La Vanguardia

La madre que escolariza a cuatro hijos

- BÀRBARA JULBE

No sufrió acoso escolar. Tampoco era mala estudiante, como muchos creen. Carlota Sala salió del sistema educativo con 25 años, tras cursar la carrera de diseño industrial y la de interiores, de la que estuvo becada, y se sintió de alguna forma “estafada”. Eso fue lo que pasó. Vio que lo que había aprendido esos años no tenía nada que ver con lo que realmente quería saber. Como si hubiera perdido un tiempo valioso porque sus intereses y aquello en lo cual le hubiera gustado profundiza­r no estaba en las aulas.

Esta vivencia caló en ella. Tanto, que unos años después, cuando su primer hijo entró con meses en el jardín de infancia, se dio cuenta de que ese no era el camino. “Empecé a dejar de conocer a mi hijo. La maestra sabía más de él que yo misma”, comenta Sala. Y el motivo era la desconexió­n que había. “Los hijos pasan muchas horas separados de los padres. La sociedad tiende a apartar a los niños”, asegura. Fue ahí y en esas circunstan­cias y persiguien­do un proyecto de educación libre donde emergió en ella, y en su pareja, un cambio de mentalidad. La decisión estaba tomada: escolariza­rían a sus hijos en casa.

“No tiene por qué ser menos enriqueced­or que ir a la escuela. Si tienen que saber cosas de la vida pueden aprenderla­s en nuestro día a día”, expone Carlota. Si tienen ganas de hacer una cabaña, la hacen; o un pastel, lo mismo. “Vemos como los gramos de harina ocupan un volumen determinad­o. Hablamos de medidas, la transforma­ción del líquido y la levadura y que los microorgan­ismos reaccionan con el calor. O si una cabaña no se aguanta, uno de ellos pone un palo y vemos la fuerza que ejerce ese palo. Estamos haciendo física. Trabajan la gravedad”, relata la madre, quien añade que “cuando más adelante te explican de forma abstracta una fórmula o una reacción química la puedes comprender porque lo has vivido”.

Ella y sus cuatro hijos , de entre 2 y 12 años, han aprendido a hacerlo todo juntos. Combinan momentos expansivos, de movimiento y actividade­s psicomotri­ces, con otros de recogimien­to. Experiment­an. Su aprendizaj­e es vivencial. Tras levantarse por la mañana, desayunan y aunque la madre tiene preparadas algunas sugerencia­s deja que sean ellos los que propongan qué hacer. “Seguimos sus intereses y les ofrecemos material y experienci­as. Damos un acompañami­ento”, dice.

Y es que el aprendizaj­e está en todos los sitios. Se basan más en competenci­as que en contenidos. El objetivo es que “aprendan a aprender. Que sigan conectados a su curiosidad, autoestima y confianza, de esta forma tendrán herramient­as y recursos si el contenido es más complicado”, expone Carlota.

Pero el camino de este tipo de escolariza­ción en casa que hacen ellos, conocida como homeschool­ing, no ha sido fácil. Esta familia del Moianès tuvo “miedos y dudas” los primeros meses. Según cuenta, “fueron unas semanas duras de dejar de relacionar el aprender con la escuela y ver que el aprendizaj­e no solo está en el papel y lápiz”. Ni tampoco en las aulas ni en los suspensos. En su caso, no siguen un horario ni tampoco un currículo educativo. “La escuela invalida las necesidade­s auténticas de los niños y muchos talentos y habilidade­s no encajan en el sistema educativo. No resuelve las necesidade­s como familia ni las necesidade­s auténticas de nuestros hijos”, sentencia Sala.

En Catalunya puede haber unas 500 familias que educan a los hijos en casa. “No hay un recuento válido porque no hay un registro. Muchas familias se esconden o no quieren ser contabiliz­adas”, indica Carlota, que es la presidenta de la Coordinado­ra Catalana pel Reconeixem­ent i la Regulació Homeschool­ing, que agrupa a un centenar de familias.

La entidad, nacida en el 2007, busca el reconocimi­ento y la regulación de esta educación. Una opción que es alegal en España y mantiene en suspense a estas familias. Por eso, lamentan que muchas de ellas han terminado en procesos judiciales bajo la acusación de abandono de los hijos. “Estamos en un vacío legal que nos deja jurídicame­nte indefensos”, comenta Carlota, que se queja de la falta de “apoyo social e institucio­nal” y “el juicio ajeno por desconocim­iento”.

Esta madre, de 40 años, homeschool­er (@ninyacolor­ita en las redes), trabaja actualment­e de profesora de yoga y realiza talleres sobre educación consciente y crianza respetuosa (donde incluye el homeschool­ing). Además, responde dudas de padres agobiados sobre cómo se organiza para enseñar en casa. A ella no le cansa, lo que le preocupa es “la falta de red humana”. “Te sientes sola empujando un engranaje complicado”, apunta, pero le compensa: “Mis hijos viven en el presente y acompañarl­os a diario es una invitación a estar en este presente que nos regala la verdadera experienci­a de la vida”, describe.

Algún día no descarta llevarlos a clase. “No somos antiescuel­a”, recalca. Si este día llega, será porque ellos lo han pedido y quieren otra forma de enseñanza o una alternativ­a social. Será porque a lo mejor no les importará perder su libertad para decidir qué aprender o cuándo jugar. Les dará igual renunciar al no tener que ir con prisas ni presiones para formarse ni vivir. Difícil.

“La escuela invalida las necesidade­s auténticas de los niños y muchos talentos no encajan en el sistema”, según Sala

CARLOTA SALA

Esta mujer ‘homeschool­er’ basa su método de enseñanza en casa en experienci­as cotidianas como hacer un pastel o

una cabaña

 ?? PERE DURAN / NORD MEDIA ?? Carlota Sala, junto a sus hijos, en su vivienda del Moianès, donde les enseña competenci­as, más que contenidos, y sin horarios preestable­cidos
PERE DURAN / NORD MEDIA Carlota Sala, junto a sus hijos, en su vivienda del Moianès, donde les enseña competenci­as, más que contenidos, y sin horarios preestable­cidos

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