El cómic conquista el mundo
Este fin de semana tendría que haberse celebrado el Saló del Còmic de Barcelona. En su ausencia, analizamos cómo este arte llega a nuevos públicos
El día de Sant Jordi, mis hijos y yo pasamos buena parte de la tarde leyendo las aventuras de El lobo en calzoncillos (Astronave). El personaje –creado por el guionista Wilfrid Lupano y los dibujantes Mayana Itoïz y Paul Cauuet– vive en un bosque dividido en viñetas. No se trata, por tanto, de un álbum ilustrado al uso, sino de un tebeo para niños. Cada historia desarrolla en paralelo una trama interesante y simpática y un ensayo político de baja intensidad, de modo que al tiempo que hace las delicias de los pequeños provoca la complicidad del adulto. Como las mejores películas de Pixar, proporciona placer para todas las edades.
Esa misma noche, antes de irme a dormir y para compensar simbólicamente un día de juegos, libros infantiles y dibujos animados, releí Cadencia (Fosfatina), el cómic abstracto de Roberto Massó .Se trata de una fascinante exploración visual, puramente gráfica, del ritmo y el movimiento. Me proporcionó otro tipo de placer, más individual e intelectual que el que te ofrecen las narrativas audiovisuales. Massó te tira a las pupilas unas secuencias de imágenes que se resisten a la interpretación. Desnudas de texto, te convierten a ti en su guionista.
Todos los lectores atesoramos una memoria sentimental vinculada con personajes de tebeo y con paisajes dibujados. Las adaptaciones cinematográficas han vuelto más sólidos los vínculos que nos unen con el noveno arte. Durante su historia, el arte de la viñeta ha ido cubriendo progresivamente todas las zonas de lectura. Los álbumes de Tintín o de Ásterix y Óbelix, los cómics de superhéroes, las sátiras políticas de la