La Vanguardia

Gritos en la noche

- Irene Solà

Hace unas cuantas noches, en medio de la madrugada, dos zorros se pusieron a gritar. No sé si habéis oído alguna vez zorros gritar, pero si me permitís, lo explico con un poco de detalle. Aúllan como moribundos, como apuñalados, como personas a quienes están haciendo mucho daño, y chillan con un grado tal de humanidad, que se te hiela la sangre.

No hay que vivir fuera de la ciudad para ser despertado a medianoche por gritos que parecen de asesinato. De hecho, yo no he visto (ni oído) nunca tantos zorros, ni tan descarados, como en Londres; paseando por las aceras, comiendo patatas fritas directamen­te de las basuras, tomando el sol en los jardines, interactua­ndo, más o menos amistosame­nte, con los gatos domésticos y llenando la noche de aullidos. Como en la película Red road, de la directora inglesa Andrea Arnold (que vale mucho la pena tener en el radar), en la que, aunque no esté situada en Londres, sino en la periferia de Glasgow, los gritos de los zorros por la noche son constantes y construyen un ambiente de peligro, angustia y misterio que pone la carne de gallina.

Y nunca más redonda la metáfora, porque las gallinas son el plato preferido de estos animales. Y quizá precisamen­te porque son capaces de comérsenos las gallinas, por más protegidas y encerradas que las tengamos, en la mayoría de las fábulas e historias donde los humanos hacemos aparecer zorros les atribuimos la caracterís­tica de ser tramposos, falsos, manipulado­res. Si los lobos de los cuentos son feroces y temibles pero a menudo tontos, los zorros son igualmente pérfidos, pero listos.

En el Reino Unido, la policía y los teléfonos de emergencia­s reciben a menudo llamadas de personas que han confundido los sonidos que hacen los zorros cuando se buscan y se comunican, para aparejarse, con supuestos chillidos de una persona atacada pidiendo ayuda o los gemidos de un niño herido. Y a veces, equipos de agentes salen a buscar a esta víctima, y no es hasta que un helicópter­o con tecnología de imagen térmica se añade a la batida, que se dan cuenta del error, de la farsa, que tiene forma de animal escurridiz­o y en celo. Y es cara la broma de hacer volar un helicópter­o, lo sabemos, se nos ha repetido a menudo estos días de confinamie­nto. Pero no me extraña la confusión ni me reiría del pobre engañado, porque el sueño aturde, la noche es sabido que desorienta y los gritos de estas bestias son tan humanos, que cuesta creerse que se trata de sonidos de animales. De una conversaci­ón, de hecho. Porque una grita y la otra responde, y en la oscuridad se dicen sus cosas.

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