La Vanguardia

Estado de alarma

- Pilar Rahola

Finalmente se han despejado las incógnitas sobre la votación para prorrogar el estado de alarma. Después de negociacio­nes in extremis, el Gobierno conseguirá, con el aval de Ciudadanos (famélico de protagonis­mo político), salvar los votos necesarios. Pero, incluso consiguien­do la prórroga, la evidencia de la debilidad del Ejecutivo camina pareja a la pérdida de alianzas que se ha labrado, con tesón y soberbia. Por mucha retórica de justificac­ión que se amase en la cocina de los spin doctors de la Moncloa, lo cierto es que no hay otro culpable de esta fragilidad política del Gobierno que el Gobierno mismo.

El nudo gordiano que, lejos de deshacerse, se enmaraña día a día, no es el estado de alarma en sí mismo, sino la manera como lo ha interpreta­do, usado y abusado Pedro Sánchez. Como plantean algunos juristas, más que un estado de alarma, parece un estado de excepción, tanto por las abusivas prerrogati­vas que se ha adjudicado el Ejecutivo como por la lesión a derechos fundamenta­les: decapitaci­ón de las autonomías; práctica anulación de la vida parlamenta­ria, que debe fiscalizar al Gobierno, y más en situación de crisis; intento grosero de controlar la libertad de expresión; exhibición histriónic­a de cuerpos uniformado­s; prohibició­n de facto del derecho de protesta, que sólo puede anular el estado de excepción; menospreci­o severo a la oposición, y, finalmente, una arrogante displicenc­ia con los aliados de la investidur­a. A todo ello cabe añadir escándalos sonoros, como el de la compra fallida de material a empresas fantasma o situadas en paraísos fiscales.

Sánchez ha actuado como un autarca y ha usado el estado de alarma para acumular un poder desmesurad­o que, además, se ha mostrado más caótico que eficaz. Y con la suma de abusos y errores ha conseguido pasar de la absoluta mayoría en la primera prórroga del estado de alarma a estar en el filo de la navaja. Con un añadido: parece que consigue esta prórroga, pero es muy probable que sea la última, lo cual significa que el plan del Ejecutivo de ir prorrogand­o el estado de alarma hasta junio ha quedado anulado. La cuestión, ahora, es si tomará el pulso a la situación y abandonará la idea del estado de alarma para buscar otras fórmulas que permitan una gestión excepciona­l de la pandemia sin lesionar derechos básicos. La victoria de la prórroga será pírrica, y aunque da un respiro a Sánchez, también es un indicador del ahogo de su Gobierno. Pasar de la investidur­a con ERC a la prórroga con Ciudadanos dice mucho de su poca fiabilidad, pero aún más de su fragilidad.

El único culpable de la fragilidad política del Gobierno es el Gobierno mismo

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