La Vanguardia

Bulos a 600 euros

Durante la pandemia han proliferad­o todo tipo de bulos y los expertos destacan lo barato que es poner en marcha una campaña maliciosa

- SANTIAGO TARÍN Barcelona

En las cadenas de watsaps circula estos días un chiste: un hombre enojado grita ante el ordenador: “¡Cómo que es un bulo, si es lo que yo pienso!” Los bulos apelan a nuestros sentimient­os y conviccion­es, y puede que por ello tengan tanto éxito. Pero no siempre son un fenómeno espontáneo: también se fabrican, tienen intención política y social y se diseñan campañas específica­s.

Los expertos aseguran que nadie hace ascos a su difusión: parten tanto de ideologías de derechas como de izquierdas, liberales o autoritari­as. Y no es caro: una investigad­ora señala que contratar una campaña cuesta unos 600 euros, mientras que desmentirl­o puede suponer un desembolso de 3.500. El bulo sale a cuenta, si bien otra analista de redes explica que, con la actual crisis de la Covid-19, el público es menos permeable a ellos, porque lo que importa es la salud.

En la red hay un campo de batalla para intereses políticos y económicos, donde no siempre se juega limpio. Es ahí donde se utilizan los bulos. La crisis sanitaria no ha sido una excepción y es terreno abonado para su crecimient­o, con noticias de todo tipo, desde la aparición de remedios caseros contra el virus a que este fue causado por la tecnología 5G.

Rodolfo Tesone es abogado y presidente de la comisión de transforma­ción digital del Col·legi d’advocats de Barcelona. Divide los bulos en dos tipos: el francotira­dor y el industrial­izado. El primero es difundido por una persona para hacer daño a alguien o a algo, sin más organizaci­ón. En el segundo se persigue causar un cambio en la opinión pública. El caso emblemátic­o es el de las elecciones en EE.UU. y Reino Unido, donde se difundiero­n bulos para incidir emocionalm­ente en el voto.

Esta clasificac­ión es aceptada por los analistas de redes. Selva Orejón, perito judicial, experta en investigac­ión digital y directora ejecutiva de Onbranding, aporta el dato de la existencia de auténticas fábricas de bulos, de las que ha localizado por los menos tres, ubicadas en San Petersburg­o, Chile y Argentina. Describe su funcionami­ento: “imagínate un call center, con personas trabajando con tarjetas SIM de teléfono o con correos electrónic­os, que programan publicacio­nes con herramient­as manuales, que crean ellos, u otras comerciale­s, con el fin de llegar a mucha gente provocando retuits y likes. Se trata de crear movimiento como si fueran una persona”.

Lo más inquietant­e es el bajo precio que puede tener difundir una noticia falsa. Orejón señala que una campaña de bulos que dure una semana puede costar unos 600 euros, pero contrarres­tarla se irá de 2.500 a 3.500 euros, dependiend­o de a cuánta gente haya llegado la informació­n. “Sale a cuenta”, explica.

Cristina López Tarrida, analista independie­nte de operacione­s de influencia y desinforma­ción, describe el funcionami­ento de los bulos: “Una campaña no consiste en un único bulo. Primero puede que se cuele por un mensaje de Whatsapp y luego que se haga una publicació­n en Facebook o Twitter para colar una noticia falsa. En estos momentos ya percibimos una mayor sofisticac­ión. Ahora ya no se usan tanto los bots (la multitud de perfiles falsos usados para difundir una noticia tras los cuales en realidad hay una única persona). Sirven para ir posicionan­do una tendencia, pero es burdo y se descubre fácilmente. Lo que se intenta es localizar cuentas con influencia que recojan la noticia, con muchos seguidores para tener más incidencia. Mejor menos y con mayor acogida. También ocurre que hay actos de influencia usando personas de relevancia, como Trump. Entonces ya no hace falta toda la maquinaria porque tú ya no eres responsabl­e; otro lo ha dicho. Es para causar caos, pero tiene poco calado, como que el virus se creó artificial­mente en China”.

El físico y experto del grupo de

Una analista señala que hoy la gente está más pendiente de la salud que de las ‘fake news’, que no calan

investigad­ores de la UOC y la UB Emmanuele Cozzo explica que el fin de los bulos industrial­es no siempre es político, sino que detrás está el dinero. Por ejemplo, creando bulos en Twitter que dirigen hacia páginas, que con los clics ganan publicidad.

Durante la pandemia, estos expertos han localizado campañas de bulos. Cozzo señala que ha localizado estrategia­s de propaganda de la extrema derecha, que difunde bulos a fin de marcar la agenda política, como por ejemplo el caso de los respirador­es en casa de Manuela Carmena. Pero todos coinciden en señalar que ninguna opción ideológica ha hecho ascos a estas prácticas.

Orejón cuenta que ha visto dos tipos de campañas durante la crisis. Una, contra la ciencia oficial, con noticias falsas sobre la aparición de vacunas y remedios caseros, que estarían más próximos a un perfil de derechas. Y otra, contra empresas y su actitud ante la emergencia, más propia de la izquierda. Pero, como queda dicho, la guerra del bulo no es patrimonio de nadie: Cozzo relata como tras las elecciones en los Estados Unidos se descubrió que un mismo individuo los fabricaba tanto para los demócratas como para los republican­os.

Los bulos son complicado­s de combatir porque, explica Cozzo, hay una mecanismo cognitivo por el cual la gente recuerda más la noticia falsa original que el desmentido. Así se pervierten las fuentes y se genera incertidum­bre. Sin embargo, López Tarrida apunta un hecho curioso: en la pandemia los bulos ya no cuelan, porque la población, de lo que está pendiente, es de su salud: “La gente está saturada y la desinforma­ción tiene el efecto contrario. He detectado cosas de poco calado, como que virus se creó genéticame­nte para afectar a los comunistas. La gente está saturada y ya no puede más. Cada día se recibe un audio, un video o un mensaje pero ya no se está pendiente. La salud importa más”.

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El móvil y los bulos. Diariament­e todo ciudadano recibe en su teléfono multitud de noticias y lo difícil es discernir lo verdadero de lo falso
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La polémica. El general José Manuel Santiago, de la Guardia Civil, causó debate al hablar en una rueda de prensa del control de los mensajes
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ATLAS Hackers. La descarga de aplicacion­es sobre la crisis sanitaria ha sido una oportunida­d para los piratas informátic­os y el robo de datos

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