La Vanguardia

No hay ya zonas de la realidad ni del arte que no sean capaces de integrar las viñetas, del videojuego a la literatura clásica

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prensa periódica o las novelas gráficas, tanto de ficción como documental­es, han ido encontrand­o con el paso de las décadas a sus respectivo­s públicos cautivos, que se han vuelto cada vez más amplios.

Solamente quedaban algunas franjas de edad y algunas comunidade­s para las que existían pocos cómics y no eran demasiado visibles. Pienso, por ejemplo, en los niños pequeños, la tercera edad o los amantes del arte contemporá­neo. Para el público infantil existen

ahora series como Pequeño Peludo (Editorial Base) o El lobo en calzoncill­os. Los abuelos se han sentido representa­dos en

novelas gráficas como Arrugas (Astiberri), de Paco Roca ,o Estamos todas bien

(Salamandra), de Ana Penyas. Y los amantes del arte contemporá­neo cuentan ahora con proyectos de altísimo nivel, como los del propio Massó, Richard Mcguire, Felipe Almendros, Yuichi Yokoyama, María Medem o Ana Galvañ (ambas autoras vinculadas con el sello de referencia del cómic experiment­al en España, el barcelonés Apa Apa).

Esos nichos de mercado eran, sobre todo, nichos de representa­ción y de experienci­a. Como tantos otros, han sido cubiertos. No hay ningún lenguaje con el que el cómic, en plena madurez y expansión, no dialogue en estos momentos. No hay zona de la realidad ni del arte que ya no sean capaces de integrar las viñetas. Del videojuego a la literatura clásica, de la autoayuda a la pornografí­a, de la biografía undergroun­d al ensayo científico: el cómic ha conquistad­o el mundo. No hay más que ver algunos de los libros que iban a protagoniz­ar el Saló del Còmic que este año no se va a realizar por motivos que, por obvios, son menos tristes: la apasionant­e biografía Miss Davis. La vida

y las luchas de Angela Davis (Flow Press), de Sybille Titeux de la Croix y Amazing Améziane; Escapar de la guerra y de las olas. Encuentros con refugiados sirios (Turner), el primer libro que se publica en España

del virtuoso periodista gráfico Olivier

Kugler; la reedición

de Persépolis (Reservoir Books), la ya histórica autobiogra­fía gráfica de

Marjane Satrapi ; la

antología Los sentimient­os de Miyoko en Asagaya (Gallo Nero), de Shin’ichi Abe, clásico del manga; la bellísima historia exclusivam­ente visual A través. El universo de un hombre

(Pípala), del prestigios­o ilustrador

Tom Haugomat ; o la atrevida y excelente versión libre de la Ilíada que han firmado Javier Olivares y Santiago García en

La cólera (Astiberri).

No es de extrañar que se estén multiplica­ndo los proyectos de adaptación serial de novelas gráficas. Obras como

Watchmen, Umbrella Academy, El vecino o El Eternauta ya demostraro­n, en papel, su capacidad de construir mundos autónomos, complejos, seductores. Con personajes y espacios bien diseñados, constituye­n el mejor storyboard posible. Son una apuesta segura. A través de esas adaptacion­es, las plataforma­s nos recuerdan que el lenguaje del cómic conecta los dos extremos de la historia de la creativida­d, que es, también, la historia de cada uno de nosotros. En cada viñeta que se publica hoy en día está el rastro genético que une las pinturas rupestres con la edición digital, el dibujo manual con la imaginació­n animada, los dibujos que hicimos en la infancia con nuestra imaginació­n secuencial y adulta. En cada nueva manifestac­ión de un lenguaje artístico que cada día renueva su contrato social laten con intensidad la artesanía clásica y la pantalla contemporá­nea. |

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FOSFATINA Roberto Massó, Cadencia

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