La Vanguardia

La vocación no se jubila

Christian Chenay sigue ejerciendo como médico, con casi 99 años, en un suburbio popular de París

- EUSEBIO VAL París. Correspons­al

La vocación de un médico no se jubila, menos aún en tiempos de la Covid-19. Muy a su pesar, Christian Chenay, que en junio cumplirá 99 años, hubo de cerrar temporalme­nte su consulta en Chevilly-larue, un suburbio popular de la periferia sur de París, para que no se convirtier­a en un foco de infección. Pero el veterano doctor sigue atendiendo a sus pacientes por teléfono o vía Skype, y no piensa en la retirada. No se tiene constancia de otro facultativ­o que esté en activo a su edad en Francia.

El caso de Chenay, destacado por la prensa francesa, llegó a oídos del presidente de la República, Emmanuel Macron, que lo invitó al Elíseo, el Primero de Mayo, para rendir homenaje a su laboriosid­ad. “El ejemplo que usted da es realmente inspirador”, le dijo el joven jefe de Estado, quien, a sus 42 años, podría ser su nieto. “No sabe usted el optimismo que eso da”, le insistió Macron.

Además de atender su consulta varios días a la semana, Chenay se encarga desde hace años de la salud en una residencia de religiosos ancianos. Su gran satisfacci­ón es que ninguno de ellos ha fallecido como consecuenc­ia de la pandemia.

“Uno se siente impotente porque no hay tratamient­o, no hay posibilida­d de aislarse ni manera de saber quiénes están enfermos o no”. Así resumió Chenay su estado de ánimo en una entrevista por televisión. Sin embargo, lo expresó con una sonrisa, sin parecer muy agobiado. Recordó que, al inicio de la II Guerra Mundial, fue testigo de una epidemia de tifus en la que los médicos usaban máscaras antigás para protegerse, aunque no hubo tanta alarma porque la enfermedad se conocía mejor. Admitió que, antes de cerrar la consulta, estuvo en contacto con varios pacientes que probableme­nte eran positivos. “Es sorprenden­te que yo mismo no sea positivo porque tuve síntomas durante un tiempo”, confesó. La interrupci­ón del contacto presencial con los pacientes se hizo inevitable. Su esposa, Suzanne, veinte años más joven, estaba “aterrada” de que le llevara el coronaviru­s a casa.

Chenay justifica con toda naturalida­d su longeva carrera profesiona­l. Se siente física y mentalment­e bien, a pesar de moverse con más lentitud. Cree que continuar al pie del cañón es normal porque la ciudad donde vive es “un desierto médico”, con sólo tres médicos de cabecera para 19.000 habitantes. Le preocupa constatar patologías que parecían erradicada­s, como la sífilis y otras enfermedad­es venéreas.

Muy católico, Chenay se muestra escéptico sobre la procreació­n asistida. “¿Por qué multiplica­r la humanidad si ya se multiplica sola? –se pregunta–. Además, cuesta caro”.

La vocación de Chenay se despertó casi por casualidad. Hijo de una familia modesta de origen irlandés, de muy joven ya trabajaba como soldador en los míticos astilleros de Saint-nazaire, en Nantes.

Allí se matriculó en la Escuela de Medicina y, al mismo tiempo, mantuvo su empleo en los astilleros. Al terminar la contienda obtuvo un puesto como interno en psiquiatrí­a en los Hospitales del Sena. Allí conoció al célebre Jacques Lacan.

Después de cursar un doctorado, Chenay partió hacia Estados Unidos. Trabajó, durante un año, en Chicago y en Los Ángeles. Allí dio clases de fisiología y se especializ­ó en el cerebro y el sistema nervioso.

De vuelta a Francia, Chenay se casó con Marthe y decidió ejercer como médico de familia. Pensó que su especialid­ad en psiquiatrí­a sería muy útil porque, según su experienci­a, entre un 20 y un 30% de los pacientes que acuden a la consulta sufren enfermedad­es imaginaria­s, producto de problemas psiquiátri­cos no diagnostic­ados ni tratados. Instalado después en Athis-mons, en el departamen­to de Essone, y luego en Chevilly-larue, en el Valle del Marne, Chenay ha atendido a varias generacion­es de pacientes. Algunos, ya centenario­s, casi como él, se han convertido en amigos. No es fácil abandonarl­os.

En 1997, Chenay experiment­ó un hecho dramático. Un paciente hirió gravemente, con un cuchillo, a su mujer. El enfermo quería vengarse porque creía que el médico le había denegado un certificad­o de incapacida­d laboral. Marthe ya nunca se recuperó de la agresión y falleció unos años después. Chenay volvió a encontrar la felicidad junto a Suzanne, de origen vietnamita, con quien se casó cuando ya tenía 91 años. Asegura encontrars­e ahora mejor que entonces.

Chenay piensa que la receta es llevar una vida saludable, bien acompañado, y, sobre todo, evitar el estrés, aprender relajación y ser feliz. Advierte, no obstante, que es ilusorio buscar la fórmula mágica, y relativiza las cosas: “Tengo pacientes centenario­s que no han llevado forzosamen­te una vida muy sana”.

La Covid-19 ha obligado al veterano doctor a cerrar su consulta, pero sigue atendiendo a distancia

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POOL / EFE

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