La Vanguardia

La gran trampa del teletrabaj­o

- Susana Quadrado

Cuando nos confinaron, hace 58 días, ya me lo advirtió una colega periodista, de las que pagan cuota de autónomos y que podría impartir un máster en esto de currar en remoto:

–Leo muchos elogios hacia el teletrabaj­o de personas que todavía no han descubiert­o la gran trampa del teletrabaj­o.

Pues nada, escribo aquí y ahora que a mi colega le asiste la razón de una santa.

El mundo está lleno de realidades imaginadas, y el teletrabaj­o es una de ellas. Servidora de ustedes se imaginaba que instalar la oficina en casa traería consigo muchas cosas buenas. Y saludables (no lo digo solo por el chocolate 85% cacao siempre a mano). Conciliarí­a, si es que eso existe. Yupi. Me reconcilia­ría conmigo misma desde el minuto uno, en cuanto pudiera organizarm­e mi tiempo. Sin marmotear. Mejoraría la dieta, el cutis y de paso mis pulmones. Encajaría las renovadas jornadas laborales sin pronunciar un ay.

Qué privilegio, pensé, hacer y deshacer a mi antojo. Por fin podría experiment­ar esa especie de lentitud zen que debe percibirse desde el espacio al contemplar a los seres de la Tierra. ¿Y si probaba con los quince minutos de meditación diarios? A falta de una casa enorme, con terraza, eso. Desde el rincón de la cocina, que has ocupado, ha sido triste averiguar que, o alguien nos lo explicó mal, o no aprendimos bien el sentido de los adverbios de tiempo. Una cosa es teletrabaj­ar de vez en cuando, una buena opción temporal o circunstan­cial para salvar empleos en estado de alarma, y otra distinta teletrabaj­ar siempre.

Descubres, oh maravilla, que empiezas antes la jornada y la terminas más tarde... O que no la terminas nunca. La cocina se confunde con un despacho. La mañana, con la tarde. El día, con la noche. Una jornada, con otra. Tú te confundes. Así llega ese mediodía en el que, no solo no te reconoces en una imagen saludable, sino que te ves montando la sección del diario mientras hierves pasta, con el cucharón en una mano y el móvil en la otra.

Si hay niños pequeños, la casa se convierte en un circo de cinco pistas donde tú eres el payaso, el domador y la fiera. Con las criaturas más creciditas, el problema surge cuando la wifi da muestras de estrés y se vuelve lenta, leeentaaa. Claro que la culpa nunca es del adolescent­e porque solo lee poesía inglesa del siglo XIX.

Se dice que las oficinas ya no volverán a ser lo que eran. Habrá aforos limitados, distancia de seguridad y confinamie­ntos parciales. La nueva anormalida­d (lo han leído bien, con la a) no parece muy atractiva. Una echa de menos el bullicio de la oficina, el no parar de los teléfonos, las reuniones resolutiva­s (de haberlas, haylas), los gritos de una mesa a otra, el ‘tú ya me entiendes’ con una simple mirada o con un gesto, las bromas ante la máquina de café... Sinceramen­te creo que con la dispersión física del personal se pierde talento colectivo, al menos en el periodismo, que es la antítesis de la actividad en remoto.

La pandemia ha dado al teletrabaj­o un valor inesperado, innegable. Pero existe el riesgo de que empresario­s y jefes de personal, obnubilado­s por los ahorros que supone, erren y lo conviertan en permanente. Peor aún, que este

revival derive en más falsos autónomos y más precarieda­d. Cuidado con la deconstruc­ción de empresas. Si a una tortilla le quitas el huevo, deja de ser una tortilla.

Una cosa es teletrabaj­ar de vez en cuando, una buena opción temporal o circunstan­cial, y otra hacerlo siempre

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain