El acontecimiento climático
Para autores como Blom o Brunner, no hay ataque contra la naturaleza que no tenga una respuesta demoledora
La Pequeña Edad de Hielo del siglo XVII vio helarse el Támesis y encerró a los humanos en sus hogares para calentarse
En los últimos meses, debido en buena parte al efecto del coronavirus en nuestras vidas, hemos dejado a un lado todo lo relacionado con el cambio climático. Hecho que no deja de sorprender porque ya el historiador Procopio de Cesarea advertía en el siglo VI que la demoledora peste bubónica que asoló el imperio bizantino en el 542 estaba estrechamente ligada a un cambio climático que él mismo había detectado con el avance del desierto en el norte de África y el aumento del bosque en Europa debido a la despoblación de los campos. Y también porque, en época reciente, Geoffrey Parker, el gran biógrafo de Felipe II, advertía que las epidemias en el siglo XVII, incluidas las mortíferas pestes de 1631 y 1665, estuvieron ligadas a la aparición de la Pequeña Edad de Hielo. Así, pues, hablar del acontecimiento climático supone abordar, indirectamente, el tema estrella de estos meses, la propagación de una epidemia a escala mundial.
Para hacerlo, recomiendo la lectura de dos libros que tratan del mismo tema aunque con enfoques diferentes. Ambos se interesan por la Pequeña Edad de Hielo: uno, el de Philipp Blom, como resultado de “un motín de la naturaleza”. El otro, el de Bernd Brunner, para darle marco a la historia de una estación; con título sugeridor, Cuando los inviernos eran inviernos, con Bruegel obligadamente y una advertencia en la portada del reputado David Georges Haskell, lo fascinante es que este libro describe el invierno, “una realidad hoy en peligro de extinción”, se supone que por el citado calentamiento global. Dos buenas lecturas para estos días de confinamiento.
Ambos libros proponen reflexiones en el sentido de cómo el clima afecta a nuestras vidas y constituye un medidor del curso de los acontecimientos. Los rasgos del siglo XVII, una civilización invernal, que ve helarse el Támesis o que encierra a los seres humanos en hogares bien calentados para defenderse de los inviernos crudos debido a la disminución de las manchas solares. Buenos relatos, aunque a veces un poco inclinados al melodrama, como cuando Brunner interrumpe la narración para señalar, en una especie de moralizante contrapunto,
que “los inviernos extremadamente fríos de la década de 1690 supusieron la muerte de millones de personas en toda Europa por falta de alimentos”. Luego llegan las observaciones de contraste, a inviernos crudos veranos tórridos, o la llegada del invierno a zonas templadas como Florida donde murieron todos los limoneros. Impresiones, estampas, anécdotas, que alegran la lectura. En todo caso son dos buenos libros que enseñan a respetar los flujos de la naturaleza, a entender que no hay ataque contra ella que no tenga una respuesta demoledora, y que, en definitiva, el hombre no es el propietario del mundo, sino solo un inquilino que está de paso, pero con malas artes en la conservación de lo que tiene alquilado. Dos buenos textos que ahondan en las respuestas de la naturaleza y que en el de Blom sorprende gratamente por la recuperación de autores que habían sido marginados por las metanarrativas dominantes, como es el caso de Karl Polanyi, al que cita con aprecio al indicar que en 1944 este gran sabio tan denostado en nuestros mundos académicos (por ignorancia, claro) afirmó que “la sociedad terminaría siendo un apéndice del mercado”, una realidad que al impregnarse de la ética calvinista indica que la riqueza es sinónimo de virtud y la pobreza sinónimo de vicio. Con tales valores no me extraña que la naturaleza haya protestado en la primavera del 2020 y nos haya enviado el coronavirus para ponernos a todos en nuestro lugar. Es tiempo de reflexionar lo que se ha hecho mal para hacerlo bien.
Philip Blom El motín de la naturaleza ANAGRAMA. TRADUCCIÓN DE DANIEL NAJMÍAS. 339 PÁGINAS. 19,90 EUROS
Bernd Brunner Cuando los inviernos eran inviernos. Historia de una estación ACANTILADO. TRADUCCIÓN DE JOSÉ ANÍBAL CAMPOS. 242 PÁGINAS. 20 EUROS