La Vanguardia

Nada es lo mismo

- Sandra Barneda

Las calles recuperan su vida. Poco a poco y no al ritmo deseado de todos. Ahí está el conflicto que, unido a los miedos de posibles rebrotes, a veces sentimos cómo se arrugan para volver al silencio y, al igual que los acordeones, toman aire para sacar de nuevo el ruido, para acogernos de nuevo a todos los que salimos con ansia después de el encierro.

Las calles de Madrid sienten nuestra ansiedad, nuestro deseo de volver a la normalidad. Peatones con ganas de estirar las piernas y deportista­s compiten por el espacio público a diario. En algunos lugares invaden los carriles para coches; lo hacen los ciclistas, los que han decidido hinchar las ruedas de la bicicleta abandonada en un trastero o ponerse los patines. La mayoría lleva prisa, aunque sin rumbo ni destino. Podrían confundirn­os con el ganado que lleva encerrado mucho tiempo y, cuando le abren las vallas, corre desesperad­o. Muchos con mascarilla, algunos menos con los guantes puestos, y la distancia de seguridad comienza a desvanecer­se en esas horas de paseo y deporte.

El lunes, en muchos lugares del país se pasará a la fase 1. Algunos hosteleros han mostrado su ilusión al recibir las primeras reservas para su terraza; abierta al cincuenta por ciento. Será otra imagen, una nueva experienci­a: entrar en tiendas sin aglomeraci­ones. La tecnología, como ya lo hace en otros países, se encargará de guardarte tu horario de compra, tu espacio en una terraza o en los cines que, como en Alemania, podrían transforma­rse en autocines; el mejor modo de mantenerse seguros sin perder el placer de la gran pantalla.

Estamos también a tres días de dejar de lado los “abrazos clandestin­os” –como decía mi querida Mercedes Milá– y volver a achuchar a los nuestros. A acariciarl­es, piel con piel, sin guantes ni mascarilla­s, y estar sentados en el mismo espacio, sin pantallas de por medio, comiendo juntos.

Habrán pasado sesenta días desde el día uno de nuestro encierro, pero el tiempo no corre tan deprisa como nuestras emociones. Todo aquello que recordamos como lo que fue será distinto y parecerá que llevamos años sin hacerlo. Somos distintos. Lo mismo que nuestras calles, que suenan distintas. Lo mismo que nuestras relaciones. Todo se ha modificado y debemos adaptarnos al cambio. No será fácil porque a la mente le gusta la nostalgia y poco el cambio.

Cuando se nos pase el desbocamie­nto del ganado liberado, comprobare­mos que nuestras necesidade­s serán distintas y las ciudades deberán adaptarse a ello.

No será fácil adaptarnos porque a la mente le gusta la nostalgia

y poco el cambio

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