El duermevela de la Moncloa
APedro Sánchez le han recordado que antes de las elecciones había reconocido que no podría dormir tranquilo con Pablo Iglesias en el Consejo de Ministros. El problema es que todos vamos a necesitar Orfidal para descansar por las noches, sobre todo después de asistir a ese capítulo de Twilight Zone (Dimensión desconocida) que se ha colocado en la programación de la política española. Los ciudadanos se merecen que las decisiones políticas duren más que las pesadillas de madrugada. Y la Moncloa debe salir de la duermevela.
La concesión a Eh-bildu de derogar la reforma laboral a fin de conseguir su abstención para prorrogar el estado de alarma, sin consultarlo ni con los agentes sociales ni con las ministras de Economía y de Trabajo, Nadia Calviño y Yolanda Díaz, era más que una desconsideración, representaba una deslealtad. Cómo debía ponerse Calviño que en dos horas el Gobierno hubo de rectificar, lo que encendió a Iglesias: “Lo firmado es lo acordado.” La suerte es que en esta vida hay firmas que tienen el valor de un autógrafo de colección y otras que poseen la letalidad de la primera bala en las guerras. La ministra de Economía consiguió la rectificación para volver a lo acordado en el programa de coalición. Horas después, lo aclaró en la sesión del Cercle de Economia: “Nos enfrentamos a la mayor recesión de nuestra historia. Con esta realidad sería absurdo y contraproducente abrir un debate sobre esta materia.” Más o menos aquello que cantaba Joan Manuel
Serrat: “Niño, deja ya de joder con la pelota./ Niño, que eso no se dice,/ que eso no se hace,/ que eso no se toca”.
Es de una inconsciencia notable que en unos momentos en que Bruselas está mirando atentamente lo que sucede en los países del sur de Europa para precisar sus ayudas, se plantee un cambio de legislación en el mercado laboral. Calviño ha dicho también que “los contribuyentes nos pagan para solucionar problemas y no para crearlos”, lo que podría ser el eslogan de las banderolas de la entrada en el recinto de la Moncloa.
No está España para hacer números de ilusionismo. Nada fortalece tanto a un gobierno como su fiabilidad. En tiempos de crisis, los ciudadanos han de poder confiar en sus dirigentes. Ser previsible es lo que más se agradece en estas circunstancias. Se puede entender que el Ejecutivo, con solo 155 escaños en el Congreso, esté obligado a realizar equilibrios, pero nunca tan arriesgados como para romperse la crisma. La geometría variable no hace falta que se parezca a las esculturas de Alexander Calder, a menudo de estabilidad casi imposible.
El Gobierno no puede ser una variable más de la crisis actual. Lo peor que podría pasar es que el mundo nos viera como un país sin una línea de actuación clara o cambiante. Sánchez debe huir de tacticismos y de concesiones a la galería. Hacer más caso a su intuición que a sus spin doctors, a fin de ordenar la casa, cambiar el relato y buscar la complicidad de la sociedad civil. Ser líder es saber negociar la esperanza.