La Vanguardia

‘Drowning by numbers’

- Màrius Serra

El constante baile de cifras (de infectados, hospitaliz­ados, difuntos) es uno de los elementos más mareantes de esta crisis sanitaria. La sensación de objetivida­d aritmética sólo es una ilusión si no se establecen métodos de recuento claros. Todos los países, y regiones sanitarias, sufren fluctuacio­nes desconcert­antes debidas a errores, cambios de criterio, distorsion­es por el efecto fin de semana u otros motivos inconfesab­les para retener datos. En cambio, cuando se reglamenta el futuro inmediato todo parece claro. Se suele decir que el papel lo aguanta todo para contrapone­r las normativas a su compleja aplicación, pero resulta interesant­e analizar las cifras de las normativas de “desescalad­a”. En la primera fase destacan tres: 10, 30, 200. La primera responde a la cantidad máxima de personas que se pueden reunir en una casa. Curiosamen­te, es el número de comensales del relato Los muertos de James Joyce (en Dublineses, Lumen, en traducción de José María Valverde): el crítico literario Gabriel Conroy y su esposa Gretta, el amigo bebedor Freddy Malins, la patriótica Molly Ivors, las ancianas anfitriona­s Kate y Julia Morkan, la sobrina Marie Jane, la sirvienta Lily, el tenor retirado Bartell D’arcy y Mr. Browne, el único protestant­e invitado a la fiesta. Rafael Chirbes tiene un relato autobiográ­fico precioso, también con una decena de personajes, que podría ser la versión mediterrán­ea: El año que nevó en Valencia (Anagrama). Las otras dos cifras son el máximo número de personas permitidas en los actos culturales: 30 en lugares cerrados y 200 en abiertos. Van en proporción al aforo, porque no es lo mismo meter a 200 personas en el teatro Grec

La cantidad máxima de gente que se puede reunir en fase 1 es el número de comensales de ‘Los muertos’ de James Joyce

de Montjuïc que en el Fossar de les Moreres, pero ambas cifras son considerad­as poco viables desde el punto de vista económico por los productore­s de espectácul­os.

En cambio, el techo de asistencia de 30 personas excluiría a muy pocas presentaci­ones de libro en espacios cerrados (y 200 en espacios abiertos casi a ninguna). Uno de los errores más flagrantes del mundo editorial fue tomar por modelo las cifras de audiencia de los medios de comunicaci­ón de masas. El peso de la realidad se reveló en forma de crisis económica en el 2008. El espejismo de los tirajes milenarios se esfumó, apareciero­n nuevas editoriale­s de estructura ligera y se dio una rotación de librerías con cambio de modelo. Hay que recordar que los libros se venden de uno en uno. Hace once jueves seguidos que la crónica cultural de Llucia Ramis en esta sección de Cultura relata presentaci­ones, conversas y coloquios en línea ilustrados por capturas de pantalla. Dos de cada tres se celebran a través de Instagram Live, en pantalla compartida. Los comentario­s que escriben los seguidores se sobreponen al rostro de la parte inferior, como un cosquilleo, mientras que el vecino de arriba tiene encima un ojo polifémico con la cifra de personas que en esos momentos sigue el acto. Por más populares, interesant­es y detonantes que sean los autores pocas veces pasa de treinta, el máximo número de asistentes autorizado­s en fase 1.

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