Los gozos y las sombras
Alejandro Zambra, maestro chileno de la novela breve, publica una obra extensa sobre la relación paternofilial y sobre la poesía de su país
El protagonista, hijo de un taxista y una profesora de inglés, ha obtenido una beca para financiarse un doctorado en Nueva York
Maestro de la novela breve, con Bonsái (2006), La vida privada de los árboles (2007) o Formas de volver a casa (2011), fielmente reseñado en estas páginas, Alejandro Zambra, poeta, narrador y crítico literario nacido en Santiago de Chile en 1975, nos sorprende ahora con una espléndida novela larga, Poeta chileno, que se lee, página a página, con la misma inmediatez con la que leemos sus entregas anteriores. De nuevo aquí la escritura y los escritores son parte de la trama. El protagonista, hijo de un taxista y una profesora de inglés, ha obtenido una beca para financiarse un doctorado en Nueva York, lo que provoca que Carla le pida que se vaya de casa. “Tenía la certeza inapelable de haberlo perdido todo”. Nueve años más tarde vuelven a encontrarse, “y es gracias a ese reencuentro que esta historia alcanza la cantidad de páginas necesaria para ser considerada una novela”. Porque con el encuentro entra en escena Vicente, el hijo de León que se convertirá en el hijo adoptivo de Gonzalo. Éste, además, ha publicado su primer libro, Parque del Recuerdo, que le convierte en otro poeta chileno.
Los personajes, como suele ser propio de la novela breve, son escasos. Gonzalo, su padre, su madre Mirta, el abuelo, su gato Oscuridad (el de la portada del libro), Vicente y su compañera Pru. Una serie de relaciones que generan distintos conflictos que acaban por afectar a todos, es decir, una serie de nouvelles que es al mismo tiempo una gran novela. La relación entre padre e hijo –pues esto es lo que en realidad son o lo que en realidad viven– es lo más entrañable de esta agitada y entretenida lectura. Se llevan veinte años de diferencia, y vemos la conflictiva y enriquecedora relación de la infancia del niño hasta su juventud: adopción, separación y reencuentro. Al saber que el muchacho escribe poemas, “Gonzalo siente una puntada o un estremecimiento que no sabría si describir como una sacudida de calidez o un escalofrío”. Al mismo tiempo, Vicente descubre la poesía de su padre, que encuentra por casualidad en la librería donde trabaja: “Releyó Parque del Recuerdo muchas veces” y “sentía que releyendo ese libro se preparaba para el encuentro”. Asiste también a una de sus clases, que le parece extraordinaria.
Y es así como entramos en el título de la novela, Poeta chileno, que muy bien podría ser Poetas chilenos: “A estas alturas, la poesía chilena era para Gonzalo la historia de unos hombres geniales y excéntricos”. Él, más brillante como profesor y lector que como poeta. Su Parque del Recuerdo es rechazado por varias editoriales hasta que encuentra un editor que acepta el libro con la condición de que financie el cuarenta por ciento de una edición de doscientos ejemplares. En realidad, “su trabajo consiste en intentar comprender el mundo a través de los poemas que escribieron otros”.
Y sus lecturas son fascinantes. Lector agudo, incisivo y, cuando le conviene, arbitrario como lo es Bolaño, siempre presente aquí, aunque sólo sea entre visillos. Y confirma dos rasgos dominantes en la novela autobiográfica: las lecturas y la autobiografía. Si Bolaño en Nocturno chileno se muestra ambiguo con Neruda, lo mismo ocurre aquí. Con Neruda, con Raúl Zurita o con Nicanor Parra (para Rocotto, “desde hace años que Parra escribe puros chistecitos”). Atento a sus contemporáneos, como Vila-matas, María Negroni, Antonio Cisneros, Fabio Morábito o Valerio Magrelli. Todo lo vivimos aquí, lo ficticio y lo real, como un agudo e intenso recorrido hasta penetrar en el corazón de Chile. |