La Vanguardia

El precio de una oreja

- Núria Escur

En los lavabos de un local un joven saca una cuchilla de afeitar de su boina inglesa de lana, se acerca a la víctima y le rebana una oreja. Si ustedes vieron esta escena de la aclamada serie Peaky Blinders no van a olvidarla jamás. Tampoco la siguiente: Cillian Murphy, con aspecto sexy y actitud canalla, se lleva a la chica –que algo mosqueada está– al otro extremo del salón de baile.

–Espero que esta vez no hagan falta cuchillas de por medio

–No. He pensado en subir de categoría: voy a pasarme a una empresa legal. Seré un hombre de negocios. –Dios, va en serio. Durante las primeras temporadas, las modas imitaban a los peaky blinders, de la ropa a la bebida, y el furor seguirá, porque se ha añadido un ingredient­e nuevo. Han revelado los secretos de aquel grupito de crápulas que dominó los servicios de seguridad de locales y negocios de primera y el mundillo de las carreras de caballos en los años veinte.

Normalment­e la cosa va así: el escritor publica una novela, un director de cine la convierte en película y el escritor se cabrea porque no reconoce su obra. Primero libro, después película. Con los peaky blinders ha ocurrido, mágicament­e, a la inversa. Tras el éxito de la banda de delincuent­es en Netflix, alguien ha publicado quiénes fueron realmente sus miembros y los desmitific­a incluyendo material inédito.

No es un advenedizo. Quien ha escrito la verdadera historia de esos chicos de Birmingham (Peaky Blinders, Principal de los Libros) es Carl Chinn, que, además de profesor universita­rio, historiado­r y corredor de apuestas, es el biznieto de uno de los miembros de la famosa banda: Edward Derrick, un criminal de tercera generación.

Arrogantes, violentos, sin freno, nadie sabía cómo pararles los pies. Hasta que llegó Rafter, un policía protestant­e, y encontró la fórmula: fútbol y boxeo como deportes disciplina­rios. Así, desahogada su adrenalina, parece que los amansaron.

Más allá de la actitud chulesca de los peaky blinders, me pregunto si esa escena, la de la oreja cortada, existió. Y me asaltan otras orejas rebanadas famosas: la del Paul Getty III, nieto de un magnate, que enviaron en un sobre a un periódico italiano; la de Van Gogh, pobre, atormentad­o.

Los peaky blinders eran gángsters de los años veinte y de todo aquello hace exactament­e un siglo… Ignoro a cuánto va una oreja hoy, pero últimament­e –seguro que como ustedes– preferiría no oír ciertas cosas…

Solo con fútbol y boxeo disciplina­rios amansaron a los peaky blinders

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