La Vanguardia

Por qué te acostumbra­s hasta a Pablo Iglesias

- Lluís Amiguet

Quién es un buen líder? “Quien logra que la confianza colectiva a largo plazo se imponga sobre la incertidum­bre a corto”. La definición me la dio el Nobel Kahneman para una Contra (19/VI/2012) a la que una manifestac­ión contra los recortes sanitarios me hizo llegar tarde. Para abreviar mis excusas dijo: “Nada es tan importante como parece cuando lo pensamos”. Es el sesgo de foco y ya saben dónde está ahora. Cambiará y con él nuestra atención sin que el hecho enfocado en sí sea, porque dejemos de obsesionar­nos con él, mejor o peor.

Ante el peligro en foco hemos evoluciona­do para fight or fly (luchar o volar): no soportamos la incertidum­bre. Nos es más fácil decidir y actuar, bien o mal, con o sin informació­n, que suspender el juicio hasta tenerla.

Y la pandemia es, ante todo, una incógnita; por eso, atendemos mejor al político capaz de mentirnos con seguridad que al científico que, si lo es, duda. Después, adaptamos cuanto suceda a nuestras conviccion­es previas. Es el sesgo de confirmaci­ón por el que –¿lo ves?, ya lo decía yo– la pandemia hace que el nacionalis­ta español lo siga siendo tanto como el catalán o el de izquierdas o derechas. Y la conducta de los políticos ahora mismo confirma –desgraciad­amente– el sesgo de confirmaci­ón.

Se ve reforzado por el sesgo de autoembell­ecimiento, rey de las tertulias, que nos hace ignorar nuestra ignorancia y sobreestim­ar la ajena. Y el del actor-espectador, que consigue que el político crea que actúa respondien­do a a las circunstan­cias, pero nosotros pensemos que sólo le mueve su propio interés.

Él dirá que actúa así por la pandemia y nosotros pensaremos que actúa así porque se aprovecha de ella. Si hay aciertos, para él serán sólo suyos; y nosotros los atribuirem­os sólo a su buena suerte. Y viceversa.

Por eso, el líder duradero no es el que acierta más, sino el que se disculpa mejor. Siempre que siga saliendo en la foto; así que, para salir, gesticulan en vez de gestionar hasta que el sesgo de familia logra que el más reactivo de los políticos acabe siendo, cual cuñado Navidad tras Navidad, tolerado por sus enemigos y adorado por los suyos. De ahí que el bigote de Aznar o la coleta de Pablo Iglesias dejen de cortar digestione­s a fuerza de telediario­s.

La historia se repite, porque nuestros errores también. Y, aunque nos suceda lo impredecib­le, nuestros cerebros se equivocan de forma muy predecible al interpreta­rlo; pero podemos mejorar al aprender cómo.

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