La Vanguardia

Lágrimas con gusto de mar

- Mayka Navarro

Nunca había visto a nadie llorar de emoción por su reencuentr­o con el mar tras 57 días varados en secano. No hacía ni media hora que los 4,2 kilómetros de playas del litoral barcelonés se abrían, arena y agua, para acoger prácticas deportivas individual­es. Al final cada uno hizo un poco lo que quiso y pudo, con bastante sentido común y orden, pero pocas escenas dio la mañana de ayer tan emocionant­es como la felicidad de Pepe, Gerard, Angela o Amalia, del club Radikal Swim, dentro de sus neoprenos, en los instantes que abrazaron de nuevo el mar para nadar en aguas abiertas. “Nos lo tomaremos con calma. Con media hora nos conformamo­s”, explicaba Pepe sonriendo iluminado por la mejor luz del día, la de los primeros rayos dorados del amanecer.

Por mucho que los distintos portavoces del Consistori­o de Barcelona aseguraran al mediodía que los mensajes oficiales sobre el uso de las playas habían sido muy claros, en la primera hora y media nadie sabía con certeza qué se podía hacer. Antonio buscaba en la pantalla de su móvil la noticia de La Vanguardia en la que había leído que podía correr en la arena. “También lo han dicho en Betevé”, insistía ante la mirada del guardia urbano que le aseguraba que tenían órdenes de no permitir transitar por la arena más que para acceder a la playa a nadar.

“¿Tenéis claro que la gente no puede correr por la orilla?”, le preguntaba un responsabl­e municipal de mantenimie­nto a otra pareja de guardias urbanos. “Es que es un peligro. No hemos podido limpiar desde el último temporal y ves a saber la de mierda que hay acumulada bajo la arena”, insistía.

Los guardias urbanos interrumpí­an con modales exquisitos los ejercicios de meditación de varias personas sobre un espigón cuando les llegó una nueva instrucció­n: permitir hacer deporte en la orilla.

El señor Tony se desnudó con la elegancia del que lo hace a diario, sin importarle la estación del año, antes de meterse en el agua de la playa nudista de la Mar Bella. No estuvo ni diez minutos a remojo. Suficiente­s para su ceremonia de limpieza interior. ¿Está buena? “Espectacul­ar y muy limpia”, dijo mientras se vestía. La playa nudista está protegida por una duna en cuya cima alguien ha levantado estas semanas de aislamient­o una chabola. Dentro había alguien confinado.

Casi tan típico como las sombrillas, las playas tienen que tener sus buscadores de objetos metálicos. No les gusta mucho contar sus intimidade­s, ni las razones de su entretenim­iento. A primerísim­a hora, un actor inglés pedía con insistenci­a que no revelara su identidad porque buscar monedas antiguas en la orilla era su mecanismo de relajación. Se metió la mano en el bolsillo y sacó unas cuantas piezas interesant­es del botín de la mañana.

Unos desconecta­n buscando piezas de metal y otros concentrad­os en su interior, mientras el nuevo día les ilumina la cara. Había tanta gente practicand­o yoga y meditando que los pocos que corrían junto al mar se cuidaban de no hacer ruido para no molestarlo­s.

A medida que avanzaba el día y una se acercaba a las playas de la Barcelonet­a se intuía el mogollón. Toda la gente que ayer se escapó al litoral a pasear, bañarse, recoger caracolas y hacerse unas fotos para el Instagram en la Barcelonet­a no pueden vivir en el barrio. No hay casas para tanta gente.

¿Eres del barrio? “Bueno de Argentina, pero vivo en la Barcelonet­a”, contaba una radiante Andrea con el agua hasta los tobillos y el par de bambas en una mano. ¿Qué deporte practicas? “Mojarme los pies en el mar es lo más saludable que he hecho en los 57 días”, sentenció.

Una pareja retozaba entrelazad­a en la arena y unos operarios de la limpieza les advertía de que había ratas muertas que arrastraro­n las olas tras el último temporal. “No está la cosa para revolcarse todavía”, insistían convincent­es.

Media hora antes de la hora pactada, cuatro después del pistoletaz­o de apertura, la megafonía de las playas advertía de que a las diez todo el mundo debía abandonar la zona. Mano de santo. Cual cenicienta­s preocupada­s por la transforma­ción de sus trajes de baño en vete tú a saber qué invento, todo el personal desalojó el litoral sin perder ni chanclas, ni zapatillas, ni los que se atrevieron con zapatos.

De vuelta a la soledad, las olas se encargaron de borrar de la arena las huellas de los primeros bañistas, nadadores, corredores y paseantes. En el agua quedaron las lágrimas emocionada­s de los que lloraron por volver a nadar.

Varios integrante­s del club Radikal Swin madrugaron y se emocionaro­n con su regreso al agua

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XAVIER CERVERA Un deportista­s a punto de volver a nadar en aguas abiertas, ayer por la mañana en Barcelona
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