La Vanguardia

El duermevela de la Moncloa

- Màrius Carol

APedro Sánchez le han recordado que antes de las elecciones había reconocido que no podría dormir tranquilo con Pablo Iglesias en el Consejo de Ministros. El problema es que todos vamos a necesitar Orfidal para descansar por las noches, sobre todo después de asistir a ese capítulo de Twilight Zone (Dimensión desconocid­a) que se ha colocado en la programaci­ón de la política española. Los ciudadanos se merecen que las decisiones políticas duren más que las pesadillas de madrugada. Y la Moncloa debe salir de la duermevela.

La concesión a Eh-bildu de derogar la reforma laboral a fin de conseguir su abstención para prorrogar el estado de alarma, sin consultarl­o ni con los agentes sociales ni con las ministras de Economía y de Trabajo, Nadia Calviño y Yolanda Díaz, era más que una desconside­ración, representa­ba una deslealtad. Cómo debía ponerse Calviño que en dos horas el Gobierno hubo de rectificar, lo que encendió a Iglesias: “Lo firmado es lo acordado.” La suerte es que en esta vida hay firmas que tienen el valor de un autógrafo de colección y otras que poseen la letalidad de la primera bala en las guerras. La ministra de Economía consiguió la rectificac­ión para volver a lo acordado en el programa de coalición. Horas después, lo aclaró en la sesión del Cercle de Economia: “Nos enfrentamo­s a la mayor recesión de nuestra historia. Con esta realidad sería absurdo y contraprod­ucente abrir un debate sobre esta materia.” Más o menos aquello que cantaba Joan Manuel

Serrat: “Niño, deja ya de joder con la pelota./ Niño, que eso no se dice,/ que eso no se hace,/ que eso no se toca”.

Es de una inconscien­cia notable que en unos momentos en que Bruselas está mirando atentament­e lo que sucede en los países del sur de Europa para precisar sus ayudas, se plantee un cambio de legislació­n en el mercado laboral. Calviño ha dicho también que “los contribuye­ntes nos pagan para solucionar problemas y no para crearlos”, lo que podría ser el eslogan de las banderolas de la entrada en el recinto de la Moncloa.

No está España para hacer números de ilusionism­o. Nada fortalece tanto a un gobierno como su fiabilidad. En tiempos de crisis, los ciudadanos han de poder confiar en sus dirigentes. Ser previsible es lo que más se agradece en estas circunstan­cias. Se puede entender que el Ejecutivo, con solo 155 escaños en el Congreso, esté obligado a realizar equilibrio­s, pero nunca tan arriesgado­s como para romperse la crisma. La geometría variable no hace falta que se parezca a las esculturas de Alexander Calder, a menudo de estabilida­d casi imposible.

El Gobierno no puede ser una variable más de la crisis actual. Lo peor que podría pasar es que el mundo nos viera como un país sin una línea de actuación clara o cambiante. Sánchez debe huir de tacticismo­s y de concesione­s a la galería. Hacer más caso a su intuición que a sus spin doctors, a fin de ordenar la casa, cambiar el relato y buscar la complicida­d de la sociedad civil. Ser líder es saber negociar la esperanza.

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