La Vanguardia

La decencia política

- Lluís Foix

Las estadístic­as marcan la tensión informativ­a de los casi dos meses del estado de alarma y confinamie­nto. Por un lado, las fatales cifras que Fernando Simón, el epidemiólo­go oficial, facilita cada mediodía con largas explicacio­nes sobre la evolución del virus. Por otra parte, las estadístic­as pesimistas que indican que la crisis económica y social ha llegado para instalarse por una larga temporada.

La salud y la recuperaci­ón económica son ahora dos cuestiones prioritari­as que deben abordarse con la mayor seriedad y rigor, al margen de los partidismo­s habituales. Vienen tiempos en los que la pobreza se va a extender como una mancha entre los sectores más vulnerable­s. Pero una mayor austeridad también será impuesta para las clases medias y altas.

Se ha hablado y publicado extensamen­te sobre la repetición de unos pactos de la Moncloa que finalmente han conducido a un pacto de reconstruc­ción económica y social que, de momento, sólo cuenta con la participac­ión de los dos partidos de la coalición de gobierno.

Recuerda Tony Judt que la posguerra estuvo caracteriz­ada por todo tipo de carencias. Churchill había hipotecado Gran Bretaña y había llevado al Tesoro a la bancarrota para derrotar a Hitler. Hubo racionamie­nto de ropa hasta 1949, barato y sencillo mobiliario hasta 1952 y de alimentos hasta 1954.

Al frente de esta crisis posbélica selecciona Judt a dos personajes que presidiero­n los dos momentos de reformas sociales que devolviero­n el bienestar al mayor número de personas descartada­s por la miseria de la posguerra. Clement Attlee y Harry Truman vivieron y murieron como líderes con poco glamur pero impulsores de reformas sociales que devolviero­n la confianza a las sociedades británica y norteameri­cana.

Judt considera que Attlee fue un representa­nte ejemplar de la gran época de reformador­es de clase media, personas moralmente serias y ligerament­e austeras. Tanto él como Truman practicaro­n la coherencia entre la intención y la acción; en definitiva, una ética de responsabi­lidad política.

Las crisis no son comparable­s, pero la que se nos ha venido encima exigirá políticos con las luces largas puestas, que digan la verdad aunque no guste, que propongan salidas realistas sin esconder las dificultad­es y que garanticen la igualdad de oportunida­des para atenuar las desigualda­des crecientes. Todo esto no se hace con ruido, sino con la decencia que exige gestionar todo lo público con responsabi­lidad y rechazando todo tipo de corrupción.

Hacen falta líderes que digan la verdad aunque no guste y que ofrezcan salidas viables a la crisis

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