La Vanguardia

El placebo no engaña

- Núria Escur

Quien forma parte de un ensayo clínico o convive con alguien que participa en él no lo olvida nunca. Lo más probable es que pase una noche sin dormir releyendo el papeleo de advertenci­as que le entregan antes del consentimi­ento.

La lista, minada de posibles peligros y efectos secundario­s y una cascada de términos que no entiendes –sesgo de selección, gravis inmune, randomizad­o–, recuerda los prospectos de algunos medicament­os. Si te los lees enteros, ya no te tomas la pastilla.

Acostumbra­n a ser dossiers gordos con letra pequeña. Plagados de cláusulas, excepcione­s y notas a pie de página, como los contratos. Tienes miedo, pero tienes fe. Valientes quienes proponen el ensayo, valientes quienes lo aceptan. A fin de cuentas, sin conejillos de Indias la ciencia no hubiera avanzado; lástima que algunos queden atrapados en esta necesaria ruleta rusa.

Luego está el placebo. El participan­te del ensayo nunca sabe si se le están tratando con el fármaco o con placebo. Placebo es la pastilla zen de la nada que en latín significa complaceré y nunca engaña. Puede engañar el nuevo fármaco vapuleado por unas industrias y jaleado por otras, interferid­o por poderes que medran y trafican, disputado a ver quién pone la banderita primero… pero el placebo no. El placebo no es nada, luego nada se espera de él.

Sencillame­nte, es la pastilla inocua que te ayuda a cruzar hasta el día siguiente, un vaciado soma de Huxley: “Un gramo de soma cura diez sentimient­os melancólic­os”.

Encuentro en un documento del Institut Català d’oncologia el primer ensayo clínico de la historia, en formato primitivo. Año 1747, a bordo del buque Salisbury. La amenaza es el escorbuto. James Lind decide tratar a sus doce marineros sintomátic­os de modo distinto. De dos en dos. A unos les receta 25 gotas de elixir vitriolo; a otros, un cuarto de sidra; los terceros, tres cucharadas de vinagre; otros, media pinta de agua de mar. Los penúltimos, nuez moscada, y un par de naranjas con limón, el resto. No figura el resultado, pero el experiment­o cambió la política británica de hábitos alimentari­os en barcos.

Y firmas. Porque a menudo quien recurre a un ensayo clínico esquiva la muerte buscando la vida. Claro que plantea dudas éticas, claro que preferiría no ser el ciego –así se denomina al paciente que ignora qué tratamient­o está recibiendo– y claro que… Si pasados los días las cosas no funcionan, una mañana se cuestionar­á dejarlo, pero no lo hará. “¿Por qué sigues?”. “Al menos me siento útil”.

En el ensayo impartió curas distintas a los doce marineros con síntomas de escorbuto

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