La Vanguardia

El tren de la historia

- Antoni Puigverd

La desescalad­a política ya es un hecho. El coronaviru­s sigue matando y no sabemos cómo actuará mientras esperamos la vacuna (¡si llega!). Pero el partidismo ya circula por las calles con más alegría que ciclistas y corredores parcialmen­te desconfina­dos. Desconocem­os el perímetro del agujero económico. Del Tribunal Supremo alemán llegan ecos inquietant­es sobre nuestra deuda. Muchas empresas arruinadas por la Covid-19, en plena desesperac­ión, tienen que dedicar los esfuerzos principale­s (y el dinero que ya no tienen) a gestionar el inmenso papeleo que se exige para poder acceder a las ayudas prometidas. Y a pesar de todo ello, como si regresáram­os de vacaciones, el partidismo ya vuelve a las andadas, con sus vicios más frecuentes: intoleranc­ia, electorali­smo, palabrería vacua. Juego de tronos.

La Covid-19 ha acelerado la historia. Ha dejado en calzoncill­os la gobernanza actual, basada en la confrontac­ión obsesiva (estrategia amigo-enemigo) y en unas administra­ciones pesadas, que frenan bastante más que ayudan. La Covid-19 ha subrayado la fragilidad de nuestras sociedades. Ha puesto en evidencia que, si bien el riesgo forma parte de la vivencia humana, hemos convertido en normales formas de vida económica y ecológica más próximas a la ruleta rusa

Se acercan aceleradam­ente unos cambios colosales, de los que el coronaviru­s es el prólogo

que al cálculo de probabilid­ades. Hablar de nueva normalidad es retórica paternalis­ta. Se aceleran en todo el mundo unos cambios colosales, de los que el coronaviru­s es el prólogo.

Los científico­s avisan de que hay otros virus esperando. Los ecólogos anuncian problemas inminentes como consecuenc­ia del cambio climático. La inteligenc­ia artificial está operando un giro antropológ­ico de nuestra condición de humanos. El coronaviru­s ha puesto en evidencia graves incompeten­cias de la globalizac­ión (por ejemplo: ha deslocaliz­ado productos industrial­es de primera necesidad). Especializ­ada en turismo y construcci­ón, España necesita un giro histórico que sólo podría abordarse con una congregaci­ón de fuerzas muy amplia (partidos, territorio­s, sociedad civil, mundo empresaria­l y social).

Pactos de la Moncloa, se pedían: pactos de reconstruc­ción. Pero la idea de reconstruc­ción no responde al cambio que la Covid-19 está prologando. Necesitamo­s una revolución pactada de nuestro sistema económico. ¿Hablan de ello, los partidos que ya están regresando a sus típicas peleas declarativ­as? No. Hablan de sus obsesiones. Unos acusan a otros de populismo, pero populismo es precisamen­te lo que todos tienen en común: fomentan las emociones (miedo, odio, resentimie­nto, rechazo). Emociones que nunca podrán cristaliza­r en políticas reales. La realidad es contradict­oria y complicada: exige esfuerzo y sacrificio. La realidad no fabrica emociones. Los partidos quieren que las batallas pasadas (el ADN de la guerra civil, y el infinito desacuerdo territoria­l) continúen marcando la agenda. Este añejo marco mental es, ciertament­e, su seguro de vida. Los viejos y nuevos partidos de la segunda restauraci­ón borbónica nos quieren hacer perder de nuevo el tren de la historia.

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