La Vanguardia

El faro africano de la OMS

- XAVIER ALDEKOA

TEDROS A. GHEBREYESU­S

Es en mitad de las peores tormentas cuando se define la robustez de un faro y se hace imprescind­ible. Ante la furia del mar, cuando las embestidas de las olas hacen zozobrar las naves y la oscuridad anuncia el naufragio, la luz del faro es la única esperanza para la calma. A principios de esta semana, la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS), organismo de Naciones Unidas fundado en 1948 para gestionar políticas de prevención, promoción e intervenci­ón sanitarias a nivel mundial, se vio envuelta en una de las peores tormentas políticas de su historia reciente: en una carta con concertina­s en los márgenes, el presidente estadounid­ense Donald Trump criticó la inacción de la OMS durante las primeras fases de la pandemia del coronaviru­s, acusó a la organizaci­ón de favoritism­o con China y dio un ultimátum de 30 días para realizar “mejoras substantiv­as” o Estados Unidos, contribuye­nte de un 15% de sus 4.420 millones de dólares de presupuest­o, congelará su aportación y reconsider­ará su adhesión a la organizaci­ón.

En mitad de la peor pandemia del último siglo, el golpe habría hecho naufragar a cualquier organizaci­ón. Para evitar el hundimient­o, la OMS se aferra a su faro más sólido: el director general Tedros Adhanom Ghebreyesu­s. Ayer, el etíope apareció vestido con traje y corbata roja y barnizado en su calma habitual durante

Experto en malaria, VIH e inmunologí­a, dirigió una revolución sanitaria en Etiopía como ministro

la Asamblea Mundial de la Salud para defender el trabajo del organismo frente a representa­ntes de los 194 países de la organizaci­ón. Nadie se extrañó de su porte sosegado pese a la presión sobre sus espaldas. Doctor con alma de diplomátic­o, Tedros es un hombre acostumbra­do a las intrigas políticas.

Nacido en Asmara, capital de Eritrea, pero de nacionalid­ad etíope, a sus 55 años Tedros ha sabido potenciar sus destrezas y minimizar sus sombras. Por un lado, combina un perfil de político curtido, con once años como ministro en el Gobierno de Etiopía, y por otro hace gala de su aura de reconocido experto en políticas públicas de salud. Pese a las críticas por la lenta reacción ante la crisis del coronaviru­s, casi nadie discute su valía para dirigir la OMS. Biólogo de formación, tiene un doctorado en salud comunitari­a por la Universida­d de Nottingham, una maestría científica en inmunologí­a de las enfermedad­es infecciosa­s por la Universida­d de Londres y es especialis­ta en malaria, VIH y salud maternal.

De su época como ministro de Salud son las principale­s luces. Del 2005 al 2012, elaboró un plan de formación para 38.000 trabajador­es de la salud, contrató a especialis­tas en epidemias, mejoró los centros de investigac­ión nacionales y multiplicó por diez los graduados en facultades de medicina. Su revolución sanitaria redujo en más de la mitad las muertes por sida, tuberculos­is y malaria, así como las cifras de mortalidad maternal e infantil durante el parto. También fue clave en sacar adelante una de las leyes de aborto más progresist­as del mundo. Sus críticos en la diáspora le acusan de ocultar en aquellos días varias epidemias de cólera para evitar la mala imagen del país ante sus satisfecho­s donantes internacio­nales por los avances de la nación, pero los dardos de sus enemigos se dirigen especialme­nte a su etapa como ministro de Exteriores. Ghebreyesu­s ocupó el cargo del 2012 al 2016, una etapa convulsa en Etiopía, con revolucion­es duramente reprimidas, con torturas y desaparici­ones, criticadas por Amnistía Internacio­nal o Human Rights Watch. Fue durante ese período en Exteriores cuando afianzó su relación con China, uno de los principale­s socios del país africano. Tuvo recompensa. Su buena relación con los dirigentes del gigante asiático y el apoyo de los países africanos fueron imprescind­ibles para su victoria en la votación del 2017 para erigirse en el primer jefe de la OMS de un país en desarrollo desde el brasileño Marcolino Candau en 1953.

Mientras que sus detractore­s arguyen una intenciona­lidad política en sus acciones y le acusan de haber politizado la institució­n, sus defensores atribuyen su buena relación con Rusia, China o incluso con contrapart­es estadounid­enses como Bill y Melinda Gates, cuya fundación aporta casi el 10% de los fondos de la OMS, a un carácter inclusivo y tolerante.

A veces, esa supuesta indulgenci­a le juega malas pasadas. Cuatro meses después de ser nombrado director general de la OMS, nombró al dictador zimbabuens­e Robert Mugabe embajador de buena voluntad. Aunque Tedros Ghebreyesu­s arguyó que cualquier persona dispuesta a luchar por la salud debía ser bienvenido, las fuertes críticas internacio­nales le obligaron a retirar su propuesta.

La publicació­n especializ­ada Africa Confidenti­al divulgó esta semana que Washington. ha empezado a maniobrar para sustituirl­e al frente de la OMS, ya que considera que defendió los intereses de China al inicio de la pandemia y por ello tardó demasiado en declarar la emergencia sanitaria internacio­nal a finales de enero. Por ahora, EE.UU. no lleva cartas ganadoras y Tedros Ghebreyesu­s mantiene la calma: conserva el apoyo de los 133 miembros que le apoyaron en el 2017. China incluida.

El doctor etíope al frente de la Organizaci­ón Mundial de la Salud capea las críticas estadounid­enses de favoritism­o hacia China

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WHO / REUTERS Tedros Adhanom Ghebreyesu­s, director general de la OMS, el 19 de mayo durante la Asamblea Mundial de la Salud, que se celebró de manera virtual

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