Constructora de la paz
ANA ALBA (1972-2020) Periodista
Ana Alba entendía el periodismo como un instrumento para hacer el bien. Decía que la información debía estar al servicio de la paz y la justicia, del entendimiento entre las personas. Su gran satisfacción era dar voz al que no la tenía, conservar la memoria de las injusticias y los heroísmos. Si trabajó sin descanso en los Balcanes y Oriente Medio fue gracias a su idealismo, tesón y humildad.
Ana estudió periodismo en la Universitat Autònoma de Barcelona. Promoción 1995. Dos años después se fue de freelance a una Bosnia-herzegovina que salía de la guerra civil. Quería explicar como se construía la paz y se quedó tres años. Aprendió serbocroata y empezó a escribir con sencillez y rigor unas crónicas que colocaban a las víctimas en el centro del universo.
El diario Avui la fichó en el año 2000 y hasta el 2010, tuvo el sueldo garantizado y la oportunidad de cubrir grandes acontecimientos. Vio cómo nacía Kosovo, cómo se hundía el Irak de Sadam Husein y cómo los iraníes reclamaron en el 2009 una democracia que aún no tienen.
Cuando el Avui no pudo seguir pagándole, volvió a trabajar de freelance, esta vez en Israel y Palestina.
Allí la encontró El Periódico en el 2011 y le ofreció una colaboración que se ha mantenido hasta ahora.
Así, resumida en un par de párrafos, la carreta de Ana parece fácil pero no lo fue. Ser mujer y periodista en zonas de conflicto, expuesta a todo tipo de violencia, exige una lucha constante por mantenerse a salvo, conseguir la información y convencer a tu jefe de que mereces más papel. Luego has de mantener la sangre fría mientras escribes a contrarreloj en una precaria habitación de hotel con las ventanas abiertas y las cortinas corridas para evitar que las explosiones revienten los cristales. A estas dificultades hay que sumar el miedo, el cansancio y la enorme frustración que genera la barbarie. Las periodistas como Ana, aún así, no tienen tiempo para la complacencia. Pese a ser las mejores, las más fieles a la máxima de que el periodismo es el primer borrador de la historia, cobran una miseria por crónica publicada. A Ana no le llegaba para pagar el alquiler de un piso minúsculo en la azotea de un viejo edificio de Jerusalén donde consumía muchas horas enviando teletipos al servicio en español de la agencia rusa Sputnik.
Es una gran paradoja que este instrumento del Kremlin ayudaba a vivir a Ana Alba, defensora de la libertad y los derechos humanos. Fue con este objetivo que contribuyó a fundar Contrast, una plataforma de periodismo internacional a favor de la paz y los desfavorecidos, y fue con este espíritu que ayudó a la agencia de las Naciones Unidas para los refugiados y colaboró con muchas oenegés.
Cuando hace tres años el cáncer empezó a apoderarse de su cuerpo y lo más lógico hubiera sido volver a Barcelona, ella prefirió permanecer en Jerusalén. Mientras tuviera fuerzas, iba a seguir divulgando la gran tragedia del conflicto palestino. Había cubierto las guerras de Gaza en el 2012 y el 2014 y había preguntado en todos los rincones de Cisjordania en busca de las historias del sufrimiento y la dignidad de los oprimidos. Condenadas en Gaza es su legado, un documental sobre las enfermas de cáncer que mueren sin poder acceder a un tratamiento en Israel o Egipto.
Al final de su vida, Ana tuvo dos reconocimientos profesionales: finalista del premio Cirilo Rodríguez 2019 y ganadora del Julio Anguita Parrado 2020. El gran premio de su vida, sin embargo, fueron las abundantes muestras de aprecio que recibió de las personas que encontraron en sus crónicas la justicia que les negaba la vida.