Caído en su trampa
Neil Ferguson ha tenido que dimitir tras ignorar personalmente las medidas de distanciamiento social que recomendó al Gobierno británico
Por si alguien no quiere llegar al final de esta historia y prefiere una versión reducida, todo puede quedar dicho en una frase: uno no debe fiarse ni de su sombra.
También puede resumirse en la expresión “tierra, trágame”, que es lo que debe haber pensado el asesor científico del Gobierno británico, Neil Ferguson, cuando periodistas del Daily Telegraph le llamaron para avisarle que iban a publicar una historia informando que había violado las propias reglas del confinamiento social que él había contribuido decisivamente a implementar en el país. Su amante, una mujer casada que vive con su marido y sus dos hijos al otro lado de la ciudad, fue a visitarlo en dos ocasiones.
En Gran Bretaña uno no sabe ya quién manda, si los políticos o los científicos, pero resulta difícil confiar tanto en los unos como en los otros. Robert Jenrick, el ministro de Vivienda, ha tenido que dar explicaciones por recorrer 200 kilómetros en coche para ir a ver a sus padres, y el diputado galés Stephen Kinnock hizo el ridículo al publicar en Twitter una foto suya en el jardín de la casa de sus progenitores, sin respetar la distancia de dos metros. En Escocia, la principal asesora médica del Gobierno, la doctora Catherine Calderwood, tuvo que dimitir por acudir a su segunda residencia, a una hora de Edimburgo. Y ahora, Ferguson...
En el caso de Ferguson, cabe el justificante (o el agravante, según se mire) de que el amor y el sexo han sido un factor determinante. Y además, ni siquiera se movió de su piso. Fue su amante, Antonia Staats, una activista de causas medioambientales nacida y criada en Alemania, quien fue a pasar la noche con él en dos ocasiones. La primera el 30 de marzo, justo cuando él había acabado quince días de aislamiento después de pasar la enfermedad (que pilló en Downing Street). Y la segunda, el 8 de abril, cuando su amiga pensaba que su marido –con quien vive en una relación abierta– se había contagiado.
Ferguson no es la única persona, ni mucho menos, que ha roto las reglas del confinamiento social (en la calle se ve cada día a montones de personas buscando direcciones de amigos y conocidos, o no tanto, con los navegadores de sus móviles). El problema es que se trata del epidemiólogo principal del reino, el científico cuyos modelos matemáticos advirtieron que, si el Gobierno no hacía nada, moriría medio millón de británicos por el virus (por el momento hay más de 32.000 fallecidos), y que hasta ayer mismo estuvo haciendo campaña para que los niños no vuelvan a los colegios porque sería muy peligroso.
Los enemigos de Ferguson, que son muchos tanto en el campo de la ciencia como entre los políticos y empresarios que presionan para volver a la normalidad, lo han denunciado como un “hipócrita arrogante” por imponer a los demás normas que él mismo incumple, y ni su admisión de haber cometido un “grave error de juicio”, ni su renuncia como miembro del comité de expertos que asesora al Gobierno, les ha parecido suficiente. Muchos británicos se preguntan hasta qué punto las instrucciones de distanciamiento que están recibiendo tienen sentido, si lo mismo ministros que científicos las ignoran, por no hablar de Madonna. Es como si se jugara con dos barajas diferentes.
Durante mucho tiempo, en la vieja redacción del Chicago Tribune colgaba de la pared un cartel que decía: “Si tu madre dice que te quiere, mejor confirmarlo con dos fuentes independientes”. El diario de Illinois había aprendido la lección de titular a toda portada que Dewey había derrotado a Truman en las elecciones norteamericanas de 1948, cuando no tardaría en demostrarse que el presidente demócrata había ganado al gobernador republicano de Nueva York.
Pues eso, uno no se puede fiar de nadie. Ni del científico que te dice que te quedes en casa.
Ha sido denunciado como un “hipócrita ignorante” por recibir en su casa a su amante en contra de las reglas