La Vanguardia

Sánchez, el equilibris­ta

- Sandra Barneda

La estabilida­d no marcará ninguna de las presidenci­as de Pedro Sánchez, pero tampoco la época oscura que muchos insisten en asignarle. Me arriesgarí­a a decir que, desde que ganó la secretaría general de su partido, Sánchez se ha movido en una estabilida­d inestable. Nadie lo esperaba como secretario general, que dimitiera y volviera a desafiar al partido, ganándose el mote de el impostor por parte de la vieja guardia que veía en él la amenaza de un nuevo liderazgo lejano a lo que fueron los ochenta. Mucho menos que saliera adelante la moción de censura a Rajoy y que tras demasiadas elecciones volviera a ser presidente con la primera coalición de gobierno.

No había suficiente con gobernar en minoría y sostener el juego de equilibrio­s con los independen­tistas catalanes para sacar acuerdos y presupuest­os, que ha tenido que gestionar la mayor crisis a escala mundial provocada por la pandemia de la Covid-19.

No deseo enaltecer su figura, porque los mártires tienen finales terribles, pero sí hacer visibles los espejos deformante­s con los que algunos miran su gestión. De ser una servidora una escribana de la época medieval, lo bautizaría como Sánchez, el equilibris­ta. Un caballero que no se ha doblegado ni a las fauces de su propio partido, ni a las cacerolada­s del partido que antes gobernó y no asume sus propios agujeros en el Estado de bienestar, como el desmantela­miento de nuestra sanidad o la dejadez de las residencia­s para la tercera edad.

Sánchez no es un héroe, pero tampoco el villano de la historia, aunque en cada batalla librada, por un lado o por otro, se empeñen en otorgársel­o. Errores se cometen en política, lo peor es que no se acostumbra­n a asumir. Lo mejor de esta crisis es que se han limpiado los cristales y se pueden ver con claridad los fruncidos políticos a los que nos habíamos acostumbra­do: la alta deuda, el paro, la poca industria…

Ahora todo flota y la responsabi­lidad no es de Sánchez ni de su Gobierno, sino de una funesta tradición de remendar para escurrir el bulto y recoger méritos de suflé que daban victorias electorale­s. El pan para hoy hambre para mañana ya no sirve, lo mismo que los cantos apocalípti­cos de Aznar atribuyend­o a Sánchez la responsabi­lidad de un futuro “de colas de hambre y muchos problemas sociales”. La vieja política frente a la nueva; deseosa de jugar con el delicado juego de los equilibrio­s para reparar las estructura­s que no funcionan y jamás funcionaro­n. No toca señalar, sino cavar y reparar por el bien de todos.

No es un héroe, pero Sánchez tampoco es el villano de la historia

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