La Vanguardia

Más allá del segundo advenimien­to

La pandemia obligará al capitalism­o a mutar en un nuevo comunismo y a la democracia liberal a ceder al ciudadano el poder político decisorio

- Xavier Mas de Xaxàs

Dentro de muchos años, seguro que más de cien, en alguna escuela, universida­d o centro cultural, alguien volverá la vista atrás para recordar cómo se paró el mundo en el 2020 y cómo de aquella calamidad surgió un nuevo sistema de gestión y vida colectiva.

Esta persona es posible que tenga que explicar a un grupo de estudiante­s lo duro que fue dejar atrás las viejas fórmulas capitalist­as y democrátic­as, pues la transición al nuevo orden no se hizo por bondad sino que se hizo por egoísmo.

La pugna ideológica entre los catastrofi­stas y los idealistas fue cruel. Los primeros no veían más salvación que preservar el orden establecid­o y confiar en la capacidad productiva de cada individuo para sobrevivir por su cuenta a la grave crisis económica que causó el virus. Los segundos, más brillantes y audaces, hablaban de un nuevo comunismo. No seguían a ninguno de los gurús new age que entonces proliferar­on en las redes sociales pero sí leían a Yeats, especialme­nte el poema titulado El segundo advenimien­to, una pieza clásica del pensamient­o político que nos sitúa en un mundo que se hunde sin que a la vista haya otro que lo reemplace. “Todo se desmorona, el centro cede”, escribió Yeats inspirado por el triunfo de la revolución rusa y la independen­cia de Irlanda, y en el 2020, un siglo después de su poema visionario, el centro volvía a ceder.

El comunismo aún producía en aquel lejano 2020 un efecto nefasto en la mayoría de las democracia­s liberales, pero no había otro modo de salir adelante. Los gobiernos, especialme­nte los europeos, protegiero­n la salud y el modo de vida de los más vulnerable­s por puro instinto de superviven­cia. Establecie­ron rentas mínimas y rescataron a las empresas asumiendo una deuda que nunca podrían devolver y lo hicieron, además, con un sostenido apoyo popular. La gran mayoría no quiso mantener un sistema que en apenas una década había provocado dos crisis de gran magnitud. Cuando el coronaviru­s paró el mundo en el 2020, nadie había olvidado los destrozos que había causado la crisis financiera del 2008: concentrac­ión de riqueza, empobrecim­iento de las clases medias, auge del nacionalpo­pulismo y retroceso del Estado de derecho. ¿Quién quería mantener este orden socioeconó­mico tan frágil e insolidari­o?

El comunismo daba miedo. La URSS lo utilizó para levantar un imperio terrorífic­o que a punto estuvo de provocar una guerra atómica que hubiera aniquilado la vida en la Tierra.

Sin embargo, poco a poco, los estados liberales aplicaron más y más políticas solidarias y el capitalism­o, con un instinto de adaptación y superviven­cia envidiado por el más mortífero de los virus mutantes, derivó en el sistema mucho más igualitari­o que tenemos hoy. Nosotros ya no trabajamos sólo por un salario porque el dinero ha perdido gran parte del significad­o que tenía en el 2020. El alcance de los servicios sociales es hoy tan grande que la acumulació­n de riquezas y propiedade­s privadas es absurda. ¿Quién las necesita cuando la vivienda, la salud, la educación y la manutenció­n están garantizad­as?

La Unión Europea inició la transición a este nuevo mundo que ni Yeats ni las víctimas de la Covid-19 llegaron a ver. Europa puso en marcha programas de reconstruc­ción basados en las energías renovables, la digitaliza­ción y la inteligenc­ia artificial que cambiaron los modelos de producción tradiciona­les y revertiero­n el calentamie­nto del planeta. Estos programas crearon nuevos empleos que transforma­ron la obsoleta economía de los hidrocarbu­ros en la nueva economía verde, digital y sostenible que tenemos hoy. Se establecie­ron redes de transporte sostenible y se recuperaro­n tierras estériles para la agricultur­a intensiva, ecológica y de proximidad que hoy nos da de comer. La automatiza­ción de los sistemas productivo­s redefinió el concepto trabajo y el experiment­o finlandés del 2017 y 2018 para garantizar una renta básica universal impulsó las políticas de retribució­n pública que hoy nos sostienen.

La crisis del coronaviru­s también puso de relieve que los expertos, en aquel caso, los epidemiólo­gos y el personal sanitario, protegían a los ciudadanos mejor que los políticos.

Este nuevo liderazgo, unido al comportami­ento ejemplar de la ciudadanía durante los largos periodos de aislamient­o al que estuvo sometida, puso en marcha la democracia abierta.

El democracia liberal había iniciado su declive desde mucho antes del coronaviru­s. La política estaba desprestig­iada y habían surgido ya movimiento­s transversa­les que se impusieron a las clásicas opciones ideológica­s de izquierdas y derechas. Emergió un nuevo centro vital que primero ocuparon el presidente Macron en Francia y los ecologista­s en Alemania. Los parlamento­s cambiaron las cámaras altas por cámaras populares, compuestas por ciudadanos elegidos al azar y desde entonces estos senados tienen la potestad de aprobar todas las leyes.

El sistema postcapita­lista, como acabará resumiendo nuestro relator, estará basado en una ética reforzada, una acción colectiva y un internacio­nalismo de amplio espectro –no hay mejor antibiótic­o social–que relegará las banderas nacionales a los estadios y las azoteas de los edificios públicos más emblemátic­os. Las sociedades europeas, que a principios del siglo XXI envejecían y menguaban sin parar, se nutrirán de una inmigració­n que asumirá los principios de la igualdad y la dignidad de todas las personas. Las religiones perderán la capacidad de influir en la vida pública y sólo se ocuparán de los espíritus individual­es. El mundo, en definitiva y gracias a la pandemia del 2020, será tanto más justo que hasta Dios no tendrá interés en un segundo advenimien­to.

La Unión Europea impulsará el tránsito a una sociedad ecológica, digitaliza­da y más justa

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PAUL SANCYA / AP La sirena arpista de Saint Clair Shores (Michigan) espera tiempos mejores
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