Los Malasangre
Novela La argentina Mariana Travacio encuadra su nueva obra en la tradición de la narrativa del desierto con una familia enfrentada por una agresión y un asesinato
Nacida en Rosario, Argentina, en 1967, Mariana Travacio a los dos años se trasladó con su familia a Saõ Paulo, Brasil, donde estudió en el Liceo Francés. Actualmente reside en Buenos Aires. “Tenía tres lenguas en la cabeza”, y como todas las personas con dominio de lenguas, esto se refleja en la escritura. También su formación profesional la marca profundamente. Licenciada en Psicología, se ha dedicado a la criminología forense y es autora de un Manual de psicología forense (1997). “A mí la locura me conmueve”, ha declarado. Y la locura, la soledad, el crimen y la ternura están en el corazón de sus libros de relatos Cotidiano (2015) y Cenizas de carnaval (2018), y en la novela Como si existiese el perdón, publicada en Argentina en el 2016 y ahora recuperada por Las
Afueras, la misma editorial que ha recuperado muy oportunamente a las también argentinas Magali Etchebarne
(Los mejores días) y Mercedes Halfon
(El trabajo de los ojos).
No tiene sentido detenerme, como suelo hacerlo, en la trama porque, más que nunca aquí, “lo importante es cómo lo contamos”. En Como si existiese el perdón todo nace de una agresión y un asesinato que enfrentará a una familia, los Loprete, y a un grupo de amigos que ayudarán al Tano a vengarse. Son 62 breves capítulos, de una a tres páginas, que permiten una insólita intensidad y una prosa que leemos, o escuchamos, como una colección de poemas. Lectora, entre otros, de Borges, con sus frases impactantes, e inevitablemente de Bolaño, la carreta que llevará al Tano y a los suyos a casa de los Malasangre, por decirlo con Verga, es una presencia que nos hace pensar en Los ejes de mi carreta, de Atahualpa Yupanqui; el paisaje tiene no poco de común con el del Gran Serton: Veredas, de Guimaraes Rosa; el pozo que cava Juancho para enterrar al Loprete asesinado, presente en toda la novela, nos recuerda los golpes de azuela en la construcción del ataúd en Mientras agonizo, de Faulkner, con las resonancias bíblicas de muchos de los representantes de la llamada “época airada” o “generación perdida” como Hemingway, Steinbeck, Dos Passos o Caldwell. Pero la presencia más notable es la de Juan Rulfo. También parece que nos movemos en un mundo fantasmagórico donde los vivos y los muertos se confunden.
El desarrollo de la novela está marcado por el recorrido y por el paisaje, dentro de la tradición de la narrativa del desierto. “A medida que avanzábamos el suelo se ponía pedregoso y la tierra empezaba a molestar”; como en el Rulfo de Nos han dado la tierra, o en otro relato itinerante, Talpa, “los ojos me resbalaban en esa llanura interminable” y el viento del norte “era un viento de calor que nos cercaba despacio hasta instalarse como perro hambriento”. Y están también los efectos ópticos creados por la luz, con “los reflejos blancos que la luna soltaba sobre el negro arroyo”. Y uno de los aspectos más atractivos y originales de cómo esta novela oral, que no rechaza los coloquialismos, tiene frases de impactante intensidad y muchas veces sorprendentes por su audacia, sin que nunca estén fuera de contexto: es una sola la voz que escuchamos.
Dentro de esta novela de violencia y de muerte, el Tano, frente a uno de los hermanos Loprete locos –son muchos los afectados por la locura–, “vigilaba que el cadáver no tuviera otro ataque de ira”; “fuimos volviendo, pasos lentos, a la carreta, los ojos arrastrándose por el suelo, como si tanta muerte nos hubiera quitado las palabras”. Las palabras en las que está la magia de esta novela en la que nos persiguen “los pasos de la muerte”. |
Mariana Travacio Como si no existiese el perdón LAS AFUERAS. 144 PÁGINAS. 15,95 EUROS
Son 62 breves capítulos que permiten una insólita intensidad y una prosa que leemos como una colección de poemas