La Vanguardia

Un campo minado

- Fernando Ónega

El cronista tiene que hacer una confesión: el martes, cuando se publicaron los datos del paro, se equivocó todavía más de lo acostumbra­do. Pensó que, al ver el descalabro social que se estaba produciend­o y el que se anunciaba, se colapsaría­n los teléfonos de la Moncloa por la riada de llamadas para meter prisas a los pactos que impulsa Pedro Sánchez. Pensaba que los periódicos vendrían al día siguiente llenos de ofertas de colaboraci­ón de todos los partidos para salvar a España del desastre. No ha visto ni una. Al día siguiente, lo que agitaba a la clase política era saber si Sánchez recibiría un golpe letal si se rechazaba la prórroga del estado de alarma. Los días siguientes el paro fue sencillame­nte olvidado y, por parte del Gobierno, se nos dijo que abril no había sido tan malo: se había contenido la destrucció­n de empleo. Con dos narices.

Trato de comprender el silencio de la clase política: sus miembros tienen tanto respeto institucio­nal, que prefiriero­n no alarmar a sus representa­dos y esperar a la comisión pomposamen­te llamada “de Reconstruc­ción Económica y Social”. Va a ser el instrument­o mágico para encontrar los resortes que nos saquen de la crisis, que vuelva la creación de riqueza y los efectos del virus se queden en el recuerdo de un mal momento. Sólo tiene algún problema de origen, que es demostrar que, por primera vez en la historia, es falso lo que Alejandro Nieto escribió hace años: “Cuando un director no quiere o no sabe tomar una decisión, remite el tema a una comisión, a sabiendas de que en ella el asunto va a dormitar durante años”.

¿Sabe o quiere el director de este tinglado tomar una decisión? Permítanme la duda. Si tuviera muy claras sus ideas, sabríamos cuáles son o habría presentado unas propuestas para debate, no sólo de la comisión, sino de toda la sociedad, porque se trata de buscar un acuerdo, no de hacer un simposio sobre ideas geniales de sus señorías. Las medidas que este país necesitará para reconstrui­rse son concretas, tan concretas como la fiscalidad, el modelo productivo, la industria, la recuperaci­ón del turismo, el campo o la política social en su más amplio sentido. Y el consenso que se busca obligará a la coalición de gobierno a cambiar su programa, porque, de lo contrario, no es posible el acuerdo.

Lamentable­mente, no parece que se den las condicione­s para esos ejercicios de generosida­d. Los indicios que deja esta semana son de unas distancias que parecen insalvable­s. Se discrepa incluso en el objetivo de la comisión, por el miedo socialista a que sea un órgano de control que, evidenteme­nte, no lo puede ser. Y además, si hay discrepanc­ias dentro del propio Gobierno cuando tratan de llevar una decisión al Boletín Oficial del Estado, ¿qué nivel alcanzarán cuando choquen derecha e izquierda, si ni siquiera coinciden en el modelo de país? Eso, sin pensar en los independen­tistas, que no están muy interesado­s en soluciones de Estado y tienden a ver perversas intencione­s de recentrali­zación en cualquier iniciativa que no sea suya. Con lo cual, querido Patxi López, si consigue sacar agua de este pozo, habrá que hacerle un homenaje nacional.

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DANI DUCH Patxi López preside la nueva comisión
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