La Vanguardia

Simone de Beauvoir, íntima e inédita

- ÓSCAR CABALLERO

Simone de Beauvoir, la filósofa que con El segundo sexo brindó estructura ósea al feminismo –y provocó la censura vaticana–, la novelista que con Los mandarines ganó el Goncourt en 1954, destaca, con Les inséparabl­es (Las Inseparabl­es, L’herne) en el aluvión de novedades que, postergada­s por el virus, aparecerán en librerías francesas en octubre.

Así, la autora de Todos los hombres son mortales (1946), anticipaci­ón de la inmortalid­ad que ahora está en el objetivo de los GAFA, vuelve a librerías 34 años después de su muerte, con esta novela inédita, de 176 páginas, breviario de iniciación de una joven burguesa y católica del primer cuarto de siglo XX. Y crónica de una de esas amistades adolescent­es que marcan una vida. Sobre todo porque el objeto de su amistad, y/o amor no correspond­ido, Elisabeth Lecoin, Zaza, murió con apenas 21 años, de una encefaliti­s vírica, lo que ahora se denominarí­a meningoenc­efalitis.

Primera constataci­ón: se lee de un tirón. Es un francés sin retórica, con un dominio del idioma explicable porque es un texto de 1954, cuando De Beauvoir tenía una decena de títulos en su haber. Y sería la cuarta versión de un relato que la autora no sabía si novelar o hacer autobiográ­fico.

En Les inséparabl­es, Zaza es Andrée Gallard, y Simone, Sylvie Lepage. Tienen 9 años. Sylvie es la mejor alumna, y Andrée, que ha estudiado por libre tras un grave accidente, busca recuperar el terreno perdido y se sienta a su lado. El libro abarca unos doce años decisivos para Sylvie/simone, quien dirá que la muerte de su amiga fue el precio pagado por su propia libertad.

Pero el lector puede hacer abstracció­n de las personas reales –Pascal Blondel, otro personaje importante, sería un boceto de Merleau-ponty– porque en Les inséparabl­es (título escogido por Sylvie Le Bon de Beauvoir, hija adoptiva de la escritora y su albacea) la historia se basta a sí misma. Además, la Sylvie conmovida por la muerte de su amiga no es nadie, mientras que en aquel 1929, de Beauvoir, ya cubierta de títulos, era profesora de Filosofía y había conocido a Sartre.

La prueba de que de Beauvoir se decidió por la ficción está en la dedicatori­a. “Si hay lágrimas en mis ojos esta noche, ¿es a causa de su muerte o porque yo estoy viva? Debiera dedicarle esta historia. Pero sé que usted ya no está en ninguna parte y es sólo por artificio literario que le hablo aquí. Por lo demás, esta no es verdaderam­ente su historia, sino un relato inspirado en nosotras. Ni usted fue Andrea ni yo soy esta Silvia que habla en mi nombre”.

O sea que, más allá de las anécdotas, hay un libro, de un gran equilibrio entre las descripcio­nes, ambientes, personajes, y las ideas rompedoras –para la época– de las dos amigas. Opinión opuesta a la de Sartre, quien desaconsej­ó su publicació­n, en juicio confirmado por de Beauvoir. “La novela no parece responder a ninguna necesidad interior y no atrapa al lector”, escribirá en 1958, en sus Memorias de una joven formal.

Aquella sociedad en la que las madres instruyen a sus hijas casaderas, no convencida­s por el candidato, de que existe “un flechazo sacramenta­l”, es un escenario para estas dos espectador­as críticas. En una fiesta bajo vigilancia materna, Zaza murmura: “Nuestras madres no nos permiten pasear con un joven, pero ríen, encantadas las inocentes, mirándonos bailar”. Y Sylvie: “A menudo, Andrea decía en voz alta lo que yo apenas me formulaba a media voz. Sí, esas buenas cristianas hubieran debido inquietars­e al ver como sus hijas se abandonaba­n, púdicas y congestion­adas, en brazos masculinos”.

Según Sylvie Le Bon, poco antes de morir, en 1986, Simone de Beauvoir la habría autorizado a hacer lo que quisiera con el manuscrito. “Y, en cualquier caso, no lo destruyó”. ¿Por qué sale tantos años después? Según la albacea, había un orden natural de obras por publicar. Las inseparabl­es, que estará en el 2021 en las librerías españolas y en las de otros dieciséis países que ya han comprado los derechos, sería la primera de otras ficciones todavía inéditas de Simone de Beauvoir.

FRAGMENTO

“A veces Andrea me decía que estaba cansada de jugar. Entonces nos refugiábam­os en el despacho de su padre. No encendíamo­s la luz para que no nos descubrier­an. Y conversába­mos. Era un placer nuevo. Mis padres me hablaban y yo hablaba con ellos. Pero no conversába­mos. Con Andrea yo sostenía verdaderas conversaci­ones, como papá con mamá cada noche. Andrea había leído muchos libros durante su convalecen­cia. Y lo que me asombraba era que parecía creer que las historias que contaban los libros habían sucedido realmente. Andrea detestaba a Horacio y a Polyeucto y admiraba a Don Quijote y a Cyrano de Bergerac, como si hubieran existido en carne y hueso. También sobre el pasado histórico tenía opiniones tajantes. Apreciaba a los griegos y los romanos la aburrían. Si era insensible a la desgracia de Luis XVII y de su familia, la muerte de Napoleón la conmovía. Muchas de sus opiniones eran subversiva­s. Pero su juventud le ganaba el perdón de las monjas. ‘Esta niña tiene personalid­ad’, decían de ella en el instituto”.

SIMONE DE BEAUVOIR ‘LES INSÉPARABL­ES’ L’HERNE

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Las amigas de infancia Elisabeth Lacoin (Zaza) y Simone de Beauvoir, retratadas en 1928
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ARCHIVO SIMONE DE BEAUVOIR El inicio del manuscrito

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