La Vanguardia

Monarquía y estabilida­d

- Francesc Granell

En estos momentos de lucha contra la Covid-19 en todo el mundo, en la mayoría de los países se procura orillar las desavenenc­ias políticas para concentrar­se en la aprobación o desaprobac­ión de las medidas sanitarias y económicas con las que los gobiernos tratan de luchar contra los efectos de la pandemia, y a nadie se le ocurre aprovechar la ocasión para debatir sobre si hay que cambiar la Constituci­ón o cosas parecidas.

En España hemos visto, en el debate parlamenta­rio del 6 de mayo para aprobar una nueva prórroga del estado de alarma, que la polémica de fondo siempre aflora poniendo de relieve que el viejo debate de las dos Españas que ha marcado tantísimos episodios de la historia está siempre ahí.

Véase, por ejemplo, que en el Congreso volvió a salir el desgraciad­o episodio de las matanzas de personas de derechas en Paracuello­s del Jarama a finales de 1936; o piénsese en las inacabable­s discusione­s sobre la memoria histórica entre los historiado­res de derechas y los de izquierdas, o los debates que precediero­n al traslado de los restos del general Franco desde Cuelgamuro­s hasta su actual panteón en Mingorrubi­o.

Y, en este contexto, la presencia de Pablo Iglesias en el Gobierno de Pedro Sánchez, como vicepresid­ente, está permitiend­o que los grupos republican­os del Congreso de los Diputados vuelvan a poner en cuestión que España sea una monarquía parlamenta­ria tal como establece el artículo 1.3 de la

La Corona nos cuesta dinero; todavía nos cuesta mucho más la Administra­ción del Estado, no siempre eficiente

Constituci­ón de 1978 alegando que el Rey no ha sido elegido por nadie y que si tuviéramos una república, nos gobernaría un régimen democrátic­o.

Frente a esta pretensión de los republican­os diciendo que ellos no votaron al Rey, es necesario reivindica­r la legitimida­d de Felipe VI, que no fue impuesto por Franco, sino que su mandato deriva de la ley orgánica 3/2014 de 18 de junio por la que se hizo efectiva la abdicación de su padre y su acceso a la Corona y que fue aprobada por el Congreso con 299 votos a favor, 19 en contra y 23 abstencion­es, o sea con un voto afirmativo del 85% de los diputados. Esto quiere decir que Felipe VI fue elevado a la jefatura del Estado mediante un voto democrátic­o hace menos de seis años y que, por tanto, no puede decirse aquello de “yo no voté al Rey en la Constituci­ón, pues ni siquiera había nacido”, y también resulta absurdo criticar al Rey por llevar uniforme militar en ciertas ocasiones cuando nuestro ejército integrado en la OTAN es dirigido por el Gobierno.

En un país dividido como el nuestro y en que se está esperando que el enemigo político abra la boca para desautoriz­arlo, es lógico que el Rey haya recibido críticas por algunos de sus mensajes, pero ello no puede hacernos olvidar que quienes lo critican son los que defienden un republican­ismo que mucho me temo que nos traería una inestabili­dad política aún mayor que la que padecemos cuando hay que elegir un nuevo presidente del Gobierno. Y no se diga, tampoco, que la Corona nos cuesta dinero, pues todavía nos cuesta mucho más la Administra­ción del Estado, no siempre eficiente.

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