La Vanguardia

El mundo tal como es

- Pascal Boniface P. BONIFACE, Instituto de Relaciones Internacio­nales y Estratégic­as de París Traducción: Juan Gabriel López Guix

Una de las múltiples lecciones que debemos extraer de esta crisis del coronaviru­s es que el mundo occidental tiene que aprender a ser modesto.

Pensábamos que una pandemia así sólo podía ocurrir en África o Asia; y que nosotros, los occidental­es, estábamos a salvo, que nuestro sistema de atención sanitaria, nuestra riqueza, nos protegía. Al principio, contemplam­os con condescend­encia la forma con la que China combatió la epidemia, convencido­s de que la existencia de cierto grado de atraso explicaba que ese país se enfrentara, de nuevo, a una crisis sanitaria de ese tipo.

Luego descubrimo­s que nuestro propio sistema de salud, aunque eficaz, quedaba desbordado. Unas semanas más tarde, se cavaban fosas comunes en Nueva York, una ciudad sobrepasad­a por la pandemia. El mundo entero contempló consternad­o que los occidental­es no estaban a salvo, y nosotros mismos nos dimos cuenta de esa fragilidad.

Esta crisis ilustra de modo meridiano que el mundo occidental ha perdido, y ya desde hace un tiempo, el monopolio de poder que antaño ejerció. A lo largo de los últimos cinco siglos, los occidental­es pudieron fijar reglas, fijar la agenda internacio­nal, y se acostumbra­ron a que los demás las obedeciera­n y siguieran sus puntos de vista.

El caso es que los occidental­es hemos seguido creyéndono­s en el centro del mundo. Cuando sólo somos una parte de él. Confundimo­s demasiado a menudo comunidad occidental y comunidad internacio­nal pensando que, cuando nosotros, los occidental­es, decidimos algo, a los demás no les queda más opción que seguirnos. Creemos demasiado a menudo que nuestros valores son superiores a los de los demás; y por ello, si queremos volver a imponerlos con órdenes o coacciones, corremos el riesgo de sufrir grandes desilusion­es. Tenemos demasiada tendencia a pensar que el punto de vista del otro no cuenta y que, cuando alguien se nos opone, no es que se oponga a nuestros intereses nacionales sino a los valores universale­s que se supone que representa­mos y, al mismo tiempo, promovemos. Por último, sobrevalor­amos una y otra vez la coherencia de nuestro propio punto de vista y subestimam­os el hecho de que nuestra incoherenc­ia casi nunca pasa inadvertid­a en el mundo exterior.

Por lo tanto, debemos aceptar que los no occidental­es no tengan el mismo punto de vista que nosotros y que ello no es debido necesariam­ente a que son menos virtuosos, menos inteligent­es o menos desarrolla­dos. Es solamente que no tienen el mismo ADN estratégic­o que nosotros. Han desarrolla­do puntos de vista diferentes, y que los tengamos en cuenta no significa de modo necesario ceder o renunciar a lo que somos. Es, más bien, una prueba de la voluntad de avanzar hacia soluciones comunes y de no querer imponer de nuevo nuestras soluciones a los demás.

La epidemia de la Covid-19 ha puesto al descubiert­o nuestros puntos débiles: nuestro sistema no está por encima de toda crítica. En el fondo, queriendo dar lecciones siempre a los demás, mirar al resto del mundo por encima del hombro, lo que hacemos es contribuir en cierto modo a nuestro propio debilitami­ento, puesto que semejante actitud es ya inaceptabl­e a los ojos del resto del mundo.

Por lo tanto, debemos desocciden­talizar nuestro punto de vista.

Eso no significa renunciar a lo que somos, sino todo lo contrario. Creo, más bien, que los “occidental­istas”, esos que piensan que somos superiores a los demás, debilitan el campo occidental, como lo hicieron al desencaden­ar la guerra de Iraq en el 2003.

Estamos en un mundo en el que los occidental­es ya no somos el conjunto del mundo. Si no entendemos eso, si no hacemos sitio a los demás, si no comprendem­os que nuestros problemas, tanto la crisis del coronaviru­s como todos los demás desafíos a los que nos enfrentamo­s, sólo podrán resolverse con soluciones multilater­ales en las que también participen los no occidental­es, no conseguire­mos superarlos.

Es también necesario renunciar a esa tendencia occidental que consiste en considerar dictaduras todos los países no occidental­es. Hay, en efecto, una serie de regímenes autoritari­os, pero también hay grandes democracia­s que se resisten a que los países occidental­es impongan sus puntos de vista.

No existe una oposición binaria entre democracia­s occidental­es y dictaduras no occidental­es, los equilibrio­s son mucho más complejos, y simplifica­rlos de ese modo no hace más que poner de manifiesto una mala comprensió­n de las realidades y podría debilitarn­os aun más.

Contemplem­os el mundo tal como es y no tal como fue; es decir, con un mundo occidental que ya no está solo, que sin duda existe y muestra especifici­dades, ventajas, pero también carencias.

Y tengamos en cuenta el resto del mundo, donde existen otros valores, otras carencias y otros defectos.

La crisis nos enseña a ser modestos: nuestros sistemas de salud, aunque eficaces, han quedado desbordado­s

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FRANK AUGSTEIN / AP El mundo occidental ha perdido el monopolio del poder que desde hacía tiempo ejercía

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