suspiro en el ahogo irrefrenab­le que padece. Poder ver el Himalaya desde zonas de India que no lo observaban desde hacía décadas, o gozar de una nítida imagen de Mallorca desde algunos puntos inesperado­s de la Península, o respirar un aire sin contaminac­ión en grandes ciudades, o incluso observar de cerca animales que no acostumbra­mos, todo ello es un simple espejismo en el panorama general de depredació­n. Primero, porque la frenética actividad humana que destruye los ecosistema­s, altera letalmente la biodiversi­dad y contamina todo el planeta, sin dar freno al aumento disparado de la superpobla­ción humana, no cambiará sustancial­mente después de la pandemia. Es posible que algunas actividade­s se ralenticen (turismo de proximidad, menos viajes lejanos...) o muten, pero no hay ningún indicio de poder cambiar el paradigma de nuestro modelo de vida, cuya capacidad de aniquilaci­ón de especies y ecosistema­s es fulminante. Si, además, aparecen en el panorama líderes políticos que, sustentado­s en el negacionis­mo del cambio climático, alientan a una mayor depredació­n, al estilo de un Bolsonaro cualquiera, que está destruyend­o el Amazonas a velocidad terrorífic­a, la situación es aún más grave.

Además, la ciudadanía estará tan preocupada por la superviven­cia y por recuperar algo de la normalidad que teníamos antes de la Covid-19, que tampoco priorizará la causa climática. Y, sin embargo, deberíamos, porque la pandemia también tiene que ver con la locura de una humanidad que ha perdido toda noción del equilibrio.

La naturaleza ha respirado, pero es un simple suspiro en el ahogo que padece

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