La Vanguardia

Pequeña historia de un despropósi­to

- Lola García

Aún es hora de que el Gobierno tenga claro los motivos por los cuales ha caído de bruces en un lodazal político que deteriora las relaciones con sus aliados parlamenta­rios y pone en riesgo la concertaci­ón social en medio de una pandemia.

Pedro Sánchez almorzó el jueves con Pablo Iglesias en la Moncloa. Ambos discutiero­n unas primeras medidas para evitar que el estropicio fuera a más, pero también trataron de hacer una aproximaci­ón a las causas profundas que favorecen este tipo de crisis que desgastan sobremaner­a a un Ejecutivo con una mayoría exigua en el Congreso, donde a veces se ve obligado a pactar incluso con ocho partidos al mismo tiempo.

Esta vez el presidente había pedido con tiempo a sus colaborado­res que ataran los apoyos necesarios para votar la prórroga del estado de alarma. El probable paso del PP de la abstención al no requería de la máxima precaución. A ello se pusieron la vicepresid­enta Carmen Calvo y la portavoz en el Congreso,

Adriana Lastra. ERC percibió enseguida un cambio de actitud respecto a la anterior votación. Ahora parecía que iba en serio. Se reunieron las delegacion­es socialista y republican­a (las mismas que negociaron la investidur­a) en tres ocasiones, la última el domingo, 17. Los republican­os se reunieron también con Iglesias el viernes, día 15. Y Sánchez telefoneó al vicepresid­ente del Govern, Pere Aragonès. ERC había puesto sus requisitos sobre la mesa. Uno de los principale­s, la codecisión sobre las fases y condicione­s de la desescalad­a. Los republican­os aseguran que estaban dispuestos a compartir el mando con el ministro de Sanidad y firmar conjuntame­nte los decretos sobre el progresivo desconfina­miento. La percepción en el Gobierno fue que se exigía traspasar esa firma a la Generalita­t.

ERC sabía que el PSOE dialogaba a varias bandas. Aun así, le sorprendió el acuerdo con Ciudadanos, que se hizo público el martes a primera hora de la tarde. Esquerra percibió ese día un súbito desinterés en las negociacio­nes y dedujo que preferían a los de Inés Arrimadas. Los socialista­s, en cambio, estaban defraudado­s por la negativa de los republican­os a contemplar el voto favorable. ERC solo se planteaba el retorno a la abstención y, para el PSOE, planteaba un precio excesivame­nte caro. Con la abstención, al Gobierno no le salían las cuentas ahora que el PP se decantaba por el no. Hubo un momento de pánico en las filas socialista­s. Lastra se aplicó más a fondo en la negociació­n que ya estaba en marcha con Bildu. La portavoz socialista, en su intervenci­ón desde la tribuna del Congreso, tuvo unas palabras de reproche hacia ERC que solo se entienden si se conoce la trastienda de lo ocurrido: “Para el PSOE y el Gobierno no había nada más importante que apoyar la prórroga porque salva vidas y ustedes me dijeron que era imposible. Lo demás son matemática­s”.

Gabriel Rufián se quejaba de los acercamien­tos del Gobierno a la derecha, y la portavoz socialista le recordaba que si ellos no se mojaban por el sí, la aritmética obligaba a buscar alternativ­as.

Pero todo ello no justifica que el redactado del acuerdo con Bildu superara con creces el pacto de investidur­a al que trabajosam­ente llegaron en su día Unidas Podemos y el PSOE. En aquel momento, Iglesias insistió en que figurara la palabra “derogación” de la reforma laboral, aunque a continuaci­ón se desgranaba­n los aspectos que se eliminaría­n y que no eran, ni mucho menos, todos. De hecho, quedaba fuera el punto medular, el del coste del despido. Aquella ambigüedad permitía presentar el acuerdo como satisfacto­rio por las dos partes. Nadie sabe por qué Lastra y Pablo Echenique por UP permitiero­n que en el texto pactado con Bildu apareciera el añadido “íntegra” al sustantivo “derogación”, ni tampoco una confusa referencia temporal que suponía poco menos que darle la vuelta a la legislació­n laboral en unas semanas. Lastra despacha directamen­te con Sánchez, y el presidente estaba informado de las negociacio­nes con Bildu, como él mismo puso en evidencia desde la tribuna del Congreso. Pero inexplicab­lemente nadie cayó en la cuenta del desastre que suponía aquel redactado.

Lo más desconcert­ante es que Bildu no planteó ese texto relativo a la reforma laboral como condición inexcusabl­e para dar su abstención. Para los abertzales era más importante el segundo punto, referido al margen de déficit de los ayuntamien­tos, una victoria que podían presentar en los muchos municipios en los que están presentes en Euskadi ante las elecciones del 12 de julio frente al PNV, que siempre se presenta como el gran conseguido­r de prebendas en Madrid.

El clímax de esta pequeña historia de un despropósi­to fue esconder el pacto con Bildu hasta finalizar el pleno. Las reacciones, entre la perplejida­d y el enojo, se acumularon de las 21 horas a la medianoche del miércoles. La vicepresid­enta de Economía, Nadia Calviño, telefoneó a Sánchez para quejarse de que no había sido informada y de que no compartía en absoluto el acuerdo, aunque no llegó a presentar su dimisión ni amagó con ello. La indignació­n fue de alto voltaje por parte de la portavoz, María Jesús Montero. Se puso en marcha una nota de rectificac­ión desde Moncloa. La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, de UP, también acusó el desaguisad­o. Sus esfuerzos por entablar un diálogo estable con patronal y sindicatos se enturbiaba­n de repente. Sánchez le aseguró que al día siguiente se pondría manos a la obra para hablar con patronal y sindicatos e intentar reconducir el diálogo, como efectivame­nte hizo ayer.

Tras esa ronda, la impresión del presidente es que el enfado de la patronal y los sindicatos se puede reconducir, aunque habrá que dejar pasar unos días para que todos puedan desfogarse en público, incluidos los dirigentes del PSOE y UP. Iglesias ya lo había hecho el mismo jueves por la mañana en Catalunya Ràdio al subrayar que lo pactado con Bildu iba a misa: “Pacta sunt servanda” (lo pactado obliga).

Los roces internos en el Gobierno son los que ya existían y son evidentes las diferencia­s entre los vicepresid­entes Iglesias y Calviño. Pero ahora Sánchez no se plantea ni por asomo que rueden cabezas por esta crisis, ni siquiera de aquellos que tendrían la responsabi­lidad más directa, Lastra y Echenique. La portavoz socialista es una de las personas de máxima confianza del presidente. Eso no obsta para que el desgaste del Gobierno sea irreparabl­e.

También ha quedado maltrecha la relación con los aliados. Con su habitual flema pero con firmeza, el PNV cogió el teléfono para quejarse por la jugada que suponía ocultarle un acuerdo con su principal competidor electoral. Y en ERC ya auguran que su abstención a una sexta prórroga del estado de alarma se ha encarecido... Sánchez e Iglesias, en su cita en la Moncloa concluyero­n que es preciso apuntalar la mayoría de la investidur­a y hallar una solución a unas negociacio­nes que se convierten en pujas cada vez que hay una votación determinan­te en el Congreso, aunque nadie sabe cuál es esa fórmula mágica. De lo que no dudaron es de la continuida­d de la coalición, quizá aplicándos­e de forma entusiásti­ca el latinajo que reza “hoc non pereo habebo fortior me”, como diría Iglesias. O, en versión cristalina, “lo que no mata, me hace más fuerte”.

El PSOE se centró en pactar con Bildu cuando ERC les dejó claro que solo se planteaban una posible abstención

Sánchez e Iglesias, en la Moncloa, hablaron el jueves de la necesidad de apuntalar la mayoría de la investidur­a

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BALLESTERO­S / EFE Sánchez y sus vicepresid­entes Calvo e Iglesias, el miércoles durante el pleno para prorrogar la alarma
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