Juego de juegos
El jueves, en la portada de este diario, veíamos a Leo Messi vestido de calle, con mascarilla y guantes, entrando en la ciudad deportiva del Barça. Más pronto que tarde, parece que vuelve el fútbol. Y encima de él, la sombra que cuelga a menudo, siempre que advertimos la posición central y abrumadora que ocupa en nuestra sociedad, este estatus privilegiado que le hemos ido concediendo nosotros mismos. Con tozudez, pero también un poco sin querer, el fútbol se ha convertido en nuestra frivolidad fundamental. Pasa por delante de cualquier otra forma de entretenimiento, de cualquier otra forma de espectáculo. En realidad, casi de cualquier otra cosa. Para nuestra vergüenza, para nuestro placer, es el juego de juegos. Un acontecimiento de interés general, como legisló Álvarez Cascos, mucho más importante que una cuestión de vida o muerte, en la hipérbole de Bill Shankly. Le daba vueltas estos días de confinamiento, en que los que tenemos chiquillos en casa nos hemos pasado más tiempo que nunca con nuestros hijos, jugando y viéndoles jugar a todo tipo de juegos, con y sin wifi. También hemos mirado con ellos más horas de televisión que nunca. Películas y series que, como toda ficción o relato, en lo esencial, por esta capacidad de anticipar escenarios, parecen juegos, en el sentido que nos proponen mundos, realidades más o menos próximas a la nuestra, regidas por unas normas la obediencia o transgresión de las cuales determina el destino de los héroes y villanos que participan.
En la sociedad del espectáculo, en la era de la información, el bienestar material ha venido acompañado de esta presencia preponderante del juego en nuestras vidas. El espíritu juguetón para emprender cualquier actividad, los libros de autoayuda y el éxito en la red
El fútbol ocupa una posición central y abrumadora en nuestra sociedad, un estatus privilegiado que le concedemos
de los vídeos para aprender a hacer cosas, desde reparar una cafetera hasta sobrevivir en un entorno salvaje, son los síntomas más evidentes. Como si la vida, como un juego, se pudiera afrontar siempre a partir de un manual de instrucciones o después de horas de entrenamiento.
Hay buenos y malos juegos. Juegos que después de jugarlos una vez, ya has tenido bastante. Y otros que te gustan tanto que no puedes parar de jugar. Normalmente, son los que mejoran con el tiempo. De tan sofisticados y complejos que pueden llegar a ser, al final se confunden con la vida.
Después, hay gente con la que te apetece jugar y gente con la que sabes que no lo volverías a hacer de ningún modo. Estos días he estado intentando entender aquel sexto sentido que tenía, de niño, cuando lo tenía claro. Más todavía, he jugado a aplicar el mismo criterio para evaluar conocidos, saludados y figuras públicas. El resultado es maravilloso y sorprendente. Me atrevería a decir que es un argumento infalible para evaluar personas.