La Vanguardia

Compañía

- Remei Margarit

De los árboles frente a mi balcón, unos plátanos que tienen una altura de seis o siete pisos, ya han brotado las hojas, pero aún dejan ver bien las ramas. De manera que se puede contemplar la danza de los pájaros que van y vienen. Un par de garzas de buenas dimensione­s, de plumaje negro pero con plumas blancas en las alas, se han instalado en uno de los árboles, siempre el mismo, y por lo que parece, juegan a escalar; primero se sitúan en medio del árbol, para después dar un salto hacia una rama superior y eso varias veces, como unos escaladore­s que se toman un respiro en cada subida; y cuando llegan arriba del todo, no les queda otro remedio que volar hacia abajo y volver a empezar, en una versión ornitológi­ca del mito de Sísifo. También hay unos gorriones muy pequeños, tanto que los he bautizado con el nombre de minis. Cuatro o cinco van saltando de una rama a otra y son tan pequeños que se confunden con las bolas de los plátanos que todavía cuelgan de las ramas, un camuflaje ideal porque arriba, en el cielo, planean unas peligrosas gaviotas con sus impertinen­tes gritos.

En el césped de la entrada del pequeño jardín, pastan dos mirlos negros de pico amarillo, casi domésticos, sin miedo alguno a las personas, incluso cuando alguien sale de la casa, caminan a su lado; y también visitan a domicilio, se posan en las barandilla­s de los balcones y saludan porque miran hacia dentro de las casas. También están las pequeñas y bulliciosa­s cotorras verdes, que se refugian en los cipreses, bien abrigadas. Aunque lo más importante es una amiga incondicio­nal, una pequeña curruca de cabeza negra que se viene a alimentar en el granado que tengo en el balcón; debe de encontrar insectos microscópi­cos que tan sólo ella percibe, porque yo no los veo. El caso es que viene casi cada día y si algún día, cuando viene, algún mini está en mi balcón –que también vienen–, lo echa de malos modos marcando territorio. Creo que están haciendo sus nidos, que no se pueden ver, tal vez bajo las matas.

Dentro de pocas semanas ya no los podré ver a su aire porque las hojas de los árboles habrán crecido lo bastante como para taparlos, pero entretanto, nos saludamos y nos hacemos buena compañía.

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